Por Annie Haines y Tobías Szvetz

“Es muy difícil que la sociedad argentina acepte a un grupo de estudiantes que deciden parar, por lo que una toma llama más la atención y se viraliza el reclamo. No es un capricho de un grupo de adolescentes que quieren generar conflicto, sino la forma de que la juventud sea un poco más escuchada y comprendida”, asegura Magdalena Camean, ex alumna de la Escuela Superior de Comercio Carlos Pellegrini y militante de Oktubre.

La toma de colegios es una forma de protesta que consiste en ingresar a una institución, interrumpir la normalidad escolar para ser escuchados por los directivos y por el Ministerio de Educación. Es una última instancia, siempre hay reuniones y reclamos previos antes de llegar a esta medida. Dentro de los secundarios tomados los alumnos realizan charlas, clases de apoyo, talleres de debate y actividades culturales.

Sin embargo, son un foco de discusión: para una parte de la sociedad las tomas son un derecho estudiantil, y para otra, son un acto antidemocrático y egoísta. Quienes se oponen argumentan que, en el momento de una toma, hay alumnos que deben detener sus clases, aunque no adhieran al reclamo. “Usualmente, las autoridades escolares no apoyan las tomas porque no comparten las formas de reclamar, aunque suelen comprender los motivos por los cuales paramos y nos ceden el espacio”, explica Alan Orrego, presidente del centro de estudiantes del Normal 1.

En el pasado, hubo algunas tomas con episodios de violencia, tanto de los alumnos como de la policía. “Antes eran muy destructivas, con vidrios rotos y bancos volando por las ventanas, pero entendimos que, si salimos a romper todo, el ruido es más grande y la razón más pequeña”, cuenta Camean. Para ella, el impacto de las tomas tiene que ver con su masividad y con la manera en que los estudiantes se muestran ante los medios de comunicación a la hora de hablar de las medidas. 

El sector de la sociedad que no apoya las tomas ve a los protagonistas como chicos que solo buscan sentirse parte de un movimiento de lucha. “No hay que romantizarlas, implica mucho desgaste físico y mental, que no se podría llevar adelante si uno no está seguro del colectivo que acompaña a los estudiantes”, sostiene Natalia Mira, ex presidenta del centro de estudiantes del Pellegrini. Más allá de las diversas miradas que hay alrededor de las tomas, su objetivo central es hacer valer los derechos institucionales de los alumnos mediante la comunicación. Orrego dice que la diferencia se ve cuando muchos colegios paran porque queda reflejado el descontento masivo. 

Nosotrxs vivimos la educación pública todos los días y así como queremos defenderla también queremos ser escuchadxs”, dice Mira, para quien una toma termina cuando quienes la llevan adelante entienden que está la voluntad educativa o política de solucionar el reclamo.