Por Iara Mossayebeh
El contexto del reclamo masivo feminista le permitió a Thelma Fardín hacer un camino personal para poder presentar su denuncia contra Juan Darthés en diciembre de 2018. El impacto la excedió por completo: miles de mujeres pudieron identificar la violencia machista y tomaron la voz para denunciarla. Su táctica para proceder fue muy cuidada. “Mi denuncia fue hecha en la justicia, yo fui hasta Nicaragua por una cuestión de jurisprudencia”, cuenta la actriz, que logró de ese modo que la noticia no trascendiera antes de tiempo y, de ese modo, apropiarse de su historia. “(El procedimiento) Evitaba que él hiciera lo que le hizo a otras mujeres, denunciarlas por calumnias e injurias”, continúa. Aún así, el factor que le brindó un soporte definitivo fue el comunicado de la Agrupación Actrices Argentinas, emitido en televisión abierta el 11 de diciembre de ese año. “La denuncia respaldada por muchas mujeres fue un mensaje muy poderoso. Impactó en las vivencias y la sanación de las víctimas, animándolas a denunciar al abusador”, analiza Camila Petrone, abogada y miembro del colectivo de abogadas y docentes Desarmando.
Sin embargo, la ex actriz de Patito Feo no pudo escapar del clásico destino de quienes sufrieron abusos: el cuestionamiento de la veracidad de su palabra. “Lo más terrible fue cuando quisieron investigarme. Se sacaron cosas de contexto, se inventaron otras, se habló de mi familia, de mi economía, de mis novios, de mi sexualidad. Te cuestionan si es mentira basándose en algún error que hayas cometido”, recuerda la actriz sobre los tiempos posteriores a su denuncia.
Es que la espectacularización busca respuestas binarias: víctimas buenas o malas. “Yo no quería que se farandulizara mi caso, era mi mayor miedo”, explica.”Me preparé para que eso quedara lo más neutralizado posible”. El temor no era infundado teniendo en cuenta las horas de aire centradas en desestimar los testimonios de las actrices Calu Rivero, Ana Coacci y Natalia Juncos, quienes también habían acusado a Juan Darthés públicamente.
Los cuestionamientos no fueron suficientes para parar a las chicas que llenaron las redes de escraches compartiendo sus propias vivencias relacionadas a la violencia sexual, luego de sentirse identificadas por el testimonio de una figura pública. Para Petrone, el relato de Fardin simbolizó “la desmitificación del sentimiento de vergüenza que atraviesan las víctimas y dio paso a un movimiento de empoderamiento, donde el miedo cambió de lado”.
“Los feminismos nos cuestionamos todo todo el tiempo y los mecanismos de acción usados en determinado contexto pueden no ser los mejores en otro. No creo en el escrache como solución pero es el síntoma del agujero legal existente”, considera Fardín, como modo de explicar que, ante la falta de respuesta del sistema, aparece el abordaje punitivista, que demanda el aumento de condenas y se contenta con señalar individualmente a los agresores que deberían ser castigados.
Para la filósofa y activista feminista y antirracista Angela Davis, creer en el punitivismo como una herramienta feminista representa un problema. En una visita a Brasil en el marco del Día Internacional de la Mujer Afrolatinoamericana y Afrocaribeña se preguntó: “¿Cuánto de transformador hay en aislar y encarcelar a alguien que cometió violencia de género?”. Petrone amplía: “El derecho penal no es, nunca, un elemento de lucha. A lo sumo lo penal puede ser una herramienta desarticuladora de la cultura machista. De todos modos el derecho penal llega tarde, cuando el daño ya está hecho”.
Débora Daich y Cecilia Varela, antropólogas e investigadoras del CONICET, señalan en su artículo “Los feminismos y el punitivismo: repensar las políticas anti-trata”, que el modo punitivo de proceder judicialmente “reduce el problema social del machismo y privatiza las responsabilidades, algo característico de la racionalidad neoliberal”. “Los cuerpos son vistos bajo esta lógica y todo aquel que atente contra ella debe ser reprimido”, coincide su colega antropóloga Agustina Kupsch, creadora de la cuenta de Instagram Panóptico de Género.
Para Ileana Arduino, abogada especializada en seguridad y políticas de género, la clave está en las condiciones sociales y los contextos culturales. En el artículo “Feminismos, los peligros del punitivismo”, Arduino señala que “ensañarse con los victimarios está bien lejos del desmantelamiento de las condiciones de violencia y por lo tanto de la justicia en clave feminista. La lógica de que el aumento de penas “reduciría los delitos”, es una forma de abordar el problema con más violencia“.
Desde Desarmando opinan que el foco para resolver la cuestión está en la paridad efectiva de género en los puestos de poder. “Quienes ocupen cargos jerárquicos debieran rendir cuentas acerca de las acciones que toman para evitar la violencia sexual y contra las mujeres. Es importante que en todos estos ámbitos haya una mirada de género interseccional y de amplia representación que comprenda las realidades de nuestro país”.
Foto: Télam