Por C. Peremartí, P. Setrini, S. López y L. González

“Tengo la sensación de que he asistido a una de las cosas más horrendas de mi vida. Espero que la sentencia sea ejemplar”, dijo Jorge Luis Borges el lunes 22 de julio de 1985 luego de presenciar en la sala de Tribunales, donde se juzgaba a las Juntas Militares, el testimonio de Víctor Basterra, el más largo del histórico Juicio. El escritor se presentó junto al periodista Néstor Montenegro, que para ese entonces trabajaba para la revista Gente, y dejó reflejada la visita en una nota publicada en ese medio tres días después.

Antes de comenzar con el testimonio, Borges tuvo la oportunidad de juntarse con el fiscal Julio César Strassera, a quien le transmitió su inquietud por el fallo respecto de los acusados. “Estamos haciendo todo lo posible. Yo creo que van a ser condenados”, contestó el fiscal.

El escritor estuvo sentado casi tres horas escuchando atentamente las declaraciones de Basterra. “Qué horror”fue la única expresión que soltó. Ya en la calle, ante algunos periodistas dijo: “Siento que he salido del infierno. Este hecho no puede, no va a quedar impune”.

El 30 de julio, El Diario del Juicio publicó una breve entrevista con Borges en la que definió a Emilio Massera como “un asesino, una de las personas más siniestras de este país”. “Va a ser difícil hacer justicia porque hay demasiada gente implicada. Por eso me parece que ustedes –por el diario– hagan la publicación, porque la gente se olvida pronto. Ese es un defecto que es muy argentino”, agregó.

Luego de su experiencia como espectador, escribió una crónica para la agencia española EFE en la que contó lo que vivió ese día y describió a Basterra como una persona que hablaba con simplicidad y casi indiferencia sobre su tortura. “Había entrado enteramente en la rutina de su infierno”, afirmó Borges sobre el fotógrafo.

En el texto publicado por EFE, el escritor logró sintetizar sus sentimientos ante el testimonio que presenció: “Sentí que estaba en la cárcel. Lo más terrible de una cárcel es que quienes entraron en ella no pueden salir nunca. De este o del otro lado de los barrotes siguen estando presos. El encarcelado y el carcelero acaban por ser uno.