Por C. Arias y J. Macchi

La Iglesia de la Comunidad Metropolitana (ICM) nació en 1968 de la mano del protestante Troy Perry, y se destaca por ser la comunidad religiosa con el mayor número de clérigos mujeres o de identidades femeninas. La ICM busca la concientización de toda situación social y moral que exista en el mundo, trabajando con la comunidad LGBT que otros rechazan.

El pastor David De Pascual cuenta que encontró su lugar en la fe de Dios cuando conoció a esta iglesia porque antes, para él, Dios y la homosexualidad no iban de la mano. Durante su infancia, pertenecía a una iglesia pentecostal en la que nunca pudo sentirse a gusto por su preferencia sexual. En la ICM pudo entender que “Dios no nos puede cambiar, porque no hay nada que cambiar de nosotros… ¿Cómo Dios, que supuestamente me ama, va a querer que yo cambie mi manera de sentir, de vivir la vida? Con la ICM entendí que la sexualidad es un don, sea como seas”.

—Hay un pañuelo verde a favor de la despenalización del aborto en su salón. ¿Lo cuestionaron por su postura?

—Me han pegado como loco por la campaña. Hay mucha gente en ICM que, a pesar de ser la iglesia que somos, y los derechos que exigimos, no está del todo de acuerdo con la despenalización. Pero nos hemos puesto de acuerdo entre los pastores y coincidimos en lo importante y valioso de sancionar este proyecto, porque tiene que ver con un derecho fundamental de la vida, como el derecho a la salud. Entendimos que había una lectura errónea de textos por parte de otras religiones que se opusieron. Dios le pidió permiso a María para llevar en su vientre a Jesús. Si ella hubiera dicho que no, quizás hubiera sido otra la historia.

—¿Esperaba más de apoyo por parte de la comunidad?

—Yo no hago las cosas para que me apoyen, lo hago porque me lo demanda mi fe. Cuando yo veo que están diciendo barbaridades o condenando en nombre de Dios a las mujeres, me moviliza. Este pañuelo colgado significa que la comunidad lo aceptó. Nos llevó un tiempito, aun después de la votación y charlas que tuvimos.

—¿Está de acuerdo con la aplicación de la ley de educación sexual integral en las escuelas?

—Totalmente. No solamente explicar teorías y tecnicismos, sino explicarles el porqué de todo esto. Este debate sin sentido surge por teorías de los sectores más fundamentalistas, que salen a decir que les van a enseñar pornografía y les van a inculcar esto o lo otro… y son cosas que en realidad están lejos de la realidad. Los pibes de hoy en día (y sobre todo, los que están en situaciones marginales) no tienen idea de cómo cuidarse. La prevención frente a las enfermedades sexuales y a los embarazos no deseados es algo totalmente básico y necesario.

—¿Por qué piensa que iglesias más conservadoras toman la ESI como un tabú?

—En realidad, todos dicen que hablan del tema, pero lo hacen desde sus fundamentos, un contenido que, por ejemplo, dice que solo existe el hombre y la mujer. Yo siempre digo que la comunidad que vive en amor, habla, y hablando, prevenimos. Hablemos de ESI, de la interrupción voluntaria del embarazo, del VIH, hablemos y cuidémonos.

—Hoy en día, en la educación sexual surgen otros temas importantes como las cuestiones de género, ¿qué piensa al respecto?

—Es necesario hablar sobre temas de género también porque no es la misma práctica sexual si yo la tengo con Sandro que con Sandra. Si me explican que nada más me tengo que cuidar cuando estoy con una mujer, el día que yo esté con un hombre, voy a pensar que no hace falta cuidarse. Un tema aparte son las personas “trans” o de sexualidad indefinida, que son vulneradas constantemente por su decisión, como si no fueran normales. Al hablar de esto, la ley los ayuda a tener herramientas para comprenderse y comprender al otro, desarrollándose en el respeto propio y ajeno.

—¿Todos los fieles de la ICM son cristianos?

—Para nada, tenemos fieles que vienen de todo tipo de religiones: africanas, pentecostés, luteranas, entre otras. Siempre nuestra fe está puesta en el amor de Dios y mientras más diversidad haya, mejor.

—¿Cómo tomó contacto con la ICM?

—En una marcha del orgullo gay. Me habían dado un papelito que decía que Dios me amaba siendo homosexual. Luego de mucho tiempo, me puse en contacto y me invitaron a un encuentro. Cuando llegué, sentí un abrazo imponente, fue como pensar por dentro “Acá estoy en paz”, como si Dios me estuviese esperando en aquel lugar…

—Si tuviera que ponerle una etiqueta: ¿David … qué?

—Me definiría como un pastor fluido, que evoluciona, tanto con las cuestiones laborales, como en los proyectos y con la fe, y así espero que continúe.