Por S. Herrero, R. Sánchez Flecha, M. S. Honrado, P. Méndez y J. Mallmann Hermes.
Julio Cortázar marcó un antes y un después en la literatura argentina. Su prosa, la originalidad para romper con lo establecido y su capacidad para combinar la fantasía con destellos de realidad lo convierten en uno de los escritores más importantes de Argentina del siglo XX. ¿Es posible encontrar una continuidad de su estilo literario en los escritores de las generaciones siguientes? En algunos libros contemporáneos existen rastros sutiles del creador de “Rayuela”, pero aún así se distancian del estilo que lo caracterizó.
*La dificultad de seguir la tradición “cortazariana”: Resulta complejo copiar el estilo de Cortázar porque es “tan propio de él que cualquiera que quiera imitar eso, lo denominaríamos ‘cortazariano’ y quedaría en ridículo”, sostiene Sergio Olguín, autor de la novela “Lanús”, y agrega: “Nunca vas a ver a un autor de prestigio que escriba como si fuera ‘Historias de cronopios y de famas’ porque sería una mera copia desdibujada”. Para Martín Kohan, autor de “Ciencias Morales”, hay características en su prosa que lo convierten en único: “Sus cuentos tienen una creación de mundos y personajes tan fuertes que te involucran, y eso se produce escribiendo muy bien”.
*Su impronta en los jóvenes del 60: Olguín opina que se “puede encontrar influencias de Cortázar (no literales) en el pensamiento de autores de esa época como Abelardo Castillo, Liliana Heker o Vicente Battista”. Sin embargo, Maximiliano Tomas, periodista y crítico literario que editó el libro “La joven guardia. Nueva narrativa argentina”, presenta una mirada distinta sobre esta “herencia cortazariana”. Según él, la camada de escritores siguientes al autor de “Bestiario” quiso escapar de su impronta porque “él estaba vivo, escribía y fue una presencia muy fuerte para ellos y necesitaron distanciarse para crear una obra propia”.
*La excepción que confirma la regla: Se trata de la escritora argentina Samanta Schweblin, autora de los cuentos “El núcleo del disturbio” y “Pájaros en la boca”, considerada por Tomas como “la única en cual podés tirar una línea entre Cortázar y su obra y hay una influencia y un universo simbólico compartido muy evidente”. Además, según él, también se puede encontrar el mecanismo “cortazariano”, proveniente de Edgar Allan Poe. Olguín comparte la mirada de Tomas y agrega que, si bien posee influencias sutiles, “en Scheweblin es más fácil encontrar esas huellas de Cortázar, porque ambos utilizan y se nutren del mismo género, el fantástico, para contar determinadas historias”.
Sin embargo, Schweblin no se define como una autora “cortazariana”, sino que piensa que tiene “búsquedas distintas”, pero al mismo tiempo asegura que si no lo hubiese leído, no “escribiría la literatura que escribo”. Finalmente, para describir sus sentimientos sobre la escritura de Cortázar, recuerda: “Cuando lo leí, fue una revelación alucinante, muy importante para mí y estoy segura de que algo de esa fascinación debe haber quedado en lo que yo hago”.
*Cortázar después de Cortázar: Kohan asegura que “cuando una obra perdura en el tiempo, significa que constantemente continúa provocando sentidos, y ese es el caso de Cortázar”. Aunque sus rastros literarios no puedan encontrarse con facilidad en las generaciones posteriores, su legado perdurará en el tiempo como un trampolín hacia una mejor literatura. Porque Cortázar siempre será uno de los referentes más importantes de la historia literaria argentina.