Por Micaela Maldonado
—Vos que sos tan inquieta, ¿cómo estás sobrellevando el encierro?
¿Qué le voy a contestar? No lo sobrellevo. Porque sobrellevar es “soportar con resignación una enfermedad, una pena o una situación que no satisface completamente” (lo dice el diccionario, no yo). Y bueno, ¿le voy a mentir? Si la pandemia es todo eso junto.
Al fin comprendo el encierro. Un día me creí tan libre y al otro, nunca más.
Es cierto que soy inquieta, que tengo ansiedad, que siempre tengo que estar haciendo algo o que nunca puedo estar haciendo nada. No me culpo, aprendí a no hacerlo. Si vivimos en el mundo de la inmediatez de un clic, ¿qué esperan?
Qué grandiosa la tecnología que nos permite tanto en esta cuarentena, pero ¿no es algo más que nos saca de escuchar nuestras miserias, sentir nuestros miedos, estar solos?
La posta es que aunque por momentos me sienta como una de esas ratitas blancas que alguien compra y tiene amargamente encerrada en una pecera, como el bicho ese, elijo correr en la ruedita, mantenerme ocupada y hacer de cuenta que ahora este es mi desafío en el mundo.
Hay que sacarle jugo a esta situación, porque “si la vida te da limones”…
No me voy a quejar, pero no niego que extraño la vida normal: reírse con amigos, juntarse con la familia. No sé, salir a caminar. Salir de esta cajita con la ruedita.
Son tiempos extraños. Siento que nunca tuve tanto tiempo para pensar y planificar todo lo que quiero hacer “cuando todo esto termine”. ¿Terminará en algún momento? Como siempre, tengo más preguntas que respuestas.
—Qué sé yo, como todos —le respondo—. Hago lo que puedo.