Por Camila Mitre y Gerardo Abraham

En Occidente lo llaman Transnistria. El derecho internacional lo reconoce como parte de Moldavia, con el nombre de “unidad territorial autónoma con un estatus jurídico especial: Transnistria”. Su gobierno se autodenomina República Moldava del Dniéster o Pridnestrovie, en ruso. Su bandera y escudos ostentan la hoz, el martillo y la estrella. Una estatua de Lenin se erige frente al Parlamento. ¿Ideología, nostalgia o estrategia política? Este país solo es reconocido por otros tres, que están en su misma situación: Artsaj, Abjasia y Osetia del Sur. Para el Consejo de Europa, el territorio está bajo la ocupación militar de Rusia. Y más allá de toda la parafernalia comunista, la realidad es que Transnistria es un “capitalismo del salvaje oeste”, como lo definen sus propios ciudadanos.

El límite occidental de la República Moldava Pridnestroviana se traza a la par del río Dniéster. Transnistria, de hecho, significa del otro lado del Dniéster. Legalmente, para Moldavia, ocupa todo el margen izquierdo del Dniéster hasta el límite con Ucrania. Durante la época de oro de la Unión Soviética, esta zona era utilizada como depósito de armas. Y tras su disolución, representó el legado más significativo para la región: armamento, municiones y bases militares. 

“En nuestro territorio se encuentra el mayor depósito de municiones de Europa”, señala Vladislav Elmuradov, ciudadano de Tiraspol, la capital. De ascendencia eslava, rusoparlante, pero legalmente moldavo, Elmuradov es parte del 60 por ciento de la población que no sabe leer su propio pasaporte porque está escrito en rumano. “Nací en la URSS y me siento ruso. Mi alma es rusa, pienso y hablo como ruso, pero estoy en desacuerdo con las autoridades rusas actuales, estoy en contra de cualquier guerra”

Moldavia siempre formó parte de Rumania, sus banderas son prácticamente iguales, solo las diferencia un escudo. Los dos eran países de etnia y habla latina, hasta que en 1924 la URSS invadió y fundó la República Socialista Soviética de Moldavia. Una de sus medidas fue sustituir el alfabeto latino por el cirílico. A partir de 1940, Transnistria adoptó cierta autonomía al ser absorbida por la provincia rusa de Besarabia, que hasta entonces estaba bajo control rumano.

UN ESTADO CAPITALISTA CONSOLIDADO

Transnistria está aislada: su espacio aéreo es acotado y no tiene salida al mar. Es un lugar estratégico y de suma importancia para Rusia, porque sirve como una suerte de enclave que se interpone entre Moldavia y su inclusión a la Unión Europea (UE) y la OTAN. Si Rusia todavía no reconoció la región como un país soberano –como ya hizo con Kosovo, Georgia o Crimea– es porque políticamente le resulta útil para que los moldavos no quieran desentenderse de su pasado.

Transnistrios y rusos mantienen vínculos estrechos. No solo por sus similitudes étnicas sino también porque Rusia es un gran soporte económico para esta región separatista: el suministro de gas, aunque es acotado, se entrega de forma gratuita desde 2005; las pensiones a veteranos y jubilados son solventadas por el gobierno ruso y los títulos obtenidos en el sistema educativo de Transnistria solo son reconocidos por el Kremlin.

“Si bien el gas gratis ha ayudado a garantizar la lealtad de Transnistria a Moscú, la Unión Europea también ha brindado un salvavidas económico a la región con nuevos acuerdos comerciales, explica Tatsiana Kulakevich, profesora de Métodos de Investigación y Análisis Cuantitativo de la Universidad del Sur de California. “La anexión de Crimea, una península ucraniana, por parte de Rusia en 2014, así como la guerra de Rusia con Ucrania en el mismo año por la región de Donbass, cambiaron el rumbo económico de Transnistria: de Rusia a Europa occidental. En 2014 Moldavia firmó un acuerdo de libre comercio con la Unión Europea, que permite que Transnistria también participe. Desde entonces, el comercio de Transnistria con Europa occidental crece, a medida que disminuye su comercio con Rusia”.

En la actualidad, Transnistria tiene lazos comerciales con 20 de los 27 Estados miembro de la UE, que absorben más del 70 por ciento de las exportaciones de la región, principalmente materiales textiles y productos de acero. El comercio interno está controlado por el monopolio de la empresa Sheriff, que es sospechosa de blanqueo masivo de dinero en nombre del gobierno de Transnistria. Esta compañía obtiene la mayor parte de sus beneficios mediante la fabricación de armas en sus plantas de alta seguridad. Es dueña de casi todos los rubros desarrollados en el país: estaciones de servicio, supermercados, un canal de televisión, una empresa de construcción. Incluso tiene un equipo de fútbol: FC Sheriff Tiraspol, que compite en la UEFA Europa League como un equipo moldavo. 

La economía está mucho más cerca del libre mercado que del comunismo. Aunque el Estado ofrece asistencia sanitaria gratuita, educación y un sistema de transporte subvencionado, también tiene un tipo impositivo fijo del 10 por ciento. No existen restricciones y todo está en venta. La falta de regulación provocó que la cripto-minería floreciera en la región. En un país donde es imposible extraer de un cajero automático la moneda nacional, el rublo transnistrio, debido a su inexistencia internacional, donde tampoco se puede pagar con tarjetas, donde la criptodivisa está prosperando, no es de extrañar que se haya fomentado la creación de un mercado ilegal. “Buena parte de los ingresos del país tienen que ver con la venta de viejas armas en el mercado negro”, explica Ignacio Hutin, corresponsal especializado en países de Eurasia.

