Por P. Rodríguez y M. Mora Peralta
Las fotos de Julio Cortázar recorrieron el mundo a través y gracias a sus libros. Pero con el tiempo, sus imágenes tomaron un camino propio. Pocos escritores fueron tan fotogénicos como él.
Sin dudas, una de sus imágenes significativas es una de 1964 tomada en París, donde se lo ve tocando la trompeta, -uno de sus hobbies-, quizás esforzándose por parecerse a Miles Davis. En una carta a sus amigos, lo describió: “Sigo haciendo progresos con mi trompeta, y ya los vecinos no se quejan. Aurora (Bernárdez, primera esposa de Cortázar) sospecha que es porque ya no queda ninguno”.
Otro testimonio gráfico trascendente es el de su regreso a la Argentina, en diciembre de 1983. La excusa de su vuelta fue visitar a su madre convaleciente, aunque en realidad se trató de su “despedida”, ya que unos meses después Cortázar falleció. Un testigo de ese viaje fue Dani Yako, jefe de Fotografía del diario Clarín, quien resume la intimidad de ese día y la “negociación” que existió en un hotel del bajo porteño: “Me costó convencerlo de salir a la calle a hacer unas fotos. No tenía muchas ganas, hacía calor, era diciembre”, y agrega: “Le dije lo que pensaba: que las fotos que habíamos hecho hasta ese momento eran adentro de una habitación y eso podía ser París o cualquier lado, y que a mí me gustaría mostrar que estaba en Buenos Aires, que había vuelto”.
Esa insistencia tuvo su recompensa: “Ahí salimos, dimos un par de vueltas manzana. Fue bastante fuerte, porque la gente lo reconoció, se le tiraba encima, lo abrazaba y le decían ‘te extrañamos’. Le daban los chicos para que lo besen”, recuerda Yako. La imagen más difundida de esa sesión es la que el escritor aparece en la puerta de la tradicional tienda Harrods, con su clásico cigarrillo en la mano.
Esa foto no es la única que existe del autor de “Rayuela” fumando. Sara Facio, fotógrafa y amiga personal de Cortázar, fue la encargada de inmortalizarlo con un retrato en primer plano con un Gauloises, su marca favorita de cigarros franceses. Esa foto reflejó al Cortázar post-Rayuela, en 1967, radicado en Francia. En los años siguientes llegó su metamorfosis estética, ya que luego se dejó crecer la barba, el pelo y adoptó para la eternidad sus anteojos característicos. Facio describe cómo esa imagen famosa llegó a manos de Cortázar: “Le mandamos a Julio una serie de ocho o diez fotos por carta señalándole cuáles eran las que preferíamos, y él contestó que le habían gustado mucho, especialmente la del cigarrillo”.
Quien analiza esa foto de manera interesante es el humorista gráfico Miguel Rep, que dedicó muchos dibujos al escritor. “En esa foto con el cigarrillo se ve al Cortázar de Buenos Aires, es un Cortázar aún lampiño, el barbudo ya no es el argentino sino el latinoamericanista, en esa foto es un típico dandy porteño, muy peinado, de piloto y corbata. Muestra el antes de su después”. Además de hacer las ilustraciones del libro “Cortázar para Principiantes”, de Carlos Polimeni, Rep realizó un mural-homenaje en París en el que cuenta que eligió destacar sus momentos clave, y que ese proceso lo hizo “lo más rayuelísticamente posible”.
El ex secretario de Cultura de la Nación, Jorge Coscia, vinculado a una serie de eventos que se realizaron en marzo de este año en París con motivo del 100° aniversario, afirma que el escritor expresa la puesta de la superficie de una tradición narrativa se conoce como “realismo mágico latinoamericano”, que compartía con Gabriel García Márquez, entre otros, y que expresa la luz, la vitalidad y la energía de todo un continente. Para definir a Cortázar, Coscia dice: “Era un revolucionario de las formas de la narrativa, él mismo se relataba a sí mismo. Era divertido, jugaba a que era un niño, era un juego para él”.