Por Luciana García
—Vas a creer que te estoy cargando, pero te juro que casi no tengo una hora libre. Estoy con muchos partidos, jornadas de capacitación y mañana viajo por trabajo— aclara Salomé Di Iorio, casi pidiendo perdón mientras contesta.
—A veces no llegás con todo, pero bueno, sos humana, viste… Yo cuando no estoy con la nena, es porque estoy dirigiendo o dando clases. Y también están los entrenamientos— reflexiona María Eugenia Rocco, sin tomar distancia de lo que dijo Salomé.
—El arbitraje es así. Es difícil agendar cosas— comenta Sabrina Lois entre risas.
Un día dirigen fútbol masculino, otro femenino. A veces les toca futsal, fútbol once y, en ocasiones, fútbol playa. Pueden arbitrar infantiles, juveniles, la Reserva, o alguna Primera. Muchas de ellas son también árbitras FIFA. La versatilidad es absoluta. Y es que, como explica Sergio García, hombre a cargo del Departamento de Árbitros de AFA, “acá son alrededor de 600 los árbitros contratados, de los cuales sólo 31 son mujeres”.
¿Por qué el corrector de Google Docs corrige la palabra árbitra a árbitro? En fin, retomando la idea… Aparecen también los partidos de CONMEBOL, la famosa Libertadores, la Sudamericana, la Copa América, los viajes a otros países, provincias. Ah, ¡y las prácticas!
No importa la sede, que puede ser el CeNARD —aquel imponente espacio ubicado en Núñez donde entrenan deportistas de alto rendimiento—, en La Plata, Quilmes, Lomas de Zamora, o en la Asociación Argentina de Árbitros (AAA) en el Bajo Flores, el entrenamiento requerirá como mínimo una hora y media de sus tiempos, tres veces por semana. Aunque aquella frecuencia puede a veces verse obsoleta, considerando los entrenamientos complementarios diarios que propone la AFA.
Como sea, ellas van de aquí a allá, a un ritmo casi frenético al que, en algunos casos, se suma la maternidad. Mención aparte al contexto desfavorable, y con ello se hace referencia al ecosistema machista en el que se inserta el fútbol, con el cual deben lidiar dentro de la profesión. ¡El árbitro es mujer!
En algún punto, habrá tenido que ver la rebeldía y la búsqueda de una opinión calificada al ver y comentar un partido de fútbol. En otros casos, la posibilidad de sumar puntos para el profesorado de educación física y la docencia. También es válido simplemente querer aprender y entender de pies a cabeza el reglamento.
Las razones que llevaron a Di Iorio, Rocco, a Estela Álvarez de Olivera y a Lois a dedicarse al arbitraje son quizás lo suficientemente variadas aunque, en el fondo, todas nacen de la misma motivación: la pasión por la pelota. Por aquel deporte que, comprendido en un lapso de 90 minutos, despierta las más increíbles e irracionales reacciones en todo un país y en el mundo entero.
Dos años de cursada, ya sea en las escuelas privadas o en los gremios, como el Sindicato de Árbitros Deportivos de la República Argentina (SADRA) o la AAA, marcan el inicio de esta profesión. Aunque no termina allí. Lo siguiente es la homologación y contratación en AFA.
Para sorpresa de nadie, a las mujeres no siempre les fue tan fácil. “Cuando estudié la carrera, aún no había ninguna contratada”, recuerda Lois, ex árbitra asistente y actual instructora, asesora de árbitros y designadora en el Fútbol Femenino A y B en AFA, respecto a sus inicios en 1997. El panorama no fue muy distinto para De Olivera, la oberense que se vino a estudiar a Buenos Aires e ingresó a AFA en 2004. “Mirá que son pocas mujeres”, le advirtieron en SADRA inicialmente, “pero vos tenés condiciones”.
Julio Humberto Grondona (1979-2014) reinaba aún en aquel entonces y, el episodio con Florencia Romano, la primera árbitra contratada por AFA en 1996 tras realizar una huelga de hambre en la sede de Viamonte 1366, todavía estaba fresco. “Ella se encadenó frente a la AFA para reclamar por los derechos de las mujeres”, rememora De Olivera, con cierta admiración en su mirada y tono de voz. “Creo que ella fue una referente que abrió puertas y facilitó el decir ‘bueno, pongamos a más chicas’. Así es que caí yo”.
La tucumana también denunció a Grondona por discriminación de género. Ante la llegada del caso al Congreso de la Nación y la Secretaría de Derechos Humanos, aún se recuerda su frase: “No es sensato que una mujer dirija entre hombres”. Romano, Elvia Maldonado, Verónica López, Verónica Púlis, Alejandra Cercato y Sabrina Lois fueron las primeras contratadas. Más tarde ingresarían De Olivera, Rocco y Di Iorio, las únicas tres de todas ellas que hoy continúan en el plantel arbitral.
Indudablemente, a mediados de los noventa y principios de los 2000 eran pocas. Menos de diez. “Fue un ambiente bastante hostil para comenzar. Éramos bichos raros si queríamos involucrarnos y mostrar nuestra capacidad”, advierte Di Iorio, árbitra con veinte años de trayectoria en AFA y dieciocho en FIFA, al repensar sus inicios.
