Por Olivia González Dama

No sé por qué mierda pensé que un corte de luz al comienzo de mi segundo año consecutivo encerrada iba a sacar a mi yo-escritora o mi yo-dibujante, cuando ni siquiera lo intenté en el 2020. Ahora, se reduce al “no hay ganas de nada”.

Pasan dos minutos y ya estoy trepando por las paredes, ¡que vuelva la luz, por favor!

Me revientan las velas y maldigo al demonio de la lentitud que poseyó al tiempo. Sólo mi mamá (M) y mi papá (N) consiguen sobrellevar la agonía. Tan bien les va que se animan, en día de semana,  a un segundo round con la Quilmes. ¿Y qué obtengo como miembro más joven del cuarteto? JUGO DE NARANJA . Me cago en N y en su tacañería. Y en mi hermana mayor, E, que se tomó toda la coca cola, la plata y encima se fue a una juntada privada en Caseros. Inserto “The Jim Look”: mirar fijamente y desconcertada a la cámara. Así, se rompe la cuarta pared de mis días, mientras recuerdo que E, mi camarada de treinta años, siempre va de joda por la vida. Mientras que la de veintiuno, yo de nuevo, se ve encerrada en las responsabilidades y se recompensa con movidas con el pasado. “La iranía es deliciosa”, diría el Bart Simpson del capítulos 235 de la onceava temporada.

“Al menos las velas le dan una fachada más apocalíptica estilo ´The Walking Dead´ al momento. Pero sin los zombies afuera, mal ahí…” Me reconforto, sé que algún día Argentina será destruida por algo más grande que sus políticos. Pero, mientras tanto, M tira el salvavidas ideal para la noche: La Generala. Toda una innovación independiente de la tecnología. Metele mecha, mamá, le digo después de “memorizar” las jugadas. Las partidas entre los tres, como las victorias, se van acumulando. La plata pasa de un dueño a otro y la idea de que esto es lo más cercano que voy a estar de un Casino Casero, me hace sonreír. En un parpadeo, mi alrededor puede aliviarse si estoy dispuesta a disfrutar la fantasía del momento; siempre que no se desborde a extremos preocupantes, puedo volver a sentirme vagamente bien conmigo misma. Me dura unos minutos, divertidos… 

Hasta que la aguja de la realidad me pincha el culo:

—Pero ¿qué parte no entendés? ¡No es lo mismo, mamita! —empieza M con tonito de te estás equivocado mal—…Barbijo, cubrebocas y tapabocas son cosas distintas. Partiendo que los últimos dos son lo mismo…

No de nuevo, me digo. Este debate trae problemas, lo sé, hace unos días nos matamos con mi hermana. Al menos, sólo estoy yo para presenciar las proporciones catastróficas de la discusión. Con una hija de testigo es suficiente en esta familia. Hago “The Jim Look”. Mis viejos me miran sin entender qué cuernos hago. Entonces, disimuladamente agarro los 300pe que gané. La charla entre ellos sube su tonito. No me meto, tengo la tendencia innata (de segundear a N) a decir pelotudeces. ¡Fuera impulso de idiotez!

—Mirá en internet dic… —M tiene en mano su Motorola, regalo del Día de las Madres. Ya está. N, no va a ganar este duelo. La jefa ya tiró sus cartas sobre la mesa en posición de ataque y convocó a su mejor jugada, “Gúgol”, con capacidad ilimitada de argumentos indiscutibles. 

 Me levanto bien determinada a ganar este combate, estoy lista para decirles a ambos… ¡Piclipip! La heladera se conecta, el extractor del baño que había quedado prendido ruge y la casa, la calle y el barrio vuelven al amparo de la modernidad.