Por Candela Corral y Delfina Norris

Tenía un poder enorme que no se correspondía con su cargo dentro de la Iglesia, estaba por encima de todos y no respondía a nadie”. Juan Pablo Gallego es el abogado querellante que hace veinte años se puso al hombro la denuncia por abuso sexual de menores contra el sacerdote Julio César Grassi. Hace unos meses, Gallego logró que la condena a quince años de prisión efectiva se extienda hasta 2028 y frustró un intento de la defensa del cura por acotar la sentencia.

En diálogo con Diario Publicable, Gallego recuerda lo que significó en lo personal tomar una causa contra una figura tan poderosa, en un caso que repercutió y repercute todavía en la esfera emocional de la sociedad. “Cuando tomé el caso era joven, y acusar de un delito sexual a un sacerdote era un tema absolutamente novedoso, en la Argentina y en el mundo. En ese momento no tenía la dimensión exacta de en qué me estaba metiendo, confiesa el abogado, antes de hacer referencia a la impunidad que tenía Grassi, entonces al frente de la Fundación Felices Los Niños: “En este país ningún poderoso va a la cárcel y casi ninguno cumple una condena entera”.

CONTRA LA OPINIÓN PÚBLICA

Al tener experiencia en el tema y estar trabajando con Estela Carlotto en el Comité de Derechos del Niño, decidió hacerse cargo de la defensa de las víctimas. Se puso al frente de la causa en 2002, dos años después de que se conociera el informe periodístico del programa Telenoche Investiga con la denuncia de Gabriel, quien había sido abusado por Grassi en 1996. Ponerse la causa al hombro le significó ponerse en contra a gran parte del periodismo por intentar condenar a una figura pública respetada en su momento. “Era el curita bueno que ayudaba a los chicos en situación de calle y que contaba con un enorme poder mediático. Era muy hábil en los medios por ser un gran comunicador”, recalca.

El día que se presentó el informe de Telenoche Investiga, Grassi estaba en televisión junto a Chiche Gelblung, Mauro Viale y Eduardo Feinmann, que le avisaron lo que estaba sucediendo en otro canal y lo apoyaron desde el primer momento. “Apenas vieron que se complicaba la causa, empezaron a pegarme en sus programas”, afirma el abogado. Tal era el afán por desmentir las acusaciones de abuso, que “Mariano Grondona llegó a decir que Gallego era el diablo”. Buscaban presentar a Grassi como la víctima.

Grassi en una entrevista con Mauro Viale.

Los medios decían que el padre se había entregado, cuando en realidad se encontraba en una casa en Merlo que pertenecía al jefe de la Dirección Nacional de Investigación Criminal. “Ahí, en la casilla del casero, un espacio de un metro por un metro con un colchoncito, Grondona le hizo la primera nota a Grassi después de que se hicieran públicas las denuncias. Parecía que se estaba muriendo, que estaba sufriendo”, recuerda.

EL JUICIO

Gallego tuvo que enfrentarse con los bufetes de los abogados más influyentes del país, contratados por Grassi para su defensa. Uno de esos abogados era Luis Moreno Ocampo, que había alcanzado prestigio internacional como fiscal adjunto en el juicio a las Juntas Militares, realizado en 1985. También estaban Jorge Sandro y Miguel Ángel Pierri, que este año trabajó como abogado defensor del CEO de Generación Zoe, Leonardo Cositorto.

Gallego remarca que, además del apoyo de los abogados más reconocidos, Grassi “tenía arreglado” al Tribunal Oral que llevaba la causa: “En los juicios orales las pruebas que se van a presentar se ofrecen antes. Entonces, yo llevaba un testigo fuerte más los informes, y el Tribunal, que ya sabía mi táctica, le admitía diez argumentos que contrarrestaban lo mío”. Para él, Grassi “siempre tenía una jugada más y sus pruebas eran tan contundentes que hasta las mismas víctimas dudaban de su testimonio”.

LA PROTECCIÓN ECLESIÁSTICA Y MEDIÁTICA

La impunidad de Grassi existía incluso dentro de la misma Iglesia. Desde hacía tiempo. Gallego buscó contactarse con figuras que estaban por encima de Grassi, como el cardenal de Buenos Aires Jorge Bergoglio, hoy papa Francisco, y con monseñor Justo Laguna, obispo de Morón y jefe directo del acusado. “Me sorprendió que lo que a nosotros nos había generado tanto impacto a ellos no, porque ya lo sabían todo”. Cuando pudo reunirse con Laguna, el obispo preguntó: “¿Con quién andaba Julio? ¿Con el rubiecito, no?”. Bergoglio, por su parte, lo citó únicamente para saber qué “pruebas reales” tenía y ver cómo iba a terminar la causa. “Grassi tenía mucho poder de fuego: Laguna y hasta el mismo Bergoglio le tenían miedo“.

Los abusos de Julio César Grassi eran de público conocimiento, pero seguían siendo “perdonados” por los medios de comunicación. Gallego recuerda que en el programa Tiempo Nuevo, conducido por Bernardo Neustadt, el periodista dijo al aire: “Si salvó a seis mil y abusó de tres, ¿qué tan mal está?”. Sostiene que esa era la cultura de la época y agradece haberse involucrado en la causa: “Sirvió para hacer caer en la cuenta a todos de que lo que hizo Grassi está mal, que abusar de niños está mal y no merece ningún respeto ante actos de tal asimetría. Se trataba de uno de los tipos más importantes de la Argentina versus chicos indefensos”.

Los crímenes del padre Grassi no son un caso aislado dentro de la Iglesia Católica. En la película “En primera plana” (Spotlight, 2015), se denuncia que los curas pedófilos son protegidos. Se los envía a casas alejadas de la localidad en la que fueron denunciados, allí rezan, dicen arrepentirse de sus pecados, y son enviados a otras diócesis. Ese manejo es el mismo que se hizo en la Argentina con Grassi y otros religiosos que cometieron los mismos delitos. “Lo que termina condenando a Grassi es haber sido tan público”, analiza Gallego, quien hoy forma parte de un equipo de expertos que trabaja en España para esclarecer casos de pedofilia ocurridos en la Iglesia Católica de ese país. “Allí le dieron gran valor a la causa del padre Grassi, que fue el origen de todo y que tan solo es la punta del iceberg”.