Por Carola Scialabba
La figura de Jacobo Timerman marcó una etapa del periodismo en la Argentina. En la búsqueda de la excelencia, el creador de la revista Primera Plana, Confirmado y La Opinión y director de La Razón no toleraba la mediocridad, bregaba por mostrar la verdad y reivindicaba el profesionalismo. Javier Timerman tenía 15 años cuando su padre fue llevado preso por el Ejército, en 1977, y terminó su educación exiliado en Israel junto a su familia. Hoy, a los 63 años, es un reconocido economista. “Mi padre tenía la capacidad de realmente humillar a alguien cuando sentía que no estaba dispuesto a dar todo por la profesión”, afirma.
-¿Cómo era Jacobo Timerman fuera de la figura pública?
-Su reputación como periodista, editor y creador era totalmente diferente al comportamiento en mi casa; fue una persona muy cariñosa y muy dura, pero no con la familia, lo que es casi contradictorio. Si yo tenía que pedir algo, acudía a él porque sabía que era fácil y me daba todo lo que quería. Él imponía mucha autoridad, pero no la ejercía en la casa. Sabíamos que era una persona temida en las redacciones.
-¿Existe una figura como tu papá en la actualidad?
-Sinceramente creo que mi padre fue el mejor periodista de la historia argentina. Lo considero a partir de los resultados, de cómo interactuaba y cómo escribía. Era muy completo en todo lo que hacía: buen cronista, buen escritor de opinión y gran editor y creador de medios. Hoy en día es difícil encontrar eso, aunque también los medios son diferentes.
-¿En qué sentido?
-Es difícil comparar el periodismo que hacía mi padre con el actual: ya no se hace más en la Argentina y muy poco en el mundo. Tenía una gran capacidad creativa para entender el momento por el que estaba pasando una sociedad y crear un medio acorde; hoy creo que la creatividad pasa por otros carriles. Era disruptivo para la época. El periodismo de hoy está muy prostituido; antes, uno trabajaba en un medio y tenía una muy buena vida con ese solo trabajo, no existía tener dos.
-¿Cómo fue la relación de tu padre con los distintos periodos dictatoriales?
-Es muy difícil juzgar con los ojos de hoy por lo que vino después con la última dictadura. El golpe militar que derrocó a (Arturo) Illia fue apoyado entusiastamente por todos los medios periodísticos y también por muchos actores políticos. Eran momentos en los que el partido militar tenía un rol y la gente, los periodistas y los políticos interactuaban con ese poder, pero tratando que fuera lo más democrático posible y llevara a salidas democráticas. Eso es lo que mi padre pensaba en aquel momento. El Ejército no era una línea homogénea, tenía diferentes vertientes: algunas más reaccionarias, más antisemitas, más dictatoriales y otras que buscaban una apertura. Mi padre siempre apoyaba a los grupos militares que buscaban salidas democráticas.
-¿Creés que hubo errores?
-Mirando en perspectiva, hubo un montón y claramente mi padre también se ha arrepentido. Pero como una vez dijo (el periodista Horacio) Verbitsky, “fue uno de los muchos que apoyó al golpe militar de 1976 y uno de los pocos que lo combatió” cuando empezó a convertirse en un régimen genocida.
-¿Cómo vivieron ustedes la persecución política?
-A los 15 años no sabía que se corría ese peligro: mi padre era una persona muy omnipotente y siempre nos trataba de inculcar seguridad. Si bien había pasado una infancia con miedo, habían puesto una bomba en mi casa y había secuestros. La realidad es que mi padre sabía que estaba en peligro porque se rumoreaba que lo iban a arrestar. Un día vino a mi casa y le dijo a mi madre que era mejor que nos fuéramos del país, pero que él se iba a quedar a esperar. En la madrugada del 15 de abril de 1977, golpearon la puerta, entraron quince hombres de civil con armas largas, nos mandaron a cada uno a nuestras habitaciones, mi padre se vistió y se fue con ellos.
-¿Cuál fue el proceso de “Preso sin nombre, celda sin número”?
-Él escribió este libro y tuvo mucho éxito, se hizo una película y pasó a ser una persona muy emblemática en la lucha por los derechos humanos en el mundo. El gobierno militar pasó a considerarlo una especie de enemigo, el número uno en la campaña anti-Argentina, el que más influencia tenía. El libro había causado un impacto fenomenal y la comunidad judía también impulsaba mucho su figura. Entonces, el gobierno argentino buscaba constantemente formas de deslegitimar la campaña que hacía mi padre afuera contra la dictadura. Para eso usaron desde miembros de la comunidad judía local hasta periodistas, todos influenciados por el régimen.
-¿En qué consistió el destrato por parte de cierto sector de la Argentina?
-Hubo dos eventos que muestran lo que hizo el periodismo en esa época. La asamblea de la SIP (Sociedad Interamericana de Prensa) de 1980 en San Diego invitó a mi padre a disertar. Al llegar, los medios y periodistas argentinos que iban como miembros de la sociedad se oponían a que hablara porque decían que ya no era argentino, porque le habían quitado la ciudadanía. A pesar de eso, mi padre habló y le dijo a Claudio Escribano, director de La Nación: “No te piden tanto los militares, Claudio”. Y siguió: “Yo no vengo a hablar de mí y ustedes están obsesionados conmigo. Yo vengo a hablar de los 100 periodistas desaparecidos que hay en la Argentina”. Al año siguiente, la Universidad de Colombia otorgó premios a ocho periodistas relacionados con Latinoamérica. Cuando mi padre fue premiado, el resto renunció al premio a modo de protesta.
-¿Qué reflejan los trabajos de tu padre?
-El compromiso con el ideal y las ideas, los valores y la creatividad puestas al servicio de los lectores. Eran medios que uno esperaba con ansiedad para entender lo que estaba pasando en el país y en el resto del mundo. Incluso hoy, si leés un ejemplar de La Opinión, explica mucho sobre la Argentina. Mi padre sentía un compromiso muy fuerte en dar información a sus lectores, tenía una capacidad sorprendente y una valentía enorme. Estaba dispuesto a cualquier cosa por sus ideas.