Por M. Pacheco, M. Ortiz, D. Caviglia, S. Enricci y N. Petitto
Esencia y Misión del Maestro, artículo publicado en la revista Argentina, de la localidad de Chivilcoy, 1939
“Escribo para quienes van a ser maestros en un futuro, para quienes van a encontrarse repentinamente aislados de una vida que no tenía otros problemas que los inherentes a la condición de estudiante; y que, por lo tanto, era esencialmente distinta de la vida propia del hombre maduro.”
Son varias, lamentablemente, las generaciones jóvenes argentinas que comenzaron la escuela secundaria en democracia y, en plena cursada, fueron asaltadas por una dictadura. Julio Cortázar entró al colegio Mariano Acosta durante la presidencia de Hipólito Yrigoyen y, dos años después, le cayó encima la dictadura de Félix Uriburu y la máscara de Agustín Pedro Justo.
“Los años ‘30 son la década de la militarización argentina, donde se hace evidente la represión en el sistema educativo nacional bajo lo que en verdad fue un gobierno de facto de Agustín Pedro Justo, lo que por supuesto golpeó muy fuerte a Cortázar”, explica Pablo Pineau, profesor de la cátedra de Historia de la Educación de la Universidad de Buenos Aires y director del proyecto Memoria del Colegio Mariano Acosta.
Cansado de la manera en la que los profesores de aquellos años dictaban sus clases, Cortázar comenzó a forjar un pensamiento crítico sobre la función del maestro dentro del aula: “Ser maestro significa construir, en el espíritu y la inteligencia del niño, el panorama cultural necesario para estimular todo lo que en el alma infantil haya de bello y de bueno”, escribió en su artículo. El maestro era, para el autor de Rayuela, mucho más que un simple medio de trasmisión cultural: debía conocer en profundidad los talentos de sus educandos y fomentar no sólo los saberes establecidos sino también sus talentos naturales.
“Cortázar trató de pensar al docente como un intelectual”, sostiene Pineau, y lo demuestra: “La enseñanza de la literatura, en la década del ’30, no tenía que ver con formar escritores, sino lectores de cierto canon para sembrar un relativo capital cultural. Cortázar comienza a revelarse contra esto y plantea al maestro como a un profesional que debe fomentar el agrado por la lectura, la curiosidad por el conocimiento y, por supuesto, la composición de nuevos escritos por parte del alumno”.
La disconformidad con el sistema educativo en Argentina, entre otros disgustos, llevó al escritor a abandonar la docencia al poco tiempo de comenzar a ejercerla. “Cortázar finaliza su lucha una vez que viaja a Paris y se dedica por completo a la literatura, pero muchos maestros e intelectuales, sobre todo en la década de los ‘60, van a incorporar sus conceptos y a renovar la enseñanza en el país hasta que las siguientes dictaduras militares, en especial la del ’76, los desaparecen, destruyendo así, aunque no para siempre, el gran cambio que se venía gestando”, afirma Pineau.
Los esperanzadores índices de alfabetismo de los años ‘60, la incorporación de nociones psicopedagógicas y sociales y el surgimiento de las escuelas mixtas parecen un hermoso paisaje que contrasta de manera violenta con los manuales de identificación de subversivos dentro del aula durante la última dictadura militar, con tantos docentes y jóvenes desaparecidos de aquellos años infernales y con los deterioros edilicios y el abandono escolar de tantos chicos que tuvieron que salir a trabajar durante la crisis económica de los ‘90.
Si bien es cierto que hoy la educación en el país dista de ser perfecta, las modificaciones en los profesorados y las nuevas generaciones de maestros más conscientes de los problemas de esta era, la distribución de capitales y la reivindicación de la escuela pública parecen acercarse al ideal de Cortázar.
Más que pensar en un sistema educativo complejo, él definió y defendió una postura ética de la enseñanza, una visión sobre el rol del maestro y sobre la esencia verdadera de hombre, tal como escribió: “Los maestros deben cumplir el hondo viaje hacia el interior de sus espíritus y regresar de él, para maravilla de los ojos de sus educandos, la noción de bondad y de belleza: ética y estética, elementos esenciales de la condición humana, porque ser culto es saber el sánscrito, si se quiere, pero también maravillarse ante un crepúsculo; ser culto es llenar fichas acerca de una disciplina que se cultiva con preferencia, pero también emocionarse con una música o un cuadro, o descubrir el íntimo secreto de un verso o de un niño”.