Por Agustina Lantier y Malena Guerrini Gutiérrez
Se podría hablar largo y tendido sobre el legado de María Eva Duarte de Perón, pero hay una historia poco difundida que tiene que ver con el primer lugar que forjó a la Evita que conoció el mundo, un relato que empezó en su pueblo natal: Los Toldos, partido de General Viamonte, en la provincia de Buenos Aires.
La madrugada del 7 de mayo de 1919 nació en la estancia La Unión la quinta hija de Juana Ibarguren y Juan Duarte, Eva María, según consta en su acta de bautismo. “En Los Toldos los nacimientos eran asistidos por mujeres de la comunidad mapuche. Cuando doña Juana Ibarguren estaba a punto de dar a luz a Evita, fue Juana Rawson de Huaiquil quien acompañó y ayudó en el parto, en la estancia muy cercana a la comunidad”, explica Claudia Bramajo, profesora e investigadora de museología del Museo Casa Evita.
El padre de Evita era un influyente estanciero y político conservador de Chivilcoy, donde residía con su familia oficial: su esposa y seis hijos. Pero además, en Los Toldos, tenía su otra familia junto a Juana y sus cinco hijos naturales: Blanca, Elisa, Juan, Erminda y Eva María. La familia Ibarguren-Duarte residió hasta la muerte del padre en una estancia de la zona. Cuando Juan Duarte murió en 1926 en un accidente automovilístico, la familia de Evita comenzó a pasar verdaderos problemas económicos.
En su libro “La razón de mi vida”, Evita recordó cómo la muerte de su padre fue su primer contacto con ese sentimiento de intolerancia hacia la injusticia. Y es que la familia oficial de Duarte no permitió que Juana y sus hijos asistieran al velorio. Fue necesaria la mediación de un hermano político del padre, que entonces era intendente de Chivilcoy, para que pudieran despedirse.
Tras la muerte de Juan, la familia tuvo que retirarse de la estancia en la que vivía y pasó a residir en una casa esquina de dos ambientes, en la calle Francia 1021, donde actualmente está el Museo Casa Evita. Allí, la madre comenzó a trabajar como costurera para mantener a la numerosa familia, y todas sus hijas la ayudaron. Hoy, en una de las habitaciones que recrea la infancia de Eva María, se conserva y exhibe la máquina de coser de Juana Ibarguren.
En los registros disponibles se la recrea a Evita como una niña curiosa y extrovertida. Su hermana mayor, Erminda, detalló en su libro dedicado a Eva los juegos que disfrutaban: los acrobáticos entre las plantas del patio y la creación de barriletes junto a su hermano Juan. También relató otras memorias de su infancia, como una muñeca que le regaló su madre y que tenía la pierna rota, porque había sufrido el accidente al caerse de un camello de los Reyes Magos. Evita se dedicó a cuidarla con esmero. También acompañaba a un chico con discapacidad durante las tardes, brindándole largas horas de oratoria y declamación.
A los 8 años Evita ingresó en la escuela primaria de General Viamonte, donde hizo primero, segundo –que debió repetir– y tercer grado, según consta en los documentos donde se solicitó el pase a la escuela N°1 de Junín, a sus 11 años. Sus maestras de aquellos primeros años recordaron que Eva Ibarguren era más bien tímida, para nada buena en matemáticas, aunque sí en labores y canto, pero que faltaba mucho. Algo de eso amplió doña Juana a la escritora Aurora Venturini: “Me contaba que se escapaba de la escuela y se iba a pasar las tardes con los indios que quedaban en Los Toldos, les organizaba quermeses y rifas, bailaba folklore con ellos”.
Ya por entonces, la familia Ibarguren sufría la discriminación de otras familias en Los Toldos que, según sus maestras, no permitían a sus hijas juntarse con Eva o sus hermanas, porque no eran hijas oficiales. “Las circunstancias de la época hicieron que doña Juana y sus hijos sufrieran el hostigamiento y el señalamiento por ser la segunda familia de Juan Duarte. Es necesario remarcar que las costumbres e ideas arcaicas del momento no cuestionaban nunca el accionar de los hombres, pero sí eran muy rudos con las mujeres. La humillación, las habladurías y la falta de oportunidades fueron una constante en la vida familiar”, explica Bramajo.
A su vez, los adultos pasaban cerca de Evita y le ofrecían limosna, algo que ella comenzó a no tolerar, tal como escribió años más tarde: “La limosna para mí fue siempre un placer de los ricos; el placer desalmado de excitar el deseo de los pobres sin dejarlo nunca satisfecho. Y para eso, para que la limosna fuera aun más miserable y más cruel, inventaron la beneficencia y así añadieron al placer perverso de la limosna el placer de divertirse alegremente con el pretexto del hambre de los pobres. La limosna y la beneficencia son, para mí, ostentación de riqueza y de poder, para humillar a los humildes”.
Con esfuerzo, la familia logró mudarse a Junín, donde las hermanas más chicas terminaron los estudios primarios. A partir de allí, Evita comenzó a mostrar con gran entusiasmo su interés por el arte y la actuación: participó en la obra “Arriba estudiantes” el 20 de octubre de 1933 e hizo su debut artístico en la Casa de la Música de Junín, donde Primo Arini transmitía por altoparlante el programa “La Hora Selecta”. Frente a aquel micrófono, la joven recitó el poema “Una nube”, de José María Gabriel y Galán.
Con 15 años, se fue junto a su madre a probar suerte a Buenos Aires, donde sabía que florecían las artes, el teatro y todo ese mundo de interpretación en el que ella quería vivir. Allí daría sus primeros pasos como la actriz de radioteatro que luego conocería al general Juan Domingo Perón para comenzar a reescribir los destinos de la Argentina.