Por Magalí Schefer

Soñó con viajar a lo ancho y largo de América Latina con un fin: generar líderes de cambio y concientizar diversas comunidades sobre los plásticos y sus consecuencias en el ambiente. Finalmente, en 2018, la bióloga marina Martina de Marcos, pudo cumplirlo. Su proyecto “Limpiando el Mundo” inició en Tijuana, México, y terminó en Puerto Montt, Chile. Junto a su pareja, Ezequiel Bonomi, visitó 12 países, donde -meses después de las charlas- hubo tres grandes cambios: Panamá logró la ley de prohibición de bolsa plástica al igual que Ensenada -México- y Puerto Cortés -Honduras- con varios plásticos descartables. Sídney, Australia, es su hogar desde hace más de siete años. Allí se formó científicamente y conoció en profundidad el plástico de un sólo uso. Ese fue un antes y después en su vida. Seguido del voluntariado del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente en Panamá, a partir del que inició la lucha contra ese material que tarda entre 100 y 1000 años en degradarse. “Es importante que como sociedad crezcamos ecológicamente, no estemos tan centrados en nuestro ombligo y podamos notar el impacto que provocamos”, dice.

—Limpiando el Mundo tiene como misión “crear conciencia y basura cero”, ¿qué se requiere para llegar a ese valor?
—Necesitamos que el sistema entero cambie. Desde la gente hasta la estructura en la producción: alimentos, reciclaje. Por ejemplo, al comprar a granel, también se produce basura. Es un hoyo que nunca se acaba. Por eso, también es un ideal. De todas formas, el desafío más grande es cambiar nuestra forma de pensar: compro, uso y tiro. Y cómo hacer para que se recupere y reutilice infinitamente. Es un proceso grande que tiene cosas muy lindas porque apunta a cuidar más y adquirir menos. Antes no me importaba y me compraba muchas biromes de 50 centavos, y tengo un sueldo mínimo. Imagínate alguien millonario, puede hacerlo con el auto, celular, todo.

—¿Cómo combinás comunicar temas científicos a comunidades -como Ventanilla, Perú- donde el acceso a la información es casi nulo?
—No me siento una persona muy científica porque no tengo una forma técnica de hablar y seguir estadísticas, me cuesta un montón. Tengo una mente medio simple y más visual. Entonces, tratamos de mostrar la ciencia del modo más gráfico posible la ciencia ya que si yo lo comprendo, el resto igual. Usamos muchas imágenes y videos graciosos como un corto sobre el plancton comiendo plástico, cuyo estudio teórico es bastante técnico. Así, la gente prestó atención, se motivó a ser parte y quiso dar algo a su comunidad. 

Para su Maestría en Gestión Ambiental, Martina eligió estudiar las islas remotas y su relación con el plástico. La idea surgió tras su visita de concientización a San Blas, Panamá, donde conoció a un tortuguero que le enseñó el plan local de manejo de los residuos. En estas comunidades es difícil llevar la basura a un vertedero ya que hay poco espacio, entonces, lo desechan en el mar. En este caso, se desconcertó sabiendo que la arrojaban al manglar: árboles que crecen al costado del río y tienen la función vital de nursery (guardería) para aquellos huevos que depositan distintos animales. “Así como protege especies pequeñas, para los panameños, es una red al costado de la basura. Es gravísimo saber que usan una parte tan importante del ecosistema para tirar desechos que provocan la pérdida del mar”.  

—Según Greenpeace, cada año, ocho millones de toneladas de basura llegan a mares y océanos. El peso equivale al de 800 torres Eiffel, ¿por qué sólo el dos por ciento de los plásticos desechables sigue siendo reciclado?
—Hay mucha falta de conocimiento y, cuando se sabe, las personas tienen otros temas en la cabeza así que dejan para lo último este. Obviamente es fácil hacerlo cuando tenés un techo, salud y comida, pero también hay situaciones difíciles que ni lo básico está cubierto, entonces ¿por qué me voy a ocupar de cuidar el planeta? Es medio entendible cuando un grupo está tan preocupado por una necesidad inmediata y no se puede ocupar de lo sustentable.  

—La solución principal, además de la consciencia ambiental, está en lo biodegradable y compostable…
—Además, te permite comprar más barato y -a la vez- evitar que ese alimento termine en la basura. Por ejemplo, en un supermercado, donde la fruta está a punto de vencerse, se pone en una bandejita de telgopor compostable con un plástico transparente y, luego, se puede meter en el compost. 

—La encuesta anual de reciclaje de Australia arrojó que, entre 2018 y 2019, se consumió un total de 3,5 millones de toneladas de plásticos, ¿cómo limpiás en ese país?
—Además del compost, trato de reducir el food waste (cantidad de comida desechada); compro, siempre que puedo, orgánico y evito productos plásticos. Apuesto por aquellos rellenables en cooperativas, espacios similares a las dietéticas en Argentina. Tengo mi desodorante y shampoo caseros, y un acondicionador en botella reciclada del mar. Sumado a la participación en el proyecto de botellas de amor que, a partir de plásticos flexibles y blanditos, crean muebles de madera. Y las limpiezas de un lugar que me encanta: la playa. 

—Alivianada la pandemia del coronavirus, ¿qué hábitos sostenibles dejará en la ciudadanía?
—Viví una pandemia muy distinta a la de Argentina ya que, desde un principio, aquí estuvo todo muy abierto. Mi vida nunca paró. Me cuesta entender la experiencia de los demás países, pero siento que otorgó a muchas personas la oportunidad de frenar y ver otras realidades, mirar más documentales, dedicarle mayor tiempo a su casa y huerta, y todas las cosas que siempre quisieron hacer y nunca tuvieron tiempo. Es muy positivo. Incluso hay gente que se dedicó más a su bienestar y traerá -por default- el cuidado del medio ambiente porque alguien que se siente bien consigo mismo quiere ayudar y que su comunidad esté bien.

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