Por Santiago Rubio Laucella
Oscuridad, todo era oscuridad en la sala de conciertos “The Echo” de Los Ángeles la noche del 10 de mayo de 2017. Las 350 personas que habían agotado las entradas coreaban su nombre. De repente, todos los fanáticos se callaron. El silencio era total. El motivo fue que había comenzado a sonar la banda instrumental del tema “Hellboy” con una voz que proclamaba: “¿Este puede ser él? ¿Puede ser el que he esperado siglos por ver?”. La respuesta era sí. Luces rojas de neón se encendían al ritmo de la canción y Gustav Åhr, popularmente conocido como Lil Peep, entraba al escenario. El artista independiente caminó, agarró el micrófono y arrancó a enunciar las estrofas. Parecía que iba a ser otra presentación en vivo de su tour por Estados Unidos y Europa que ya llevaba casi dos meses. Pero no fue así.
Los espectadores no lo sabían, pero unos minutos antes el joven de 20 años se había excedido en el backstage, como era costumbre. Había consumido una mezcla de alcohol, cocaína y pastillas de oxicodona. El show había estado a punto de cancelarse, incluso el neoyorquino había afirmado no saber si iba a poder tocar. Pero tocó hasta que comenzó a balbucear en voz baja y refregar su cara repleta de tatuajes. Su escuálido cuerpo de 1,85 metros de altura estaba desorientado. Su equipo rápidamente se dio cuenta de la situación y empezó a tirar humo al escenario con una máquina. La pista continuó. Peep le dio la espalda al público y se quedó en silencio por casi dos minutos. Después, nada. No se veía nada. En la humareda sólo se notaba su figura emergiendo como un fantasma en la penumbra.
Empezó la segunda canción del set, “Drive by”, y, como si se tratase de un guión de película, el cantante reaccionó, peinó su pelo teñido mitad rosa y mitad negro, y salió del trance. Inesperadamente, Lil Peep terminó dando uno de los mejores recitales de su vida y uno de los espectáculos más recordados, energéticos y pasionales del trap underground americano. Al finalizar, se dirigió a la persona con la que había hablado más temprano: “Te dije que podía hacerlo”.
UNA ÉPOCA DE MEDIANA FELICIDAD
Su vida no siempre fue una montaña rusa de emociones y excesos. Hubo una época de mediana felicidad: su infancia. Nacido en Pensilvania el 1º de noviembre de 1996, se crió en los suburbios de Long Island junto a su hermano mayor, Oskar, su perro Taz y sus padres graduados de Harvard: Karl Åhr (de origen sueco), con el que solía jugar todos los fines de semana en el jardín de su casa, y Liza Womack. En un hogar de influencia demócrata y marxista, proveniente de su abuelo historiador, el pequeño Gustav creció consciente de sus privilegios y con el deseo de que el mundo fuese un lugar mejor para todos.
Durante su niñez, aquel pequeño de pelo rubio y ojos color café probó diversos deportes. Pero encontró su vocación en lo artístico: aprendió a tocar varios instrumentos y hasta hizo ballet. Todo comenzó a cambiar cuando estudiaba baile. A sus nueve años, sus padres se divorciaron, su progenitor se mudó de estado y prácticamente nunca más lo volvió a ver. Con el paso del tiempo, lo acusó de haberlo “abandonado” y estableció un vínculo muy cercano con su madre.
En el colegio no encajaba. Lo molestaron por sus gustos diferentes desde fines de la primaria hasta que terminó la secundaria. Un cliché que el mismo Åhr definiría como “sacado de un film de Hollywood”, porque su colegio estaba lleno de “bravucones deportistas”. Pero no todo era malo: tenía un acortado pero fiel grupo de amigos. Allí estaba Emma Rose, quien terminó siendo su mejor amiga, su primera novia y el gran amor al que le dedicó todas sus canciones románticas, según su mamá, Liza.
LAS PRIMERAS OBRAS
A los 14 años, Lil Peep se tatuó por primera vez para inmortalizar el nombre de su madre en su brazo y, con 15, incursionó en las sustancias con la marihuana. En esa época también grabó sus primeras obras, inspirado en artistas como Kurt Cobain o grupos como Blink-182. Una computadora MAC, el programa GarageBand y un micrófono barato le fueron suficientes para publicar sus trabajos en las plataformas Soundcloud y YouTube bajo el seudónimo “TrapGoose”, que luego cambiaría a su icónico nombre debido a que su madre lo llamaba “Peep” de niño. Mientras hacía más y mejores temas gracias a los productores que conoció online y que lo ayudaron a pulir sus habilidades, aumentó su consumo de drogas duras y entró en una depresión fruto de pasar la mayor parte de los días en su cuarto. Pero tenía un sueño que lo motivaba a seguir. Abandonó la escuela, por lo menos de manera presencial, y la terminó online.
