Por R. Melonaro, P. Salazar, A. Arriaga Santirso y L. Martínez

“No sé por qué el periodismo le dio tanta importancia a que las sentencias hayan sido escritas en una servilleta de la pizzería Banchero”, se pregunta Jorge Valerga Aráoz, uno de los jueces que integró la Cámara de Apelaciones en lo Criminal y Correccional Federal -que juzgó a las cúpulas de las juntas militares que gobernaron de facto el país entre 1976 y 1983- para restar importancia a un episodio que, a pesar de lo que él diga, no había sido investigado en profundidad ni reconstruido en detalle.

El juicio comenzó el 22 de abril de 1985, pero las condenas se definieron a comienzos de diciembre, durante el fin de semana previo a la lectura del fallo.

En la mañana del domingo 8 de diciembre, Valerga Aráoz, Ricardo Gil Lavedra, Leon Arslanián, Guillermo Ledesma, Jorge Torlasco y Andrés D’Alessio conversaban en el Salón de Acuerdos de Tribunales cuando se dieron cuenta de que ya era el mediodía y decidieron salir a almorzar. Caminaron por Talcahuano hasta la esquina con la avenida Corrientes. Entraron a la pizzería Banchero y se sentaron en una de las mesas de la planta baja, cerca de una ventana.

Durante el almuerzo se distendieron, pero el juicio volvió a ser tema de conversación durante la sobremesa. Los jueces, que se habían comprometido a ser herméticos para que la información del fallo no se filtrara a la prensa, terminaron resolviendo las sentencias en un lugar público, a metros del Obelisco.

Treinta años después, los ex integrantes del tribunal que aún viven (Jorge Torlasco y Andrés D’Alessio han fallecido) tienen recuerdos contradictorios sobre aquel almuerzo. Mientras Ledesma sostiene que el fallo se había definido en Tribunales, “donde corresponde”, Arslanian y Valerga Aráoz afirman que las penas se terminaron de negociar en la pizzería. En la nota en video, sus testimonios sobre aquel mediodía de domingo.

Sesión de sobremesa

Los camaristas acordaron de inmediato que los absueltos serían los integrantes de la tercera Junta Militar (Leopoldo Galtieri, Jorge Amaya y Basilio Lami Dozo) y el segundo comandante de la Fuerza Aérea, Omar Graffigna. También coincidieron de forma unánime en que Jorge Videla y Emilio Massera, ambos con homicidios probados, debían ser condenados a cadena perpetua.

El desacuerdo sobrevino al momento de definir los destinos de Orlando Agosti, Roberto Viola y Armando Lambruschini, quienes tenían pocos hechos probado o ninguno. Ledesma y Gil Lavedra, a diferencia del resto, mantenían la postura de que los militares debían recibir condenas severas.

La discusión parecía no tener fin. Hasta que Arslanián se levantó de la silla y dijo: “Muchachos, esto está decidido”. Tomó una lapicera y una servilleta de papel, la desplegó y en ella escribió los nombres de los condenados y las penas respectivas“Videla: perpetua. Massera: perpetua. Viola: 17 años. Lambruschini: 8. Agosti: 4 y seis meses”Luego les pasó la servilleta a sus compañeros para que cada uno estampara en ella su firma. No volvieron a hablar sobre las condenas.

El fallo y la amistad, a la luz del tiempo

“Si hay algo de lo que me arrepiento es del monto de esas condenas”, confiesa Ledesma quien, sin embargo, reconoce que era necesario “que el barco llegara a puerto”. Hoy, en su estudio de Recoleta y con la indulgencia de los años, se permite también una broma acerca de la elección de Banchero: “Habremos ido porque éramos pobres, ninguno había ejercido todavía la profesión”.

“No queríamos dictar la sentencia el 10 de diciembre, Día de los Derechos Humanos, para que no se lo asociara con una cuestión de oportunismo”, destaca Gil Lavedra, “por eso pedimos adelantarla al lunes 9”. Ese mismo día, después de hacer públicas las condenas de los acusados, los seis camaristas se reunieron en la casa de Gil Lavedra, en el barrio de Palermo.

“Lo organizamos como se organizan estas cosas: de la nada. Soltamos tensiones contenidas por mucho tiempo y no terminamos muy bien”, recuerda Valerga Aráoz con una risa cómplice. Confiesa que aquella noche comieron y tomaron “de lo lindo”, aunque deja en claro que no fue un desahogo, porque no estaban “apretados” por nada ni nadie, sino que fue un “aflojamiento” después de tanto cansancio.

Esa noche dejaron de ser los seis camaristas y se consolidaron como un grupo de amigos. Estaban con sus mujeres, que también merecían relajarse tras vivir meses sin horarios. Compartieron anécdotas de todo lo vivido hasta la madrugada del día siguiente.

Con el alba, Arslanián salió en busca de un kiosco de diarios y revistas. De regreso a la casa, se hizo presente con cinco ejemplares de cada periódico del día. “Arslanián parecía un diariero”, dice Valerga Aráoz y agrega: “En ese momento nos dimos cuenta de las dimensiones del hecho de que formamos parte”.

Los ex jueces se reúnen hasta el día de hoy, pero ni el almuerzo en Banchero ni el destino de la servilleta suelen ser temas de conversación. De hecho, Ledesma y los demás aseguran desconocer qué pasó con ese papel que, de hallarse, podría formar parte de la colección de un museo. Un papel que quizá haya terminado en la basura.