Por Joaquín Benítez Demark y Ornella Luce Velanovsky
La obra de Julio Cortázar acercó a lectores de todo el mundo a la literatura latinoamericana y a la lucha por los derechos humanos de los países tercermundistas, a pesar de que el escritor pasó la mayor parte de su vida en París. Sin el reconocimiento de las editoriales y empoderando a sus seguidores gracias a un rol activo frente a los textos, formó parte de la revolución artística del siglo XX.
El escritor murió el 12 de febrero de 1984. Hay dos versiones sobre su muerte. Primero se creyó que murió de leucemia, pero años después su amiga y escritora Cristina Peri Rossi sostuvo que el escritor había contraído VIH en 1981 a partir de una transfusión de sangre proveniente de la Cruz Roja luego de una hemorragia estomacal. Según la escritora, más tarde Cortázar le transmitió el virus a su esposa, Carol Dunlop, que era mucho más joven que él y murió al poco tiempo, ya que era una paciente inmunodeprimida por la falta de un riñón.
En la última etapa de su vida, su pasión por la fantasía y el surrealismo se vio eclipsada por las revueltas gestadas en América latina a partir de la Revolución Cubana. El paradigma de Julio Cortázar fue transformado para siempre cuando el Che Guevara fue asesinado en 1967: “La escritura, hoy y frente a esto, me parece la más banal de las artes, una especie de refugio, de disimulo casi, de sustitución de insustituible, el Che ha muerto y a mí no me queda más que silencio hasta quién sabe cuándo”, inmortalizó el escritor en “Carta a amigos cubanos”.
En 1968, había participado de la lucha estudiantil del Mayo Francés en París, bajo el lema “La imaginación al poder”. El escritor fue conmovido por ese despertar popular en el que “los estudiantes pretendían construir desde la rebelión el mundo que deseaban amar”. Cortázar fue parte de la toma de la Casa Argentina de la Ciudad Universitaria de París y expresó en la revista Marcha: “Todos los estudiantes del mundo que luchan en este momento son, de alguna manera, el Che”.
“En ese momento tenía 54 años, los dieciséis que le faltaban vivir sería el escritor comprometido con el socialismo, el defensor de Cuba y Nicaragua, el firmante de manifiestos, el habitué de los congresos revolucionarios a los que fue hasta su muerte”, declaró sobre esa etapa el escritor Mario Vargas Llosa, amigo de Cortázar.
Entre 1960 y 1980, la convulsión generada por las rebeliones en América latina reunió a escritores de la región que cuestionaban el imperialismo, la colonización cultural y la soberanía de los territorios a través de sus obras, que fueron intensamente leídas en Latinoamérica y en Europa, en lo que se conoció como el boom latinoamericano. “Yo empecé a escribir mi obra en soledad, y quienes me descubrieron no fueron los editores. Fueron los lectores. Esto es importante para explicar ese fenómeno que se llamó ‘el boom’, empezando por la aberración estúpida de darle un nombre en inglés”, le dijo Cortázar a Hugo Guerrero Marthineitz, quien lo entrevistó en 1973.
El escritor destacaba el “haber sido leídos por primera vez por nuestros compatriotas”, lo que desarrolló la seguridad de los escritores locales frente a un continente dispuesto a leerlos. Cortázar veía en esto una búsqueda de identidad literaria y símbolo revolucionario, ya que se consideraba parte de una generación que había dado la espalda a los escritores regionales para consumir obras europeas.
La dictadura de Lanusse en la Argentina lo llevó a escribir la novela Libro de Manuel, en 1973, que describe el contexto político del país en ese momento, y suscitó críticas tanto de los sectores conservadores como de la militancia de la izquierda nacional. Ese mismo año, viajó a Chile para apoyar la asunción de Salvador Allende a la presidencia y expuso sus ideales socialistas.
El autor de Rayuela se había ido de la Argentina en 1951, pero comenzó a autopercibirse exiliado con la gesta del golpe de Estado de 1976. Cortázar ya era perseguido política e ideológicamente en los años previos al golpe, cuando todavía la presidenta era Isabel Martínez de Perón y la persecución ideológica y sistemática era dirigida por José López Rega.