A María Eugenia todo le costó más. Un problema en la vista, que debió operarse —la Asociación pide que la vista sea de 10/10 y ella tenía ocho en un ojo y nueve en el otro—, demoró un año su ingreso. Aunque en 2005, ansiosa por ingresar al fin, pondría en marcha su camino.
En AFA todos entrenan por igual. En el plantel se alternan prácticas de velocidad, trabajos intermitentes, gimnasio y coordinación por estaciones, aunque también hay clases de reglamento. La única diferencia entre géneros recae en los tiempos de las pruebas físicas, donde la variación se reduce a milésimas entre unos y otros.
A la hora de confiar, los profesores y compañeros siempre dijeron presente. “Yo no quería ser árbitro, sólo quería aprender las reglas. Hasta que un día, mi profesor vino y me dijo: ‘Geraldine (por su segundo nombre) acá tenés una designación, conseguite ropa porque tenés partido’”.
Botines, short negro, camiseta de color a veces rosa, otras amarillo, naranja o celeste —aunque siempre flúo—, y medias negras, aunque en ocasiones pueden ir también en composé con la prenda superior. Listo. También las tarjetas. Verde, amarilla, roja. Ahora sí: que empiece el juego.
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“Mirá, dirige una mina”. Los ojos estaban clavados en ella. En su vestimenta, su peinado, si corría más, corría menos. Si cobraba para tal, o para cual. Si decía el club del que era hincha. Los insultos colmaban la atmósfera auditiva. “Andá a lavar los platos”. “¡¿Qué hacés nena?!”. “¿No había curso de computación?”.
“El árbitro está en un partido y, desde que entrás, te empiezan a decir cosas. Y vos pensás ‘pero si yo ni siquiera sancioné algo todavía”, recuerda Lois, con cierta indignación. En el caso de las mujeres, relata, cambia además el tipo de agresión: “¡A nosotras nos ven como tontas! Si te equivocaste es porque no sabés, no jugaste al fútbol. El hombre, en cambio, lo hizo adrede, está comprado, es hincha del club, o los quiere ayudar por algo”. Hinchas, jugadores, directores técnicos. La estigmatización es como un fantasma que, de pronto, se hace presente.
El año 2009 fue esperanzador e inesperado para lo que se conocía hasta ese entonces. Estela Álvarez de Olivera alcanzaba lo que ninguna árbitra argentina ha logrado hasta el día de hoy: jugar como jueza principal un partido del Nacional B.
Arbitrar grandes categorías del fútbol masculino de pronto era posible, aunque una equivocación lo cambió todo. Durante un partido disputado entre Ferro y Merlo, cobró un offside desde el lateral. “Ese partido era algo impensado para una mujer, ya que ante el primer error grosero te bajaban. Dicho y hecho, porque no lo volví a jugar”, recuerda con un dejo de amargura.
Una suerte de castigo, sesgado por el género. “Dirigió mal y no la volvieron a designar, pero ¿cuántos lo hacen y aún están arbitrando?”, cuestiona Lucía Peralta, una de las fundadoras del colectivo River Feminista.
Los años pasaron y, aunque parezca una broma de mal gusto, ya son trece desde la última, y única, designación de una mujer en un rol principal en el Nacional B. Fueron más aún en la Primera División: una era futbolística completa. El deseo está latente y las chances proliferan día a día, pero todavía no se dan. Sí en el fútbol femenino, porque en el masculino es otra la historia.
A pesar de la evidente disparidad en el plantel arbitral, que Sergio García reduce a que “son más los hombres que hacen el curso de árbitros que las mujeres”, el arbitraje femenino ha crecido y continúa haciéndolo. El camino está más allanado, aunque no completamente.
Hay que saber entender. “Es difícil ir contra el poder de AFA, con todo lo que eso conlleva. No hay que exigirles a las árbitras que levanten la voz, sino que se debe cuestionar a los que están más arriba y asignan a los árbitros”, considera Peralta. Como a García, que se encarga del 90% de las designaciones.
Las mujeres saben que la lucha se sobrepone al machismo aún presente en AFA, pues algunos hechos serían muy difíciles de olvidar. Como el manual para seducir mujeres rusas en el Mundial de Rusia en 2018, la falta de mujeres en la Comisión Directiva de la asociación, o el hecho de que el fútbol femenino apenas comenzó a profesionalizarse en 2019.
Sí se puede, como hace de Olivera, reconocer al menos los avances de la gestión actual, a cargo de Claudio «El Chiqui» Tapia desde 2017, quien “se ha encargado de apoyar a las mujeres y de abrir puertas”. Quizás la creación del Departamento de Equidad y Género en noviembre de 2020 sea un paso en esa línea y, acaso, un motivo suficiente para las árbitras pioneras y nuevas camadas de demostrar lo que pueden hacer.
“No podemos exigir jugar sólo por ser mujeres. Tenemos que demostrar capacidad y lograr ser más”, asegura De Olivera y, esta vez, su tonada oberense se impone con un mensaje fuerte y claro: “La competencia no es entre nosotras para ver quién llega a Primera División, sino contra todos los hombres”.