Por L. Enriquez, F. Quarneti y F. Capelli

La industria editorial no tiene el músculo del cambio muy ejercitado. En general es lenta para adoptar nuevas estrategias o tecnologías”, reflexiona Sebastián Lidijover, Jefe de Prensa de Anagrama, una de las editoriales más grandes de habla hispana, antes de diagnosticar que, por esa lentitud, “cambiará el escenario de las librerías una vez que la pandemia termine”. Es que, según un informe realizado por la Cámara Argentina de Librerías (CAL), hubo una caída del 70 por ciento en la venta de libros desde que empezó la cuarentena. A eso suma una baja acumulada del 45% en la producción de libros desde 2016

Diana Segovia, gerente de la Cámara Argentina de Librerías, agrega un dato estremecedor: en abril de 2019 se imprimieron casi seis millones de ejemplares contra los 500 mil del mismo mes de 2020. Y las novedades cayeron un 50 por ciento respecto del año pasado, pasando de 2.500 títulos a unos 1.200. “Creo que el estado del mercado editorial será desastroso después de la pandemia. Ya veníamos de cuatro años de crisis económica muy grave, con una situación muy mala para el sector. Después de esto, todo va a estar peor”, se lamenta Damián Tabarovsky, de Mardulce, una de las editoriales más importantes del circuito independiente. “Estamos vendiendo menos de la mitad de lo habitual”, continúa. 

Para paliar el bajo nivel de ventas, muchas editoriales debieron potenciar los canales de comunicación con sus lectores a través de encuentros virtuales, de estímulos para vender a través de la web y de la programación de ferias online. Al respecto, Sebastián Lidijover afirma: “Lo que importa ahora es tener una vía de comunicación fluida y empática que permita reproducir en las redes sociales lo que se generaba en persona. Esto es mucho más fácil de lograr con los tonos personales que las librerías de barrio suelen darle a sus redes, más cuando son los mismos dueños o dueñas quienes las manejan”. Por su parte, Tabarovsky sostiene: “Generalmente había dos canales que funcionaban para difundir nuestros libros: las redes sociales y las recomendaciones de las reseñas y los libreros, que son muy importantes para nosotros y ahora no están”. 

Damián Tabarovsky, de Mardulce, una de las editoriales independientes más importantes

Este contexto económico es complicado para las librerías, las distribuidoras y las editoriales. “Los grandes grupos editoriales tienen grandes estructuras que mantener. Hay que ver qué tipo de estrategias ponen en marcha para sobrellevar estos tiempos, si eligen reforzar el modelo de negocios que ya tienen o si se ven obligados a cambiarlo. El segundo tema es si las decisiones que toman afectan a las librerías, como un hipotético reemplazo del papel por el monopolio del formato digital. En el largo plazo eso puede perjudicar al sector”, analiza Lidijover. 

Pero hay otro cambio en el ecosistema de las librerías. Según Lidijover, “lo que siempre fue una ventaja para las grandes cadenas, como estar en las principales avenidas, tener locales en los centros comerciales o en puntos turísticos, hoy se les vuelve en contra“. “Las librerías de barrio de pronto se encuentran con que ya no importa tanto el lugar físico, sino la relación construida con las lectoras y los lectores”, analiza.

En este contexto desolador, la venta de libros digitalizados se erige como la posible salvación del sector: poder acceder a un libro sin movilizarse, sumado a que el precio es entre un 40 y un 60 por ciento menor al de uno de papel, potenciaría el consumo de libros virtuales. Si bien antes de la pandemia había un bajo nivel de digitalización, la tendencia se revirtió en los últimos meses. Según estudios de Daniela Szpilbarg, socióloga e investigadora del CONICET, sólo el 15 por ciento de las editoriales tiene más del 60 por ciento de su catálogo en formato ebook, mientras que el 51 por ciento no tiene ningún título disponible en este formato. 

Puede que la pandemia fuerce algún cambio en la industria. La lentitud del sector en adoptar cambios y tecnologías hizo que, en general, las editoriales no tuvieran su catálogo digitalizado. La pandemia despertó a varias editoriales que empezaron a digitalizar su catálogo. Pero en la medida en que la oferta no sea amplia, no se puede pensar en una estrategia realmente efectiva para llegar a las lectoras y los lectores”, señala el representante de Anagrama.

Habrá que ver si la práctica de las editoriales de ofrecer ebooks se mantiene luego de la pandemia. El público está ahí y puede crecer mucho más. El tema es que exista contenido para ofrecerles, porque sin libros digitales no hay lectoras ni lectores digitales”, concluye Lidijover.

La digitalización en debate

Otro fenómeno durante la cuarentena fue la liberación gratuita de contenido literario digital. Ante esto, la CAL lanzó un comunicado en defensa de los derechos autorales al que adhirieron la Cámara Argentina de Publicaciones (CAP), la Asociación de Dibujantes de Argentina (ADA), la Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de Argentina (ALIJA), el colectivo Lij, formado por escritores, ilustradores y editores, la Sociedad de Artistas Visuales Argentinos (SAVA) y el Centro de Administración de Derechos Reprográficos de Argentina (CADRA).

Con preocupación observamos el modo en que las obras circulan sin autorización. Si vas a compartir contenidos, hacelo con responsabilidad y conocimiento de los alcances de los derechos autorales correspondientes a la obra. Pedí permiso. No difundas PDFs o fotocopias de autores con derechos vigentes”, expresa el comunicado.

Como respuesta a este pedido, la docente y presidenta de la Fundación Vía Libre Beatriz Busaniche, junto con Creative Commons Argentina, distintas asociaciones de bibliotecarios, docentes e investigadores académicos, defendió los derechos de acceso a la cultura. “La gran mayoría de los docentes hemos tenido que hacer una migración a lo digital abrupta, no prevista ni planificada. Tenemos que agradecer el haber hecho versiones digitales de buena parte de los materiales que usamos, ya que nos facilitan la tarea que ahora, y de urgencia, hacemos online”, dice la profesora de la UBA, y concluye: “Sin lectores tampoco vamos a tener autores. Y para tener lectores es imprescindible poner en el lugar que corresponde el derecho de acceso y participación”.