Por A. Marchese, C. Cristalde, C. Gelabert Bengtsson
El Cementerio de la Recoleta es un espacio de luto. Sin embargo, las tumbas de personajes emblemáticos de la historia argentina, como Eva Duarte, Bartolomé Mitre, Domingo Faustino Sarmiento, Hipólito Irigoyen, Raúl Alfonsín, Carlos Pellegrini y Victoria Ocampo, hace de este lugar un atractivo para el público. Los mitos desbordan. Hay historias de terror y de amor en cada rincón.
Entre las tumbas y las calles diagonales, casi laberínticas, los gatos parecen ser los dueños del lugar, ya sea acostados sobre los nichos tomando sol, o caminando por las calles. Ellos nunca faltan, son parte emblemática de este punto turístico.
Según la guía turística, las personas no se interesan tanto en saber sobre el cementerio como en sus historias, algunas mitológicas o fantásticas.
Una de las más conocidas es la de Rufina Cambaceres. Al morir su papá, el escritor Eugenio Cambaceres, a Rufina le llegó la noticia de que su madre mantenía una relación con su novio. A causa de esto, se desvaneció y un médico anunció que había muerto de un síncope. Días después de su entierro, el cajón estaba quebrado y arañado, al igual que la cara de Rufina: se cree, entonces, que fue enterrada viva y murió luchando por salir.
A unos pocos metros de la entrada principal, se encuentra la tumba y la escultura durmiente de Luz María García Velloso, conocida como “la dama de blanco de Recoleta”. Se dice que una noche un joven la encontró llorando y la invitó un café, ella volvió rápidamente al cementerio y, cuando él fue tras ella, no la encontró, pero sí la reconoció en la estatua del sepulcro que llevaba su nombre.
Cuenta la leyenda que un joven trabajador del cementerio estaba enamorado del lugar a tal punto que decidió construir su propia tumba en un pequeño recoveco. Trabajó en ella por años e incluso mandó a hacer una estatua de él mismo. Cuando terminó, se suicidó tomando veneno para “vivir” en el lugar que soñaba.
Leyendas como estas invaden el cementerio y sus más de 4800 sepulturas. Si bien la mayoría son de próceres y empresarios exitosos, no faltan las familias adineradas que compran un lote a modo de inversión segura: cada parcela puede llegar a costar lo mismo que un departamento en la Ciudad de Buenos Aires.
Entre las nuevas sepulturas están aquéllas que no han sido mantenidas en años, con las puertas rotas y las paredes a medio caer. Esto suma a crear un ambiente cuando menos tenebroso, recordando a los visitantes que, antes que un punto turístico, es un cementerio.