Durante la última dictadura cívico-militar en la Argentina, Cortázar reflexionó sobre el exilio de los artistas: “A lo largo de veintiocho años, yo he vivido en Europa y nunca me sentí exiliado porque era una decisión personal, yo podía volver a mi patria cuando quería. Lo que es terrible es el exilio cultural, el hecho de que la junta de Videla en la Argentina haya prohibido la publicación de mi último libro de cuentos significa un exilio cultural. Es terrible porque en unos pocos años, que Chile, Argentina o Uruguay estén separados de la producción científica, artística e intelectual de sus mejores creadores va a dar en esos países una especie de desierto espiritual en donde es perfectamente fácil lavar los cerebros y condicionar a los jóvenes y crear lo que los regímenes de esos países buscan que es crear robots, crear gente incapaz de pensar por sí misma”.
Entre 1974 y 1976, Cortázar participó del tribunal de Russell II, convocado por el senador socialista italiano Lelio Basso, del que también participaron escritores como Gabriel García Márquez y Juan Bosch. El tribunal dio lugar a tres sesiones que se realizaron en Europa, con el fin de poner sobre la mesa los crímenes de Estado y violaciones de los derechos humanos que se registraban por entonces en América latina. Mientras el autor asistía al tribunal, en 1975 se editó por primera vez Fantomas contra los vampiros multinacionales, una novela-cómic en la que el héroe, Fantomas, busca desenmascarar al villano que, en un mundo distópico –peligrosamente cercano a la realidad–, quemaba bibliotecas y destruía la cultura.
En 1978 comenzó a dictar conferencias en Canadá y conoció a Carol Dunlop, una militante estadounidense exiliada en Quebec. Ella era 32 años menor, pero los reunía la pasión por la escritura, la fotografía y la política.
La revolución nicaragüense estalló en julio de 1979, cuando guerrilla sandinista derrocó al dictador Anastasio Somoza, y Cortázar se comprometió con la lucha del Frente Sandinista de Liberación Nacional. Nicaragua le despertó ternura; en varias ocasiones citó al comandante Tomás Borge: “No se puede ser revolucionario sin ternura en los ojos y en las manos, sin amor por los pobres y los niños”. Pedía donaciones para la revolución a través de la televisión francesa y le hizo llegar una hoja en blanco firmada por él a Julio Valle Castillo, dirigente sandinista, con la autorización de usarla en cualquier tipo de pronunciamiento.
En la última etapa de su vida, escribió Los autonautas de la cosmopista junto a Carol Dunlop, en 1982. El libro es el registro de la alocada expedición que ambos emprendieron recorriendo la autopista entre París y Marsella a bordo de su combi Volkswagen roja. Se detuvieron dos horas por día en los sesenta y cinco paraderos de ese recorrido, por lo que viajaron más de un mes sin salir de la autopista. Durante ese mismo año, Dunlop falleció sin conocer la obra terminada, Cortázar entró en una profunda depresión y se apresuró en publicarla.
El escritor regresó a Buenos Aires para despedirse de la ciudad con la vuelta de la democracia, a pesar de que el presidente Raúl Alfonsín se negó a recibirlo. Presentó Libro de Manuel y donó los derechos de autor a las asociaciones que defendían a los presos políticos en la Argentina. “El libro continuaba en la vida”, sostenía Cortázar, volviendo a su obra parte de la realidad política del país.
Falleció al año siguiente en París, firme en su convicción de latinoamericano y sin que nadie de la embajada argentina fuera a despedirlo. Cortázar apostó a un enfoque intercultural de la literatura, “un oficio estético-artístico de búsqueda de la perfección y de la belleza”.
“Creo que el novelista que solo vive en un campo de novelas o el poeta que solo vive en un campo de poesía tal vez no sean grandes novelistas ni grandes poetas, creo en la necesidad de la apertura más amplia, mi gran ejemplo ideal en este caso es alguien como Leonardo Da Vinci, un Leonardo que lo mismo se interesa por la conducta de una hormiga que circula por una pared y cuyos movimientos le preocupan porque no los puede comprender racionalmente y que dos minutos después está en condiciones de elaborar una teoría estética basada en altas matemáticas o emociones de perspectiva”, dijo en una entrevista en 1976. “Yo no soy Leonardo, mi plano es muchísimo más modesto, lo importante es saber guardar esa cualidad intuitiva del niño, esa virginidad de la mirada, del olfato, de los sentimientos y reforzar a lo largo de la vida con la cultura, con el paralelismo de millones de cosas que se van acumulando en la memoria, que se van entretejiendo entre ellos y que facilitan la intuición”.