Por Ludmila Di Grande

Muchas veces pensé que la única solución era la muerte”. Lara pide que no se revele su identidad para contar su experiencia tras sufrir ansiedad y depresión. Fue en julio de 2021 cuando comenzó a experimentar un profundo sentimiento de tristeza sin ningún motivo concreto o identificable, pensamientos intrusivos constantes, aislamiento social y ataques de pánico. “En ese momento ya hacía dos años que iba a terapia, fue mi psicóloga quien me derivó a un psiquiatra”, recuerda.

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la ansiedad y la depresión afectan a más de 280 millones de personas de todo el mundo. A pesar de estas cifras, hay mucha desinformación sobre estos trastornos y, por ello, la gran mayoría de quienes los padecen no se tratan, lo que provoca una alta tasa de suicido, al punto de ser la segunda causa de muerte entre los jóvenes de 15 a 29 años.

SEÑALES PARA DETECTARLOS

La psicóloga Agustina Acevedo explica que el episodio depresivo mayor se caracteriza por un período de al menos dos semanas durante el cual existe un bajo estado anímico y pérdida de interés o placer en casi todas las actividades. El paciente experimenta, además, otros síntomas, que incluyen cambios en el apetito, el peso y la actividad psicomotora, como disminución de la energía, sentimientos de inutilidad o de culpa y dificultades para pensar, concentrarse o tomar decisiones, además de pensamientos recurrentes de muerte, planes o intentos de suicidio.

“Fueron meses muy duros tanto para mí como para mi familia”, asegura Lara. Explica que se encontraba en un círculo vicioso y desesperante: “No tenía ganas de nada, cancelaba salidas, faltaba a la facultad y después me sentía culpable por días”. Incluso, “en los días ‘buenos’ esa culpa me limitaba y no me dejaba seguir adelante”.

La psicóloga advierte que la posibilidad de una conducta suicida existe durante todo el tiempo que duran los episodios de depresión. Por esta razón se debe prestar atención a los antecedentes de intentos o amenazas de suicidio, aunque la especialista destaca que la mayoría de los suicidios no son precedidos por intentos fallidos. Otras características relacionadas con un aumento de este riesgo son ser varón, tener una pobre vida social, vivir solo y tener intensos sentimientos de desesperanza.

LA IMPORTANCIA DE LA ATENCIÓN

Lara comenzó a percibir que nada tenía sentido, que no había ninguna actividad que pudiera disfrutar. Esta sensación se repetía una y otra vez. Por varias semanas se negó a levantarse de la cama. Su primer psiquiatra le recetó “cualquier cosa. Pasaban los meses y no había mejoría. “Muchas veces pensé que la única solución era la muerte”, confiesa.

Acevedo asegura que el deterioro puede ser muy sutil, de modo que muchas personas no son conscientes de los síntomas depresivos. Sin embargo, el paciente deprimido puede llegar hasta a la incapacidad completa, por lo que no va a poder atender sus necesidades básicas de autocuidado y, en algunos casos, tiende a dejar de hablar (mutismo). Entre los tratamientos pueden mencionarse la realización de un seguimiento del estado psicológico y psiquiátrico del paciente, una evaluación de riesgo y un trabajo de conexión con la terapia.

Los suicidios por trastornos mentales son la segunda causa de muerte en los jóvenes de 15 a 29 años.

Lara relata su paso por la atención de cuatro psicólogas, ya que la primera le dijo que no podía seguir ayudándola: a todas tuvo que repetirles una y otra vez su historia y síntomas. Fue un proceso fue muy difícil que contribuyó a que aumentara el sentimiento de desesperanza. El cambio de profesionales se debió a tratos inadecuados, abandono en episodios de crisis y una derivación innecesaria a un centro de salud mental donde los psicólogos determinaron que el cuadro no requería internación inmediata. Sin embargo, para ella y para su familia representó otra experiencia traumática.

Acevedo diferencia la ansiedad normal de la patológica. La primera es una reacción a un peligro concreto (interno o externo) que debería detenerse con el fin del desencadenante. La segunda es una reacción desmesurada y desproporcionada a determinados estímulos, que suele tener un gran componente corporal que afecta a todos o la mayoría de los órdenes de la vida de quien la padece.

Este trastorno comparte características de miedo y ansiedad excesivos, así como alteraciones de conductas. El miedo es una respuesta emocional a una amenaza inminente, real o imaginaria, mientras que la ansiedad es una respuesta anticipatoria a una amenaza futura y está más asociada con la tensión muscular y con comportamientos cautelosos o evitativos.

Las crisis de pánico se presentan principalmente con la ansiedad como un tipo particular de respuesta al miedo. Es necesario distinguir la ansiedad del miedo transitorio, muchas veces provocado por el estrés, por ser persistente (suele tener una duración de seis meses o más). Este criterio temporal pretende servir de guía general pero puede variar.

LOS PREJUICIOS Y LA DESINFORMACIÓN

También, y producto de la desinformación generalizada, Lara se sintió muy sola durante este proceso: “Nadie me entendía, mi familia no sabía cómo ayudarme y hasta mis propias amigas me daban sus supuestos diagnósticos, incluso algunas se borraron”.

Acevedo apunta a que sigue existiendo un fuerte prejuicio sobre quienes, además de sus padecimientos mentales, sufren discriminación por gran parte de la sociedad. Se les pone una etiqueta que pareciera atribuirles características negativas como ser poco estables, peligrosos o violentos, colaborando a que las personas no busquen ayuda para evitar ser estigmatizados. “Es necesario que se diseñen e implementen campañas de prevención y psicoeducación”, enfatiza la especialista, para quien el tratamiento mediático es primordial para desterrar mitos, tabúes y prejuicios.

Entre las medidas generales para tratar la ansiedad, la psicóloga menciona el tratamiento psicológico y psiquiátrico, evitar la ingesta de alcohol, bebidas cola, café o té, que son psicoestimulantes, y brindar al paciente seguridad y contención para disminuir la incertidumbre. Acevedo afirma que entre un 50 y 60 por ciento de las personas con algún trastorno de ansiedad también tienen como trastorno asociado la depresión.

Con el tratamiento de una nueva psicóloga y psiquiatra, Lara se sintió más esperanzada y empezó a darse cuenta de que había una salida. Aunque todavía no se pudieron identificar todos los detonantes, cree ir por el camino correcto: “Hoy estoy mucho mejor y puedo disfrutar de las cosas que hago día a día, pero no deja de implicar una enorme fuerza de voluntad para salir adelante.