La sonrisa de Yuri Gagarin en un mural de la capital de Transnistria, Tiraspol. (Foto: Unsplash)
LA TIERRA PROMETIDA

Moldavia declaró su independencia durante la disolución de la URSS, cuando la dirección del bloque ya se encontraba completamente burocratizada. Los representantes del soviet decidieron volver a utilizar el alfabeto latino y reconstruyeron los lazos culturales del país con Rumania. El alfabeto cirílico fue desterrado como lengua oficial. 

Los diputados de los poblados del Dniéster se manifestaron en Chisinau, la capital moldava, durante todo mayo de 1990, para que se discutiera la posibilidad de mantener las relaciones con el gigante soviético, que hasta ese momento no se había disuelto, pero el gobierno ya anexado a Rumania respondió con represión. Luego, se sancionaron numerosas leyes lingüísticas discriminatorias. El 2 de junio de 1990 se celebró el primer Congreso Extraordinario de Diputados de todos los niveles de Transnistria en el que los delegados de base discutieron y finalmente decidieron crear el primer órgano de autogobierno: el Consejo de Coordinación. 

Estas decisiones desencadenaron un conflicto étnico entre Transnistria y Moldavia que terminó en una guerra civil a partir de marzo de 1992, en la que murieron cerca de dos mil personas. En julio de ese mismo año se firmó un alto el fuego que sigue vigente hasta hoy.

“Transnistria no es comunista, sino una sociedad hiper oligárquica dirigida por unas pocas élites económicas que utilizan la propaganda soviética para mantener las tensiones interétnicas al mínimo”, explica Keith Harrington, becario itinerante de la Universidad Nacional de Irlanda en Humanidades y Ciencias Sociales. Las élites de Transnistria tienen estrechos vínculos con la oligarquía ucraniana y, antes de la guerra, Ucrania era uno de los mayores socios comerciales de Transnistria. Por ello, las autoridades separatistas no pueden apoyar abiertamente la guerra. En su lugar, han tratado de mantenerse “neutrales”.

A pesar de llamarse “Soviet Supremo”, el Parlamento nacional no tiene nada que ver con el comunismo. El sistema electoral se considera democrático y permite que se presenten múltiples partidos de todo el espectro político, a diferencia de los Estados comunistas. “Las leyes sobre derechos humanos son reglamentadas según el criterio ruso. Por ejemplo, dos personas del mismo sexo no pueden casarse entre sí”, explica Vladislav Elmuradov. 

UN LEGADO CUESTIONABLE

“En cierto modo, la propaganda soviética todavía existe en Transnistria. Es un Estado multiétnico que tiene casi la misma cantidad de personas de identidad rusa, ucraniana y moldava/rumana. Transnistria justifica su existencia al rechazar el nacionalismo y abrazar el ‘internacionalismo’ (la idea de que todos los grupos étnicos pueden vivir juntos). Estos argumentos se extraen de la época soviética. Sin embargo, es importante señalar que ese es el único vínculo con el pasado soviético. Transnistria no es comunista, refuerza Harrington.

El uso de los símbolos comunistas está lejos de ser considerado una hipocresía. Es una parte esencial de la identidad de la gente que vive en Transnistria. La hoz y el martillo se convirtieron en un emblema histórico, útil para glorificar el pasado y diferenciarse del resto de Moldavia. En algunos comercios se venden bustos de Iosif Stalin y Vladimir Putin. Exhiben con orgullo la bandera de la URSS junto a la de la Rusia Imperial. Todo forma parte de una identidad que añora su pasado.

Durante el conflicto, los medios de comunicación de Transnistria lo presentaron como una “guerra sagrada contra el genocidio de los moldavos nacionalistas”. En la memoria colectiva fue “una guerra por la verdad, la justicia y la independencia”. La politización de la educación desempeñó un papel crucial en la creación de la identidad de Transnistria. Esto fue evidente para los dirigentes, que cerraron por la fuerza todas las escuelas de habla rumana de la región. La utilización de la simbología soviética es la principal herramienta de Pridnestrovie para bajar línea nacional e internacionalmente, no por su significado histórico sino por su reimplementación como un signo de distinción étnica.

¿QUÉ PASA HOY EN TRANSNISTRIA?

A pesar de mantener la neutralidad en el conflicto entre Rusia y Ucrania, las autoridades pridnestrovianas parecen no estar alertadas por el avance de las tropas hacia su región. Tiraspol, la capital de Transnistria, se encuentra a solo 93 kilómetros de Odessa, el puerto más importante de Ucrania con salida al Mar Negro. 

El comandante militar ruso Rustam Minnekaev declaró a principios de 2022 que “pretendían establecer un corredor terrestre a través del sur de Ucrania hasta Transnistria”. En 2014, tras la anexión de Crimea a Rusia, el presidente del Parlamento transnistrio, Mijaíl Burla, pidió oficialmente a Rusia que se incluyera la región en su territorio, pero la demanda nunca fue atendida.

Desde 2006 existe una misión de paz de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), que tiene como observadores a Estados Unidos y la UE, para poder llegar a un arreglo entre los gobiernos moldavo y transnistro. A pesar de que las reuniones son frecuentes y los moderadores cambian, no existe ningún avance. Los transnistrios aún quieren conservar su autonomía y no declinar como sucedió en el caso de Gagauzia, otra república prorrusa que tuvo que ceder ante el gobierno moldavo por no poder mantener una economía solvente. 

Sin embargo, la presencia militar rusa en la región del Dniéster es indiscutible. Según autoridades ucranianas, hay allí unos 15 mil militares; aunque la información oficial asegura que se trata solo de 1.500.