Por Candela Contreras

María “Luli” Moreno es trabajadora social y referente de La Colectiva, una organización política, social y feminista, que trabaja con La Cámpora, el Movimiento Evita y Nuevo Encuentro. La corriente conforma una consejería popular que acompaña a mujeres y diversidades que sufren violencia de género, en barrios carenciados, llamada La Mateada. Uno de ellos está en Ciudad Oculta, en el barrio de Mataderos de la ciudad de Buenos Aires, al cual hace siete años que, explica Moreno, “llegan compañeras que están rotas, que no pueden pensar en cómo reconstruir su vida en una sociedad que es desigual”.

  • —¿Cuál es el proceso que realizan desde la organización para acompañar y ayudar a mujeres que llegan en un estado de completa vulnerabilidad?
  • —Vemos a compañeras que vienen rotas porque la violencia te rompe la estructura psíquica. Destruye un montón de condiciones subjetivas de las personas, te deja en un lugar de mucha inseguridad física pero también laboral, económica, de la maternidad, de culpa, de sostenimiento de redes que a veces no están. Con nosotras salen de esa situación de emergencia: logran irse de la casa, acceder a un programa de apoyo económico, estructurar una parte de su vida porque comienzan a hacer terapia y ya no están en esa situación de tanta vulnerabilidad. Hay muchas herramientas colectivas que para nosotras son las que están buenas: poder ver a la violencia machista como una problemática social, que te atraviesa en un momento de tu vida, pero que a la vez va a atravesar a otras. Trabajamos en cómo generar las condiciones para que todas podamos acompañar esas situaciones de violencia. Son procesos muy desgastantes, de mucha angustia, porque la sociedad culpabiliza mucho a las mujeres: por la pobreza, por la situación de violencia, por la maternidad, por el trabajo. Pero también existen muchas organizaciones feministas, territoriales y políticas, que hacen que hoy no haya nadie que niegue los derechos de las mujeres, pero lo que sí hay es un sistema social que sigue culpabilizándonos. En 2006, por ejemplo, la violencia era algo muy de lo privado que quedaba en la familia. Ahora hay un involucramiento, hay una sensibilización sobre el tema. Hoy, socialmente, hay cosas que no están aceptadas.
  • —Pasaron siete años del primer Ni Una Menos, un hito que marcó la historia más reciente del movimiento feminista, y desde el Estado se implementaron diferentes políticas: se cambió la carátula de “crimen pasional” a “femicidio”, se crearon el Instituto Nacional de las Mujeres (INAM) y el Ministerio de las Mujeres, y comenzó a tomarse registro de femicidios en la oficina de la mujer. ¿Qué más creés que hace falta?
  • —Las políticas públicas están pensadas en un sistema patriarcal que en general son tuteladas, desde el lugar de considerar a las mujeres como víctimas. No hay que hablar de víctima, sino de mujeres en situación de violencia. Cuando pensamos en víctimas, pensamos en alguien que no puede, y sí se puede pensar en una vida libre de violencia. El Estado tiene la responsabilidad de garantizar las condiciones mínimas de ingresos, de acceso a un tratamiento psicológico para poder construir un espacio desde el deseo. 
  • —El Ministerio de la Mujer brinda espacios de acogida para mujeres en situación de violencia que están en riesgo y no tienen dónde ir, pero a su vez implica condiciones de aislamiento muy severas. ¿Cómo accionan frente a compañeras que atraviesan situaciones de violencia muy graves, pero que no quieren recurrir a este método de aislamiento?  
  • —Esto sucede principalmente con las compañeras LGBT. En estos casos tratamos de buscar habitaciones para alquilar o gestionar un subsidio habitacional. O ponemos plata para que puedan pasar la noche en un hotel y a partir de ahí reconstruir una estabilidad, comenzamos a pensar en otras redes (sociales, familiares, amigues). Tenemos una estructura que nos permite resolver cosas en la inmediatez. Las mujeres estamos muy solas en los procesos de violencia, por vergüenza. Lo ideal es empezar a trabajar en el deseo. Aunque es muy inestable pensar en la reconstrucción de un proyecto de vida para una mina que padeció violencias de todos los tipos, y más en un contexto de pobreza. Pero también es cierto que el feminismo logró construir redes que permitieron construir colectivamente salidas. Nuestro deseo es que puedan seguir organizadas para poder cambiar un modelo: el patriarcado. No es solo una situación de violencia, es un sistema que construye todas las posibilidades para que seamos violentadas.
  • —Según la Casa del Encuentro, durante 2021 se identificó a 252 víctimas directas de femicidios y se recibieron 113.340 denuncias de violencia de género en la Línea 144. Desde la organización, ¿consideran que la denuncia es esencial y/o primordial en estos casos?
  • —Depende de la situación, y si ella no está entera para asumir el proceso de lo que implica una denuncia, que es muy desgastante, no recomendamos que la haga. Salvo que haya indicadores muy altos de riesgo donde esté en peligro su vida y/o la de sus hijes. Hay que recomponerse primero en lo personal para llegar a instancias judiciales, que van a ser hostiles. La denuncia implica un conocimiento del Poder Judicial que es un desastre, en general ninguna persona sabe lo que es seguir una causa; los patrocinios jurídicos penales gratuitos casi que no existen y las medidas que se implementan en un contexto de violencia funcionan más en lo simbólico que en lo concreto. Lo primero es preguntarle qué necesita, trabajar la angustia, acompañar, ayudar a buscar trabajo, ordenar ciertas cosas y después pensar en un proceso de justicia, que no es reparatorio.