Por Dionisio Gadano
Durante el último año, la necesidad de medidas para contener el avance de un virus desconocido y muy contagioso ha hecho que los profesionales de la salud y los políticos sean el principal centro de atención. Esas dos profesiones definen hoy a Daniel Gollán, médico y ministro de Salud de la provincia de Buenos Aires, quien aparece con frecuencia en el foco de los medios. Pero mucho antes de estar en el centro de atención, este sanitarista ya tenía el título de militante.
Gollán nació en 1955 en José de la Quintana, Córdoba, pocos meses después del exilio de Perón, mientras su padre trabajaba en la construcción de una planta. Como relató en una entrevista con José Luis Di Lorenzo, allí creció en la era de la proscripción: “Perón prohibido, Eva prohibida, el Che Guevara prohibido. Todo eso haría que más tarde empiece a preguntarme por qué se valorizaba tanto lo que era externo y por qué se ocultaba lo que era parte de nuestra historia“.
En 1961 su familia se mudó a Santa Fe, donde comenzó a sentirse más atraído por la militancia. “Cuando tenía 14 o 15 años estuve en la movilización donde mataron a Adolfo Bello. Poco después presencié el Cordobazo y el Rosariazo. Se fue generando una necesidad de empezar a entender por qué pasaban esas cosas”, explicó.
Con el regreso de Perón al país, el joven Gollán, un flaco de más de un metro ochenta, comenzó a estudiar Medicina en la Universidad Nacional de Rosario. La época se caracterizó por una explosión militante de la que formó parte desde la Juventud Universitaria Peronista (JUP). Los trabajos en los barrios con los Curas del Tercer Mundo le hicieron plantearse la salud de una forma integral, distante de la clásica definición de “ausencia de enfermedad”. “Hablar de salud es incluir la calidad de vida, la educación, la cultura, el agua potable, las cloacas. Es lo que hace a la calidad de vida de una persona y a su capacidad para enfrentar la cotidianidad del ciclo vital de la mejor manera posible”, se explayó el médico en una entrevista con La Voz del Interior.
La época que Gollán definió como “una caldera de generación de militancia” finalizó con la dictadura militar. El 26 de julio de 1976, su participación activa en la JUP lo llevó a ser secuestrado mientras dormía. Pasó meses de torturas que luego le dejarían cicatrices y hasta un marcapasos. Tras cuatro años preso, logró exiliarse en Alemania.
La detención y el dolor no frenaron su militancia, sino que la potenciaron: “La tortura se puede pasar en forma digna. Yo pude hacerlo y hoy estoy con más fuerzas que antes“, dijo. Regresó al país y se recibió en 1988. Quienes militaron con él por esa época lo definieron como “un tipo que se destacaba por sus pensamientos claros, su laburo en el distrito y su trabajo militante”.
El resto es historia conocida. En 2003 se sumó al proyecto de Néstor Kirchner. Años más tarde fue ministro de Salud por un breve período. Durante el gobierno de Mauricio Macri, luego de mucho tiempo, volvió a ser solamente un médico militante. Entonces creó la Fundación Soberanía Sanitaria, en la cual se rodeó de profesionales que hoy lo acompañan en su gabinete y se destacan por su juventud y, sobre todo, su compromiso.