Por Victoria Robles

Hace más de un año que todos los días parecen iguales. Tan iguales que cumplí años dos veces durante una cuarentena eterna y el inicio de la “nueva normalidad” sin siquiera darme cuenta. Un año no parece tanto tiempo, sobre todo cuando uno ve el mismo paisaje todos los días, en mi caso es el desorden de mi pieza, la heladera que cada vez está más vacía y, de vez en cuando, para cambiar un poco de ambiente, el baño, porque ni siquiera tengo la suerte de tener patio o balcón, lo único que veo desde mi ventana es a mi vecino del segundo piso que duerme en el piso porque espera mudarse (aunque tiene el cartel de “alquilo” puesto hace dos años). 

Hace unos meses empecé a salir de a poco y ver a mis amigos después de meses, pero igual pareciera que la pandemia me tiene en una línea temporal extraña, siento que el tiempo no pasó pero cuando me pongo a pensar, hice un año entero de la carrera online, empecé a ir al psicólogo que hasta me dio el alta, pasaron las “vacaciones” y volvieron a empezar las clases con una falsa presencialidad que duró menos de un mes y de las cuales solamente pude ir a una porque terminé contagiándome.

Pero, ¿me molesta estar encerrada o el hecho de tener que hacerlo por obligación? Porque incluso antes de la pandemia no me gustaba salir tanto, quizás tomar mates con mis amigas, ir al cine o a algún museo como mucho. Creo que eso es lo que más extraño: quedarme en casa porque quiero y no por cuidar a mis familiares o por el miedo a contagiarme un virus mortal (de nuevo).