Por Carmela Melón Gil
Con más de veinte títulos publicados, Walter Lezcano se consolidó como una figura clave de la literatura argentina contemporánea. Nacido en Goya, Corrientes, y criado en el conurbano bonaerense, este escritor, poeta, ensayista, periodista y docente encontró en las palabras una herramienta para procesar el mundo y narrar historias que resuenan tanto en lo íntimo como en lo universal. Su obra transita por la narrativa, la poesía y el ensayo, con una marcada conexión con la música, como él mismo afirma: “Para mí todo siempre estuvo relacionado con la música, con el sexo, con las lecturas, con el éxtasis, con todo lo que implica una vida alrededor de buscar momentos aventureros”. Lezcano cuenta que la escritura surgió en su vida como un refugio, una forma de entender el dolor desde su infancia y convirtió su amor por la música en una inspiración literaria. Y habla sobre la manera en que su oficio se mezcla con las vivencias personales para crear textos profundamente humanos.
—¿Cuál es tu primer recuerdo relacionado con la literatura?
—Mi primer recuerdo es leer. Según mi vieja, empecé a leer solo antes de entrar al colegio. Cuando encontré la lectura sentí que había encontrado algo muy impresionante. Me podía sentir acompañado y podía entrar en la vida de otra forma. Encontré en la lectura una vida, un mundo grande, amplio, extenso y pude liberar un poco esas ideas también de ser el nuevo, de estar solo y un montón de esas cosas.
—¿En la época del colegio la pasaste mal?
—La pasé mal porque era una escuela técnica doble escolaridad, todo varones. Era como El marginal, pero en la vida real. Era una guerra de todos contra todos. Varones y pobres encerrados ocho horas.
—En qué momento entró la escritura en tu vida?
—Cuando tenía cerca de 10 años. Por esa época yo me puse en pareja con una vecina y cuando me dejó me puse a escribir poesía para tratar de contar cómo me estaba sintiendo, cómo vivía la ruptura. Me puse a escribir y racionalizando ese momento mucho tiempo después, me di cuenta de que lo que yo quería era entender qué me pasaba, porque era un tipo de dolor nuevo. No entendía por qué me sentía tan mal y de esa manera, no lo podía hablar con mi vieja o no lo quería hablar, pero quería procesarlo de alguna manera. Me acuerdo de que muy poco tiempo después de empezar a escribir me pude olvidar de esa chica, pero seguí escribiendo poemas de dolor y adolescentes, me sirvió en ese sentido, descubrí ahí una herramienta, una manera de vincularme con el mundo de otra manera. Siempre estuve con mi vieja y siempre en lugares medio pesados, entonces no tenía la opción de hablar, de ir al psicólogo, de que te pregunten cómo te sentís, no había nada de eso, uno se tenía que ir buscando sus herramientas solo.
—Esos escritos, esos poemas que escribiste después de esa ruptura de niño, ¿los mostrabas abiertamente? ¿Te sentías escritor, o era algo secreto?
—Era un súper secreto porque vivíamos en lugares muy pobres y es por eso también que relacionaba lo que te decía de la escuela secundaria con El marginal, porque hay lugares muy pobres donde no decís a qué te dedicas o qué hacés. En esa época, a finales de los 80, la sociedad no estaba deconstruida, entonces, si mostraba un poco de inclinación a la poesía, me trataban de puto o de maricón, entonces formó parte más que nada de una supervivencia personal, y mi salud, y mi integridad física, era mi vida secreta, pero también rápidamente me di cuenta de que tanto la lectura como la escritura iban a ser para siempre. Cuando empecé a escribir no tenía la idea de publicar, ni de ser escritor, ni nada de eso, estaba muy unido con lo íntimo, lo privado y con cómo vivir mi vida.
—¿Te resulta más sencillo a la hora de escribir partir de alguna experiencia personal o distanciarte de vos?
—Yo estoy escribiendo todo el tiempo, todos los días y esto está tan integrado a mi vida que en un punto, cuando un texto empieza a tomar forma también hay un momento en donde me doy cuenta de que lo quiero terminar. Pueden haber pasado unos meses desde el comienzo del proyecto, unos días o unos años. A partir de ahí le doy hasta el final y en muchos momentos del proceso, cuando ya estoy encarando para terminar, se empieza a confundir lo que yo viví, lo que imaginé, lo que exageré y llego a un punto en donde solo estoy pensando en el libro. No estoy pensando en qué tan cercano es lo que escribo con respecto a lo que viví, entonces directamente me olvido de eso y me concentro en el texto, en la creación, en la imaginación, en las palabras, en la música. Se va corriendo de lado esa distinción entre la vida real y la literatura y me concentro muchísimo más en el texto que estoy escribiendo, pero siento que todo entra, incluso cuando digo “todo”, no es solamente lo que efectivamente hice y viví, sino también lo que imaginé, lo que pensé, lo que pensé que podía ser y no fue. Para mí es todo biografía.
—Leyendo lo que hiciste con Él Mató a un Policía Motorizado y con Andrés Calamaro, se ve que tu literatura es muy musical, ¿en qué momento del proceso uniste la escritura y la música?
—Estuvo desde el comienzo. Me sale natural incluirlo dentro de lo que viven mis personajes, lo que quiero pintar, el mundo que quiero reflejar, todo el universo que quiero que emerja en el texto, que florezca. Para mí todo siempre estuvo relacionado con la música, con el sexo, con las lecturas, con el éxtasis, con todo lo que implica una vida alrededor de buscar momentos aventureros. La música siempre estuvo ahí como ingrediente natural que habito constantemente. Nunca hubo duda sobre la música, como condimento literario, como mundo a explorar, como territorio a transitar.
—Si tuvieras que elegir una banda sonora para tus libros, ¿cuál sería?
—Para cada proyecto, cuando estoy en esta etapa de que lo quiero terminar, que agarro envión para ir hasta el final, me armo una playlist para acompañar el proceso de escritura final. Siempre va variando de libro al libro porque necesito eso, entonces cuando escribí sobre Él Mató…, no los escuchaba a ellos, ni siquiera en el motor, escuchaba mayormente bandas de La Plata, por ejemplo. Cuando estaba haciendo lo de Calamaro, escuchaba las bandas que le gustaban a Calamaro, cuando hice el libro de Lou Reed eran bandas de Nueva York de los 70, siempre va variando, pero siempre tengo que tener la compañía musical apropiada para este proyecto. Me importa mucho eso, porque se va filtrando en la escritura aunque no parezca. Es un trabajo de selección, de curaduría, de buscar con qué se corresponde lo que estoy escribiendo, con esas canciones que están muy bien elegidas. Me lleva mucho tiempo elegirlas, todos los libros tienen su playlist.
—¿Qué estás escribiendo ahora?
—Estoy en una banda de rock que se llama Semilla Negra y estoy terminando los textos de las canciones que estamos grabando. También estoy terminando un librito de poemas que sale el año que viene por Santos Locos y estoy haciendo una biografía del letrista argentino Marcelo “Cuino” Scornik y estoy ahí con la novelita, que la terminaré en veinte años, supongo.