Por Luisina Arozena Bellisario
No vayas a atender cuando el demonio llama no es sólo el título del sexto disco de Lali Espósito. Es una advertencia, sí, pero también una declaración de principios, una catarsis sonora, una obra conceptual que la muestra más libre, provocadora y argentina que nunca. Y, posiblemente, es el mejor disco de su carrera.
No se trata sólo de un álbum con producción impecable y muy buena calidad sonora, sino de un viaje narrativo y emocional que arranca desde su propia historia. Porque este disco no se entiende sin Lali. Y Lali no se entiende sin ese recorrido que empezó a los ocho años, cuando apareció en la tira televisiva Rincón de luz, y que siguió con Floricienta, Chiquititas, Casi Ángeles, toda una vida creciendo frente a las cámaras. En No vayas a atender…, toma ese pasado y lo resignifica: lo convierte en parte del relato.
Este nuevo trabajo es la síntesis de una energía que viene gestándose hace años: una maduración artística y personal que la encuentra en su versión más jugada. Lo dejó claro desde el vamos: quiere ser una popstar argentina. Y con este disco, lo consiguió. No es casual que el álbum arranque con una suerte de introducción hablada, teatral, ni que juegue con samples, voces y climas que remiten tanto al teatro como a la televisión. Todo está ahí por algo. Todo arma un concepto.
La argentinidad se le escapa por los poros: en las letras, en las referencias culturales, en las colaboraciones. Desde los guiños a íconos populares hasta las participaciones de Duki, Dillom y Miranda! Incluso hay un sample de “Estoy verde (No me dejan salir)”, de Charly García, que no es sólo un gesto nostálgico, sino una reafirmación de que el pop en Argentina no tiene por qué negar al rock: puede transformarlo.
Cada canción es un mundo. En “No me importa lo que digan de mí”, Lali canta con furia, como si estuviera rompiendo cadenas. En “Fanático”, explora la obsesión con una intensidad casi teatral (tema que, además, obtuvo tres nominaciones a los Premios Gardel 2025). “Sexy” es directamente una explosión de deseo, donde se celebra la libertad sexual y se abraza la sensualidad queer sin vueltas ni etiquetas. También hay lugar para la vulnerabilidad: “No hay héroes” y “Morir de amor” son dos de los temas más introspectivos y dolidos del disco. Lali no tiene miedo de abrirse, ni de hablar desde el dolor.
Musicalmente, el disco se apoya en una estética electropop con sabor local: sintetizadores ochentosos, guitarras crudas y una influencia directa de bandas como Babasónicos.
“No tengo el sueño americano, tengo el sueño argentino, yo quiero ser una popstar argentina”, declaró Lali en una entrevista para Radio One. Y con su último disco se posiciona como una artista con identidad propia, capaz de jugar en la liga del mainstream sin perder su esencia. Una artista que puede ser popstar y rockstar a la vez, sin pedir permiso ni dar explicaciones.
El mensaje del álbum también es político. Lo es en su tono, en su decisión de no buscar la aprobación del algoritmo, en su libertad para hablar de lo que quiera. En los últimos años, su figura creció no sólo por la música, sino también por cómo se planta en lo público: defendió el aborto legal, visibilizó causas LGTB+, se mostró comprometida con las luchas sociales. Y si algo terminó de moldear esa postura fue su conflicto público con Javier Milei. Aquellos cruces —que incluyeron insultos, burlas y ataques en redes sociales por parte del propio presidente— no la silenciaron: la encendieron. Lali declaró que ese enfrentamiento le dio el impulso para hacer un disco mejor del que pensaba hacer. Esa tensión política se transformó en gasolina creativa. El resultado no es un disco militante, pero sí uno con una postura firme, cargado de convicción, identidad y resistencia pop.
Durante el show que dio en el Quilmes Rock este año, dejó una respuesta clara a quienes se preguntan si esto es rock: tocó con banda en vivo, con distorsión, con presencia escénica. Porque, en definitiva, el rock no es un género: es una forma de pararse frente al mundo. Y Lali se para con fuerza, sin pedir permiso.
“No quiero morirme de amor de nuevo, pero creo que hoy apuesto todo por vos”, canta en “Morir de amor”. Y aunque no se menciona directamente, es imposible no leer en esa línea un guiño a su relación con Pedro Rosemblat: una historia de amor que también es política, y que aparece en el disco como una sombra tierna y realista.
Este disco es un salto. No sólo en sonido, sino en narrativa, en estética, en coraje. Lali entendió que no tiene que elegir entre lo popular y lo profundo, entre el hit radial y el mensaje incómodo. Puede ser todo eso. Y más.
No vayas a atender cuando el demonio llama no es una advertencia: es una invitación. Y Lali no sólo atendió: puso el teléfono en altavoz, abrió el estudio y convirtió esa llamada en un disco poderoso, honesto y brillante. Porque a veces, para hacer arte de verdad, hay que mirar al demonio de frente y decirle: “Vení, que te uso de inspiración”. Parece que todo llega. Y finalmente, Argentina está viendo crecer a la artista pop más destacada de su historia.