Por Gabriela Scorzelli Valdés
En el dinámico escenario actual, las islas Malvinas se destacan como un punto crucial que requiere ser repensado. Juan Augusto Rattenbach, experto en Malvinas y con una maestría en economía aplicada, subraya la importancia vital de una política nacional centrada en el Atlántico Sur.
Más allá de la cuestión estratégica, Rattenbach señala cómo esta región podría ofrecer una salida viable a los desafíos económicos del país, y destaca también los riesgos potenciales de descuidar este territorio estratégico: “Parte de las posibles soluciones a la economía argentina está en la recuperación de nuestros espacios marítimos y los ingresos del turismo, que tiene mayor demanda en el Atlántico Sur y en conjunción con el turismo antártico”.
―¿Cómo visualizás que esta estrategia podría contribuir al desarrollo económico del país?
―Bueno, quizá lo que muchos no saben es que después de la guerra de Malvinas, los británicos pasaron de ocupar las islas y tres millas alrededor de cada una a ocupar doscientas millas del Mar Argentino. Esto hizo un cambio cualitativo en la economía colonial británica. Nuestras islas, considerando la renta pesquera y la producción dividida entre sus escasos 3.200 habitantes, tienen uno de los PBI per cápita más altos del mundo. Antes de la guerra, en los años 70, los isleños se estaban yendo porque no tenían forma de subsistir. La riqueza de las Malvinas se estima entre 1.000 y 2.500 millones de dólares al año. Estamos hablando de la riqueza argentina usufructuada por el colonialismo británico.
―Es decir, ¿uno de los ejes debería ser controlar lo que pasa en el Mar Argentino?
―Sin duda, el Mar Argentino es una de las zonas más ricas en proteína animal marítima a nivel mundial. La combinación de la pesca ilegal británica y la gran flota pesquera no regulada china da una intensa explotación del Mar Argentino. Nosotros también estamos explotando nuestros recursos, aunque es evidente que los estamos subexplotando. La pesca es crucial no solo como alimento y proteína, sino como insumo fundamental para nuestra producción energética biológica y supervivencia. Durante la pandemia, por ejemplo, en el Centro de Combatientes de La Plata se promovió la causa Malvinas incluyendo la pesca argentina en los comedores sociales. Entonces es a través de la pesca, que alimenta directamente a nuestro estómago, donde se puede pensar en la soberanía de una manera tangible y real.
―Otro de los temas que mencionás es la exportación de servicios logísticos antárticos, ¿qué implica y cuál es la posición de la Argentina?
―Ahora estamos en una especie de “Guerra Fría” sin enfrentamientos directos, pero con competencia entre Punta Arenas en Chile, el eje Río Grande-Ushuaia en Tierra del Fuego, y Puerto Argentino bajo ocupación británica. Cada vez hay más interés en investigaciones científicas en la Antártida, y los buques necesitan una parada técnica. La pregunta es: ¿dónde van a hacer esa escala técnica? El que logre ser la opción preferida tendrá una gran ventaja en términos de inversión y desarrollo de infraestructura. Hay que tener en cuenta que la logística se paga en dólares. En un contexto de escasez de divisas en nuestro país, una forma de obtenerlas es invirtiendo en infraestructura para estas paradas técnicas.
―A eso apuntaba la base naval integrada en Ushuaia empezada por el gobierno anterior. ¿Hoy sigue en pie ese proyecto?
―El proyecto sigue estando en pie, en la gestión anterior se había llegado a un convenio entre el Ministerio de Defensa y el Astillero Tandanor, por lo que no necesitamos ayuda externa y podría ser financiada localmente. Ahora bien, en abril de este año, vino Laura Richardson, la actual jefa del Comando Sur. Se hizo un acto con el presidente de la Nación y el ministro de Defensa, donde se anunció que Estados Unidos participaría en la construcción de la base naval integrada. Sin embargo, este anuncio fue desmentido verbalmente por el ex jefe de Gabinete, Posse, en el Congreso. Jurídicamente, no se firmó nada y políticamente no se confirmó. Si no avanzamos en este proyecto e invertimos en defensa, o si se evalúa desafectar los astilleros del Estado Nacional, vamos a tener problemas para construir esto. Estamos en una situación delicada porque los países avanzan y la política internacional no perdona, a diferencia de la nacional, donde puede haber cambios de gobierno o de coyuntura.
