Por Daniela Kempner

LA NIÑEZ COMO ESCUDO

La gente que lo vivió jamás pudo terminar de entender cómo no se puede aceptar algo que está comprobado: hay fotos, videos y, lo que más fuerza tiene, sobrevivientes. La única esperanza que tenían era saber que el sobrevivir iba a dejar el legado de `aquí estamos, sobrevivimos, esto pasó, no va a haber nadie que nos pueda callar y menos cuando tengamos hijos, sobrinos y nietos que continúen con esta lucha´”, dice Agustín Tokatlián, familiar de Esteban Pamboukdjian, sobreviviente del Genocidio armenio y autor de “El juego de las bestias”, un texto publicado en el Diario Armenia basado en el relato de Pamboukdjian, en el que cuenta su historia durante el Genocidio armenio comparándolo con un juego.

Tokatlián agrega que “el principal legado que Esteban ha dejado es que una persona luche por que ese negacionismo se haga cargo”. Explica que sus padres son armenios y que parte de sus familiares escaparon del genocidio. Estuvieron escondidos en la casa de una persona turca en un cuarto “invisible”, porque si abrían la puerta o salían corrían el riesgo de morir. Hubo un fusilamiento, disparos al suelo, y Esteban, que tenía ocho años, se desmayó. Cuando se despertó vio que su prima recién nacida también había sobrevivido: “Nunca se supo bien por qué no murió, por qué esas balas nunca llegaron a él. Se podría decir que quizás los padres recibieron las balas, estaban delante de él y él no murió junto con la bebé, porque la persona que sostenía a la bebé también murió. Cuando comenzó el fusilamiento familiar, cuando las balas empezaron a caer, él no se enteró, escuchó el ruido, vio la presencia de esos turcos y cayó rendido al suelo como si hubiera caído una bala sobre él, pero nunca se enteró”, relata.

Esteban Pamboukdjian en su adultez

En ese momento escaparon a un puerto, subieron a un barco y fueron a Siria. Después de que se formara la familia, vinieron a la Argentina. Los abuelos y la madre de Tokatlián le contaron que lo que se vivió durante esos meses de 1915 era miedo, terror, sufrimiento, escuchar lo que pasaba afuera y no saber cuál sería su destino: “Por tener un ‘ian’ en el final del apellido, ya estabas considerado cristiano y tenías un pie en el ataúd, no había posibilidad de vivir, o sea, sí había, pero negando quién eras. Hubo familias que la única posibilidad para que no las mataran fue cambiarse la parte final del apellido por ‘oglu’”, cuenta.

A partir de esa reconstrucción, Tokatlián se pregunta cómo Esteban, un niño de ocho años, pudo vivir aquello sin entender lo que había pasado y cómo los padres lograban darle “alegría” o alejarlo de lo que ellos entendían que era un sufrimiento: “Yo creo que, si hubiera sido más grande, no hubiera sobrevivido. Hay algo de la pureza de la niñez, que le permitió sobrevivir. Por eso, hubo muchos niños que sobrevivieron, creo que hay algo de la falta de comprensión de lo que vivieron que, luego, tuvieron la madurez para entenderlo”, cierra.

“ME QUIEREN MATAR POR JUDÍA”

Diana Wang es hija de sobrevivientes del Holocausto, miembro del Museo del Holocausto de Buenos Aires, escritora de Cuadernos de la Shoá, psicóloga y conferencista de charlas TED. Escribió libros como “Los niños escondidos: del Holocausto a Buenos Aires” e “Hijos de la Guerra: la segunda generación de sobrevivientes de la Shoá”. Wang afirma que tanto en el Genocidio Armenio como en la Shoá y en todos los genocidios posteriores se necesitan varias décadas para poder hablar.

La mayoría de los chicos no recuperaron a sus padres porque los perdieron. Si eran muy chiquititos no se acuerdan nada. El hecho es que tienen el agujero en la memoria de no saber, puntos oscuros de su identidad que desconocen. A veces hablan con otros sobrevivientes, imaginan ‘tal vez a mí me pasó lo mismo’ y van rellenando su historia para hacérsela comprensible, porque son como islas a las que necesitan ponerles puentes para armar una historia con sentido”, explica Wang. Y suma una historia que lo refleja: “Un sobreviviente que todavía está vivo tenía nueve años, vivía en Alemania y, cuando empezó toda la situación complicada, los padres decidieron irse de Alemania, tomaron el tren Transiberiano, atravesaron toda la Unión Soviética, llegaron hasta el puerto de Shangai y ahí los detuvieron”.

Diana Wang es hija de sobrevivientes del Holocausto, escritora y psicóloga

En ese momento, China estaba ocupada por los japoneses, aliados de los alemanes. “Pasaron la guerra en el gueto judío de Shangai”, dice Wang, y continúa con la historia del niño sobreviviente: “Cuando tenía 13 años llegó a la Argentina con sus padres. Conoció aquí lo que era una pelota. Fue a la escuela, se vinculó con otros chicos de su edad y empezó a escuchar cómo habían sido sus infancias, sus casas, que habían tenido cumpleaños. La reflexión que hizo fue: ‘Recién ahí me di cuenta de que no había sido feliz’”.

Wang relata que siempre supo que era hija de sobrevivientes y que había nacido en ese contexto, pero antes no le daba la misma importancia que ahora. Escuchaba a sus padres hablar del tema, pero lo naturalizaba porque no conocía una realidad diferente: pensaba que en otras casas se hablaba de lo mismo.

Yo nací en 1945 en Polonia y vinimos a la Argentina en 1947, dos años después de que terminara la guerra. Mis padres querían ir a Israel, pero todavía no existía como país, era el protectorado británico y era muy peligroso ir con una bebita a una travesía en la que te podían hundir el barco, detenerte y meterte en un campo de concentración”, cuenta Wang.

Una situación puntual fue bisagra para que tomara consciencia de su historia: “Fue cuando explotó la bomba en la AMIA. Me enteré porque mi mamá me llamó por teléfono y me contó. No se sabía todavía qué había pasado, me llamó cuando desde su ventana veía el humo y la frase que me dijo fue: ‘Nos quieren matar otra vez’. Me metió de lleno en el tema: ¿Por qué `nos`? ¿A mí me quieren matar? Yo no hice nada, entonces me quieren matar por judía. La segunda cosa, cuando dijo ‘otra vez’, la ligué con el Holocausto. Me tocó en mi identidad como judía, me asumí como hija de sobrevivientes y empezó a ser tema de mi identidad de manera oficial. En ese momento empecé a investigar y a escribir”, concluye.