Por Magalí López Barreiro
Luego de ser cesanteada como encargada en el edificio en el que trabajaba, Marisa Toconás se puso a coser tapabocas que actualmente tienen una insólita vidriera: la de una tintorería.
La mayoría de quienes viven en el edificio donde trabajaba son personas mayores y de riesgo. La administración, entonces, le dijo que dejara de ir y que cobraría medio sueldo. Sin embargo, como el dinero no alcanzaba, decidió hacer y vender barbijos con distintos diseños.
Pero lo suyo no son las redes sociales, por lo que empezó a exhibirlos en la tintorería de su tía, ubicada en el barrio porteño de San Cristóbal. El local, pegado a un banco, fue una gran elección ya que, sin ninguna promoción, asegura ella, la venta funciona a la perfección.