Por A. Hoszowski, M. Bello, P. Marín Moreno y J. Mancinella
Gabriela Villar muy pocas veces pierde la sonrisa, por más que asegura que aún arrastra secuelas psicológicas de cuando estuvo secuestrada en los centros clandestinos de detención (CCD) La Perla y Campo La Ribera, en Córdoba, desde noviembre de 1977 hasta abril de 1978, y en la cárcel de Devoto hasta su liberación en 1981. “Lo que te queda de por vida es la ansiedad de lo imprevisible”, dice en el living de su casa de General Pacheco, donde vive junto a su hija Ana, de 19 años.
Durante la campaña electoral de 1973, Villar empezó a militar en el Partido Socialista de los Trabajadores (PST) en Bahía Blanca, su ciudad natal. Un año más tarde, en un acto de la izquierda, fue herida de un balazo por la Triple A. “Eso marcó un poco el itinerario”, cuenta. Luego tuvo que irse a La Plata porque los militares la habían empezado a seguir.
Gabriela Villa, en su juventud. Foto: gentileza Gabriela Villar
En la capital bonaerense, Villar se puso de novia con el delegado de una petroquímica que era buscado por los militares por su actividad sindical. Por ese motivo, en septiembre de 1977 se mudaron a Córdoba. Dos meses después, ya separada, Villar se mudó con tres amigas compañeras del PST, Susana Ammann, Mónica Leúnda y Bibiana Allerbon.
La noche del 9 de noviembre de 1977, Villar entró a su departamento y se encontró con Ricardo Lardone, Luis Manzanelli y Gino Padovani, pertenecientes al Ejército. Le mostraron los periódicos del partido y la interrogaron. Luego le vendaron los ojos y la llevaron a un cuarto donde fue violada por uno de ellos. El resto de la noche se quedaron esperando la llegada de sus compañeras. En el transcurso de las siguientes dos horas llegaron Susana Ammann y Mónica Leúnda, y los militares inmediatamente las subyugaron y las subieron a un auto. Bibiana había sido secuestrada en la calle dos días antes. Sentada al lado de Villar, Susana le dijo en voz baja: “Nos están llevando a La Perla”.
“Cuando llegamos a La Perla pude ver botas de militares por debajo de mi venda”, dice Villar. “Me sentí aliviada al saber que estábamos en una dependencia militar”. Las amigas fueron llevadas a las oficinas, donde las mantuvieron incomunicadas, con los ojos vendados y durmiendo sobre colchonetas. Desde su arribo sufrieron constantes torturas, como la picana eléctrica y golpizas. De todos modos, Villar asegura que, de todas las torturas, ”la peor era la psicológica”.
El 18 de noviembre de 1977, después de pasar nueve días secuestradas en La Perla, las amigas fueron trasladadas juntas al campo de detención La Ribera, ubicado en el barrio San Vicente de la ciudad de Córdoba. En abril de 1978 Villar se reencontró con sus compañeras cuando fue trasladada a la Penitenciaría de la provincia. Luego las llevaron a la cárcel de Devoto hasta que, en 1981, recuperaron la libertad. Bibiana Allerbon se fue a Alemania y Mónica Leúnda a España, mientras que Susana Ammann y Villar se quedaron en el país con “libertad vigilada”: tenían que presentarse ante las autoridades todas las semanas.
En 1982 Villar fue a la comisaría de Bahía Blanca para reportarse como lo hacía de manera habitual. Para su alivio, esta vez el oficial le informó ya no era necesario que se siguiera presentando. “Para mí eso fue la libertad. Ya tenía 27 años. Corrí desde la avenida Alem hasta la casa de mis tíos. No podía dejar de llorar. Ahí sentí que era libre.”
Ni Villar ni sus amigas tuvieron la oportunidad de declarar en 1985, en el Juicio a las Juntas. Pero en 2014 Villar volvió a Córdoba para declarar en la Megacausa La Perla. En la sala de audiencias cruzó miradas con uno de sus torturadores, Carlos Alberto Díaz, suboficial de Ejército especializado en inteligencia e imputado por 683 delitos, entre privaciones ilegítimas de la libertad, imposición de tormentos y homicidios. “Él esperó a que lo viera”, dice Villar. “Él está en la cárcel, pero sigue tratando de amedrentar”. Villar, de todas maneras, declaró.