Por Emma Coria Maiorano, Juana Ortmann y Ámbar De Elía
Desde 2015, la estación AMIA del Subte B, una de las líneas que más pasajeros transporta por día, sumó a su nombre el nombre el de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), en conmemoración del atentado terrorista que sufrió la sede el 18 de julio de 1994 a las 9:53 de la mañana. Los nombres de las víctimas están plasmadas en una pared negra similar a la original, ubicada en la AMIA, y busca darle identidad e inmortalizar a quienes murieron aquel día.
La estación recibe a miles de pasajeros al día que se dirigen a diferentes destinos, pero tiene una particularidad contraria al ajetreo cotidiano: el tiempo está detenido en un único reloj instalado entre las dos vías que marca las 9:53; el aparato funciona, pero los minutos no corren. Desde el día del atentado, el tiempo se detuvo. Las paredes de la estación fueron intervenidas por diferentes artistas gráficos, entre los que se destacan Liniers, Fontanarrosa y Tute, que crearon viñetas de sus personajes icónicos con el objetivo de concientizar. Sobre los azulejos blancos se suma la letra de la canción “La memoria”, de León Gieco.
Antes de ingresar a los andenes, entre la boletería y los molinetes, hay un espacio dedicado a las víctimas del atentado. “No queremos nada menos que la verdad, no exigimos nada más que justicia”, dice la frase final del texto. A un lado se lee la traducción en inglés. “Estación de la memoria”, remarca un cartel por fuera del espacio. Esta estación desemboca en el barrio de Balvanera, más precisamente en el cruce Corrientes y Pasteur, a 300 metros de la AMIA.
La Asociación Mutual Israelita Argentina fue fundada en 1894 por un grupo de inmigrantes de origen judío. Una de sus principales acciones fue crear un cementerio comunitario para la colectividad. Los primeros inmigrantes pudieron cumplir, en la tierra que los albergó, con las leyes y costumbres milenarias que rigen la historia y las tradiciones de la comunidad, vinculadas con el momento del fallecimiento de un ser querido.
Con la llegada de los sucesivos contingentes migratorios, las actividades de AMIA crecieron y se diversificaron. A partir de 1920, con el aumento de la población judía y su progresiva integración a la sociedad, la institución se convirtió en el espacio de articulación y participación de esa comunidad en la Argentina. La pujanza de su desarrollo quedó reflejada cuando abrió sus puertas, en 1945, su histórica casa de Pasteur 633. AMIA fue la matriz generadora de importantes iniciativas, como el Consejo Central de Educación Judía, la Federación de Comunidades Judías de la Argentina y la Fundación Tzedaká, entre otras.
El recorrido en memoria del atentado comienza en la esquina de Pasteur y Corrientes, con distintos signos que buscan mantener vivo el recuerdo de las vidas que se llevó la explosión en la AMIA. Sobre el asfalto hay placas grabadas con los nombres de las víctimas y un código para escanear y conocer más detalles. También aparece un cartel verde escrito en rojo con la leyenda “Mi memoria no se vende” que, a diferencia de las placas, no es una acción de la institución, sino un acto espontáneo de empatía social.
A la altura de la calle Tucumán se observa de lejos el móvil policial ubicado en la puerta del actual establecimiento de la AMIA, inaugurado el 26 de mayo de 1999, cinco años después del atentado. Reabrió oficialmente sus puertas a las 9:53, la misma hora en que explotó la bomba, bajo el lema “Por la justicia y por la vida”. La entrada es restringida y no se permite tomar fotos a la puerta. Pero entre el tránsito, el cotillón fosforescente de los locales cercanos y las caminatas apresuradas, el edificio es impactante. Por fuera, sobre una pared negra y por encima de los nombres de las víctimas, se lee: “Recordar el dolor que no cesa”.
Año tras año, la institución desarrolla diversas acciones para recordar y pedir justicia. El 13 de junio de 2006, AMIA inauguró su nueva sede, ubicada en Uriburu 650, donde funciona el Centro Integral de Adultos Mayores (CIAM), el área de Servicio Social, Infancia, Discapacidad, Voluntariado, el Servicio de Empleo AMIA y el Programa Valor.
Este barrio concurrido, donde abundan los comercios, los precios convenientes, el tránsito y los transeúntes, es una zona que no olvida y mantiene su memoria viva. La AMIA está de pie todos los días sobre la calle Pasteur, exigiendo justicia e inmortalizando a sus víctimas.