Por Mariana Pizzul
El domingo 11 de agosto, Mauricio Macri sufrió un fuerte golpe tras perder las PASO por 15 puntos contra el actual candidato por el Frente de Todos, Alberto Fernández. Su derrota no sólo evidenció el poco acompañamiento del electorado a las políticas de su gobierno, sino que también puso en discusión el presente y futuro de la coalición Juntos por el Cambio (ex-Cambiemos), que supo desarrollarse como fuerza electoral de cara a las elecciones de 2015 y mantenerse ensamblada durante cuatro años de gestión.
Sin embargo, durante los últimos meses empezó a evidenciar signos de desgaste. Si bien antes de las PASO los espacios que integran Cambiemos habían ratificado el rumbo de la coalición, la derrota abona un escenario cargado de incógnitas sobre lo que pasará luego del 27 de octubre, tanto con la alianza en sí como con el PRO, su principal socio y estratega.
En 2015, por primera vez en el país una fuerza política de centroderecha llegó al poder a través de elecciones libres. La coalición Cambiemos, que tiene al Partido Republicano (PRO) como socio principal junto a la Unión Cívica Radical (UCR), la Coalición Cívica y otros partidos menores, se constituyó desde la oposición al kirchnerismo y logró colocar en el gobierno a su candidato, Mauricio Macri, así como a un importante número de cuadros políticos en el nivel subnacional.
La iniciativa de formar un espacio capaz de arrebatarle poder al Frente para la Victoria, que llevaba a Daniel Scioli como candidato, había surgido del mismo PRO, una agrupación hija de la crisis de 2001 que desde 2007 se había afianzado en la ciudad de Buenos Aires. Su principal artífice, Mauricio Macri, había construido un espacio de poder alternativo al kirchnerismo atrayendo políticos de larga data, técnicos y especialistas. En 2015 decidió replicar la experiencia de CABA en todo el país.
Con un claro pragmatismo a la hora de negociar alianzas, Macri alentó la conformación de la coalición Cambiemos, donde la UCR y la Coalición Cívica aportaron sus propios recursos políticos en cada uno de los niveles de gobierno. Lo hicieron de manera desigual, pero de acuerdo con los requisitos que se precisaban para asegurarse el triunfo. Según el sociólogo Gabriel Vommaro, el PRO se encargó de definir el programa y la estrategia política, mientras que la UCR proveyó un anclaje territorial que el otro, en ese entonces un partido vecinalista anclado en CABA, no tenía.
Pero las coaliciones electorales que se convierten en coaliciones de gobierno precisan de una distribución equitativa de poder para subsistir como tales. ¿Logró Cambiemos avanzar en ese sentido? Facundo Cruz, politólogo y autor del libro “Socios pero no tanto”, explica que el funcionamiento de la coalición de gobierno fue inestable y que el PRO sólo mostró a sus socios en épocas de crisis para disipar rumores de ruptura. “Las mesas políticas se armaron y desarmaron todo el tiempo, el proceso de toma de decisiones no funcionó”, explica.
Como socio principal, el PRO colocó desde el inicio de la gestión a sus cuadros del gobierno de la ciudad y del mundo empresarial, dejando poco espacio para la UCR, lo que produjo marcadas tensiones y reclamos. “Sin embargo, sí fueron efectivos como bloque en el espacio legislativo, así como en el nivel subnacional”, contrasta Cruz.
La coalición supo mantenerse ensamblada durante los cuatro años de gobierno, pero comenzó a evidenciar grietas irrecuperables después de la derrota de las PASO. “A medida que hubo problemas, el Presidente se cerró en los suyos y no se escucharon voces por fuera, lo que generó la rispidez que se ve hoy”, explica Cruz, y agrega que la única excepción puede ser Elisa Carrió, que es recibida asiduamente por el Presidente aunque en carácter personal, jamás como parte de la Coalición Cívica. “Hoy se mantienen juntos porque así armaron las listas y porque, más allá de las diferencias, la UCR debe asegurarse recursos políticos y acceso a la Legislatura. Nada más que eso”, agrega.
Según el politólogo, el escenario es de tal gravedad para el gobierno que está sufriendo un proceso de disgregación y repliegue de los intendentes de la Unión Cívica Radical hacia los municipios. “Los cuadros políticos del interior sólo quieren salvar el territorio ganado”, explica, “ya no hay alineamiento nacional, todos los intendentes comenzaron su campaña y Macri recién empezó la suya en la primera semana de octubre”.
El PRO, por su parte, parece mostrar sus grietas puertas adentro. Las relaciones entre la gobernadora de Buenos Aires, María Eugenia Vidal, y Mauricio Macri se tensaron tras la derrota en las PASO. Allí Vidal perdió por más de 17 puntos contra el ex ministro de Economía Axel Kicillof. La gobernadora responsabiliza al jefe de Gabinete, Marcos Peña, de la derrota electoral en la provincia y de no haber permitido un desdoblamiento de las elecciones.
Vidal no es la única que culpa al jefe de Gabinete por haber cercado al Presidente. “Cuando se creó el PRO, el encargado de ensamblar políticamente a los variados sectores que incluía el espacio fue Horacio Rodríguez Larreta, que se quedó en Ciudad”, explica Cruz. “A Peña le tocó hacer lo mismo en Nación, pero no tenía contactos ni capacidad de mediar. Derrotado Macri, derrotado el proyecto, Peña cae”, sentencia el politólogo.
¿Dónde van las coaliciones cuando pierden?
De cara a las elecciones generales, una de las preguntas más frecuentes es cuál será el destino de la coalición gobernante una vez que termine el proceso electoral. En caso de perder, ¿logrará mantenerse junta y articularse como coalición de oposición? ¿O sobrevendrá un regreso a las antiguas identidades partidarias? “Generalmente, cuando las coaliciones pierden la presidencia tienden a desarmarse –indica Cruz–, por eso no le veo futuro a Cambiemos”.
Una nota publicada en La Nación el 8 de septiembre avizora el futuro de las fuerzas políticas de forma disgregada y explica que desde el radicalismo ya imaginan una etapa posmacrista sin amplias repercusiones para el espacio centenario. Según ellos, el fracaso de gobierno será enteramente atribuido a las figuras del PRO y los radicales conservarán sus bastiones provinciales y municipales. En otras palabras, sabrán custodiar sin pena ni gloria el capital político que habían aportado en un inicio.
Resta saber cuál será el derrotero del PRO, un partido que en 18 años de existencia no conoció más que triunfos electorales y que hasta este año no había dejado de ampliarse. Una eventual derrota en el plano nacional obligará a una reestructuración en la que se definirá la continuidad de las alianzas. Uno de los escenarios es un posible alineamiento con los radicales que conserven el poder en provincias como Jujuy, Corrientes y Mendoza, además de una serie de acuerdos con ellos en el ámbito legislativo. El otro, un repliegue hacia el interior del primer y único bastión que puede quedarle al PRO: la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
En este último caso, los principales dirigentes del espacio deberán repensar una forma efectiva de realizar ese repliegue y desde allí volver a allanar el camino al poder. “La conducción quedará en manos de Larreta, que en estos momentos es el único con chances de ganar y además ha demostrado ser unificador”, explica Cruz. “En sus filas va a incorporar a Vidal pero no a Macri. No creo que ni el Presidente ni Peña tengan futuro político después de octubre”.