Por Lucía Saludas

Muchas veces, en mis 23 años, me he cruzado con personas que hacían bromas con mi apellido. Nunca fueron violentas ni me afectaron pero, en fin, mi apellido les sonaba gracioso. Yo no tengo la culpa de tener uno que me obliga a saludar. Que me hace elegir entre la “sal” o el “dar”. ¿Saludas vos, Saludas?, ¿Por qué no saludas?, Saludas la que saluda. Me sentía obligada a tener que decir hola y chau. Aunque la ocasión no lo ameritara.

Ustedes entienden que es cosa sociable andar saludando a la gente, pero cuando se vuelve algo repetitivo y además tu apellido es lo que condiciona ese accionar, pierde sentido. Me encantaría que mi apellido fuera “González”, “Suárez” o “López”. Nadie me juzgaría si saludo o no saludo, o por lo menos yo no sentiría esa mirada juzgadora. Tampoco me preguntarían si saludo o no saludo. Si doy salud o no doy salud.

Cuando arrancó la pandemia cambió mi mirada negativa sobre mi apellido. Por el contrario, me empezó a gustar. Las personas se me acercaban más, buscando respuestas. Como si por mi apellido yo pudiera saber cómo hay que saludar o qué había que hacer para conseguir ser saludable. Muchos me mandaban cartas con estas dudas. Recibí más de 100. Algunas de ellas eran de mis compañeros de la secundaria, los mismos que me cargaban por mi apellido ahora me pedían la fórmula. 

Recibí también mensajes del estilo: “Señorita Saludas, ¿vio al Presidente Alberto Fernández en la reunión con Axel Kiciloff que se saludaron con un apretón de manos?, ¿usted considera que es saludable ese saludo?”. “Mujer saludable, ¿puede usted decirme qué opina sobre la forma en la que el intendente Horacio Rodríguez Larreta se tapó al estornudar cuando estaba dando su conferencia? Porque lo hizo con las manos mientras que todos dicen que debe ser con el codo, necesito saber qué es más saludable, mujer de la salud”“Las personas no están bien”, pensaba yo y seguía mi vida.

Incluso me consultaron desde el gobierno vía mail: “Digame, ¿usted no es la señorita Saludas? ¿Sería tan amable de decirnos si hay que saludar con el codo, con el brazo, con la mano o si incluso se puede saludar con un beso, obviamente usando el barbijo?”.  Ahora bien, con el debido respeto por el ex ministro de salud Ginés González García o a la actual Carla Vizzotti, declaro que no: que yo no tengo ninguna fórmula de la verdad del saludo o de la salud. No sé cómo hay que saludarnos, es más, si supiera la forma correcta para evitar contagios, de ninguna manera se las daría por escrito en un mail a cualquiera, ni siquiera al gobierno, y menos gratis. Por lo menos, que tantos años de convivir con chistes sobre mi apellido me sirvan  para algo productivo ahora. En cuanto a mi apellido, igual insisto: yo no tengo la culpa de cómo me llamo. Tampoco tengo la fórmula que su significado comunica. Al igual que no afirmo, hoy en día, saludar constantemente ni ser saludable.