En 2015, con 17 años, se mudó a California para hacer música, pero rápidamente regresó a su habitación en Nueva York. Mientras tanto, seguía en una conflictiva relación con Emma, a quien sólo veía algunos minutos a la semana y de noche por pasársela en su pieza. Se peleaban. Gustav no se abría, pero sus letras expresaban los sentimientos que no podía exteriorizar. La tarde del 17 de agosto se encerró en el cuarto de su madre, agarró una cuchara, una jeringa, un encendedor y una bolsa de heroína. Se acostó en una cama de sábanas blancas junto a sus artefactos de grabación, prendió fuego para derretir la sustancia y se la inyectó. En cuestión de segundos estaba intoxicado y sólo unos 15 minutos le bastaron para componer y producir “Star Shopping”.
Bajo una instrumental de guitarra con sonido melancólico y una caja de ritmos 808, en el single relató su relación, destacó la importancia de contar con su pareja y prometió mejorar hasta volverse “exitoso” para que los padres de la chica no se avergonzaran de que su hija saliese con él. Ese mismo día, cerca de la medianoche, publicó la canción y fue un hit. En una semana alcanzó las 40 mil reproducciones y marcó un antes y un después dentro del género Emo Rap, al punto de que hoy cuenta con más de mil millones de streams.
EL PRECIO DE LA FAMA
El 18 de septiembre sacó su primer mixtape, “Lil Peep; Part One”, en el que narró de manera cruda la realidad del sexo y el amor -nótese la diferencia entre los dos-, los problemas mentales, el bullying, la muerte y la drogadicción. También predicó esperanza y resaltó el hecho de que las cosas podían mejorar, a pesar de los sufrimientos momentáneos. Asimismo, a lo largo de su trayectoria y en “Lil Peep; Part One”, escribió barras que parecieron premoniciones sobre su prematuro final. En el tema “The Way I See Things” expresó: “Tengo la sensación de que no estaré aquí el año que viene, así que riamos un poco antes de que me vaya”. El músico era consciente de que había una delgada línea entre el alocado nivel de vida que llevaba y la muerte.
Tras el lanzamiento dejó su hogar. Recorrió Estados Unidos y colaboró con cientos de artistas y clikas de rap. Primero se unió a “Schemaposse”, en febrero de 2016, en la que conoció a Lil Tracy. Con él se sumó a Gothboiclique, colectivo del que formó parte de manera orgullosa hasta su muerte y con el que grabó su segundo mixtape, “Crybaby”. Junto a Tracy construyó una firme amistad y lograron una mágica química hasta el punto de considerarse hermanos. En 2019 el rapero recordó a su fallecido amigo en una entrevista con el medio Montreality: “A Peep lo describiría como una persona colorida, como un arcoíris. Y todos aman los arcoíris porque se sorprenden al verlos”.
Durante su estadía en GBC produjo más mixtapes de gran popularidad y su primer álbum de estudio, “Come Over When You’re Sober, Pt. 1”. Se fue de gira por el mundo en dos ocasiones: fue ahí que su cuerpo se llenó de tatuajes, desde la cara hasta las piernas, y su pelo cambió de colores y longitud decenas de veces. Tuvo una inmensa base de fans en Rusia y el éxito de su disco lo llevó a firmar con el sello First Access Entertainment, que le había prometido un mejor futuro y tocar en importantes festivales. Sin embargo, como requisito debía dejar de reunirse con Gothboiclique, a quienes consideraba familia. El compositor aceptó, pero primero los invitó a que se unieran a un tour que iba a durar meses. No le importaba que fuesen menos conocidos y usasen gran parte de su dinero, ya que según su mamá, Peep “buscaba redefinir la estructura capitalista de la industria musical, donde sólo importa el dinero”.
El 15 de noviembre de 2017, 14 días después de haber cumplido 21 años y a tan sólo un día de terminar su gira, Gustav Åhr murió a causa de una sobredosis de fentanilo, que se encontraba dentro de una pastilla de Xanax que había ingerido. Millones de minutos en la ruta le habían dado una ansiedad indomable que sólo sabía calmar de una manera. Horas antes de fallecer en su autobús personal, había subido mensajes a su cuenta de Instagram donde marcaba: “Cuando muera, me amarán”. En sus últimos posteos se lo veía consumiendo altas dosis de alprazolam.
LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE
Con documentales y discos póstumos, Lil Peep alcanzó una popularidad que no gozó en vida, ya que la perdió antes de despegar. Nunca pudo tocar en estadios repletos, como hoy lo hubiese hecho, pero se transformó en una figura de culto a nivel mundial. “Me salvaste”, se escuchaba en cada uno de sus conciertos. Comentarios iguales se leen en los posteos de canciones publicadas en internet. En una era de máximos históricos de suicidios de jóvenes y adolescentes con depresión, se convirtió en una voz y compañía para los rezagados.
Criticado por su tajante apoyo a la comunidad LGBT, al punto de haber grabado videoclips con actrices trans en un género marcado por el machismo, siempre pregonó por la igualdad y la libertad de ser si mismo. Anti trumpista y soñador de una América sin excluidos del sistema de salud, Lil Peep dejó este mundo con todo el dinero para vivir el sueño americano que millones anhelan: comprarse mansiones y lujosos autos después de triunfar. Pero no pudo ser. A la hora de su partida, su cuenta de Twitter rezaba: “Ángel gótico y pecador”. Por eso, para muchos fue, además de un salvador, un ángel: el ángel caído del sueño americano.