Por N. Clinaz, D. Gadano, J. Quintana y P. Sarena
“Los vecinos me llamaron la otra noche porque había un nene que viene al comedor que no paraba de gritar en la calle. La madre lo había mandado a comprar al almacén y el nene no quiso ir. Le pegó tanto que se escapó y se escondió debajo de un auto. Después le tiró agua caliente y fría para que saliera“, relata Marisa, la coordinadora de un merendero del sur de la ciudad de Buenos Aires, acostumbrada no sólo a alimentar a 130 niños y niñas del barrio sino también a contenerlos, a prestarles un oído, a estar pendiente de lo que necesiten.
El merendero de Marisa se sostiene únicamente a partir de las donaciones que recibe. No cumple con los requisitos y protocolos que exige la ciudad de Buenos Aires para ser considerado oficial y recibir asistencia alimentaria. Con el avance de la crisis económica y la consiguiente necesidad de comida, tomó relevancia una vieja discusión entre el Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat de la ciudad y organizaciones sociales en relación con el número de centros que reciben asistencia.
Los números de la polémica
Según informa Mauricio Giraudo, director general del área porteña de Fortalecimiento de la Sociedad Civil, dentro del Programa de Apoyo a los Grupos Comunitarios existen 471 centros registrados que reciben 125.000 raciones diarias de comida. Además, el funcionario estima que alrededor de 300 comedores y merenderos no oficiales brindan asistencia alimentaria, la gran mayoría en barrios populares. Organizaciones sociales lo desmienten: afirman que hay alrededor de cuatro mil en total.
Giraudo resalta el rol de los centros comunitarios: “Son lugares de encuentro del barrio, de mucho apoyo, donde la gente lleva sus problemas. Son autogestionados por alrededor de 3.500 voluntarios, el 75 por ciento mujeres. Su función va mucho más allá de lo alimenticio: se brinda apoyo escolar, talleres formativos, culturales y deportivos”.
El impacto del coronavirus
Uno de los grandes inconvenientes que afrontan los trabajadores en los centros comunitarios es el propio virus y sus consecuencias: cerrar el lugar, aislar a la gente, reordenar la distribución de alimentos y suspender el resto de las actividades. Marisa Giracoy y sus hermanas están a cargo del comedor “Estrella de Belén” de la Villa 31, que tuvo que cerrar sus puertas como consecuencia de la pandemia: “Actualmente repartimos bolsones de mercadería que la gente viene a retirar. Además, tuvimos que cancelar el apoyo escolar, el taller de costura, la asesoría legal y la posta de salud”.
Tal es así que los movimientos sociales acordaron con el Gobierno nacional la entrega de 70.000 vacunas para evitar el cierre de los comedores y merenderos populares. Santiago Ibarra, voluntario en el Centro Cultural y Político “El Hormiguero”, del barrio de Congreso, debió aislarse por diez días al ser contacto estrecho de una niña que asistió al apoyo escolar que brinda el lugar. En el video, su testimonio.
Además de la vida de Ramona Medina, referente de La Garganta Poderosa, el coronavirus también se llevó la de otro referente y pilar de la Villa 31: Víctor “El Oso” Giracoy, cabeza del “Estrella de Belén” y padre de Marisa. La mujer recuerda la situación crítica que atravesaron: “Todos los que trabajábamos en el comedor nos contagiamos durante el primer brote y, además de mi papá, fallecieron seis familiares más. Nosotras queremos abrir porque entendemos que hay una necesidad en la gente, pero el riesgo es muy alto y nos cuesta seguir el ritmo que llevaba nuestro viejo”.