―¿Debería la Antártida tener más relevancia en la política nacional debido a la creciente escasez global de recursos?
―El desarrollo económico del sur es fundamental para considerar seriamente la recuperación de soberanía. La Antártida ya no es solo el continente del futuro, sino del presente. El agua dulce ya se cotiza en Wall Street. Hoy la mirada está puesta en lugares donde haya recursos naturales, incluyendo el Mar Argentino y la zona núcleo de la pampa húmeda. Y fíjense lo que está pasando con las tierras fértiles de Ucrania, hoy hay una guerra.
―¿Qué implica un desarrollo económico con perspectiva de soberanía? ¿Cuál es la importancia del régimen fueguino que desde distintos espacios políticos intentan eliminar?
―La economía debe impulsar un poblamiento civil que asegure presencia y ejercicio real de soberanía sobre territorios estratégicos. Hoy en día, tenemos una capacidad industrial instalada en Tierra del Fuego que pocos países poseen, especialmente en la industria electrónica. Gracias a esta ley, la 19.640 de Promoción Económica y Territorial de Tierra del Fuego, toda la provincia es una zona franca. La Isla Grande es un área aduanera especial con un régimen de promoción industrial, que incentiva a diversas empresas a instalarse allí en lugar de en provincias como Buenos Aires, Córdoba o Santa Fe. Esta política de Estado, establecida en 1972, generó una gran producción de bienes finales. Creo que quienes atentan contra la industria fueguina responden a intereses británicos que buscan una Tierra del Fuego despoblada y una Argentina desindustrializada. Brasil adoptó un régimen de promoción industrial similar al de Tierra del Fuego en Manaos, la Amazonia. Esta decisión cobra aún más sentido hoy, especialmente frente a propuestas internacionales que cuestionan la soberanía sobre la Amazonia por ser el pulmón del planeta. Este mismo debate se aplica a la Antártida y al Atlántico Sur, subrayando la importancia de la promoción económica tanto en Tierra del Fuego como en Manaos.
―Es decir, ¿podrían plantearnos desde el Atlántico Norte que una porción de nuestro país deba ser internacionalizada en pos de una agenda ambiental?
―La cuestión ambiental es parte de una agenda generacional. Sin embargo, es crucial diferenciar entre la preservación ambiental con perspectiva de soberanía y una mirada colonial del problema. En el Atlántico Norte, plantean que ellos pueden contaminar y compensar promoviendo medidas ambientales en el Sur. Un ejemplo es la declaración unilateral del Reino Unido en 2024 de una zona de prohibición de pesca en Malvinas para preservar la fauna del Atlántico Sur, promocionando como una protección mayor que la de Gran Bretaña misma. Esto es un claro caso de ecocolonialismo. El objetivo es que no nos desarrollemos económicamente y permanezcamos tan preservados que nos convirtamos en una tierra prometida para el norte cuando su situación sea insostenible. Esto se traduce en pobreza, ya que el modelo de exportación de materias primas que nos imponen no es viable para nuestra población.
―¿Cómo se podría construir una política de Estado considerando que la grieta también afecta el tema de Malvinas?
―La grieta también atraviesa Malvinas, pero no es una grieta del pueblo argentino, es de la dirigencia. Por eso, para mí la solución es la malvinización, cuanto más se movilice el pueblo argentino, mayor será el interés, lo que llevará a una mayor necesidad de control y comprensión de las políticas públicas relacionadas con el tema. Es crucial incorporar la importancia de la recuperación de Malvinas para nuestro país.