S. Guzmán Coraita, M. González, P. Chiandoni, J. Grille, N.Bagini, L. Delgado, W. Pinto Kramer, S. Terán
“A todos los que hablan hoy de vos, les digo que eras bueno con tus hijos, malo con los malos, irreemplazable con Cristina, ingenuo con los ojos, franco con la risa, incansable con la cámara, transparente de corazón, curioso de oficio, amplísimo de amigos y fraternal conmigo. Para los desmemoriados, llevamos una cinta negra en tu memoria. Yo no llevo un luto. Llevo prendida una carcajada tuya de repuesto”. Fragmento de una carta de Guillermo Cantón a José Luis Cabezas del 31 de enero de 1997, a seis días del asesinato del fotógrafo.
“Te hacía pasarla bien”, cuatro palabras que se repiten en las descripciones que comparten familiares, amigos y ex compañeros de trabajo de José Luis Cabezas. Nació en la localidad bonaerense de Wilde, el 28 de noviembre de 1961. Reportero gráfico por vocación y trabajador apasionado, construyó su camino desde abajo. Empezó trabajando de cadete a los 15 años. Después fue empleado administrativo en un laboratorio medicinal, junto a su hermana, Gladys, un año menor que él. “Éramos muy compinches. Nos gustaba hacer enojar a papá riéndonos de sus ronquidos”, cuenta ella. “Era el favorito de la familia”, acota Diego Rodríguez, hijo de Gladys. Desde chico, fue fecundo en amigos y en dejar gratos recuerdos en ellos, característica cultivada en su hogar, que solía estar lleno de gente cercana a la familia.
Los hijos de Cabezas, Juan y Agustina, a los 4 y 6 años (Gentileza: Agustina Cabezas)
Era muy común que Gladys y José Luis se pelearan por celos. Él era el preferido de la madre, Norma Marotti, y ella, la del padre, José. “Parecía que no quería salir nunca de mi panza. Fue un parto bastante trabajoso, pero cuando lo vi, era una belleza de lindo”, cuenta la mamá. “Siempre fue un cascabel, con sus enormes ojos celestes. Mucho no le gustaba la escuela, pero las maestras lo querían mucho”, agrega. Incluso, Norma lo describe al recordar su voz: “Chicos, vamos a cantarle a la abuela: ‘¡Se armó la gorda, ahí viene la abuela Norma!'”. De su padre, llegado de Andalucía a los 18 años, el reportero gráfico heredó los ojos claros, los gestos y la cultura del trabajo. “Él me habló sobre su viejo: un inmigrante que había pasado mucha hambre en España. Un tipo duro, muy sufrido”, cuenta el periodista y ex compañero Miguel Wiñazki.
Cuando eran chicos, prometieron con su hermana que serían padrinos del primer hijo del otro. En efecto, Diego, primogénito de Gladys, y María Agustina, hija de José y hoy de 26 años, son ahijados de sus tíos. El fotógrafo luego fue padre de Juan, de 24, y Candela, de 19. “Los dos nos casamos y, cuando nació mi primer hijo me fui a vivir a Capital Federal. Al poco tiempo, José Luis me siguió, luego de hacer el servicio militar en La Plata. Una etapa en la que la pasó mal, y yo también, por él”, concluye Gladys.
Gladys y José Luis Cabezas de bebés. (Gentileza: Agustina Cabezas)
Era detallista, obstinado y se ponía un poco cabrón cuando un compañero llegaba tarde a una nota, recuerda Cantón. “A los 18 vio el mar por primera vez y se metió vestido”, describe, así, la vitalidad del fotógrafo, quien luego elegiría a Pinamar como uno de sus lugares en el mundo. Allí conoció a su segunda esposa, María Cristina Robledo. Para ella, era muy seguro, sencillo, tierno y familiero. “No podía mentir sin que le brillaran los ojos, y no era él si no rezongaba un poco”, asegura María Cristina, la madre de Candela.
Autodidacta, nunca quiso saber nada con seguir una carrera. En su juventud, ya casado con María Lucía Kalaydjian, comenzó a tomar fotos en las plazas con un primo, aunque sus conocidos aseguran que el ballet siempre fue su actividad preferida para fotografiar. Luego, siguió haciendo sociales, hasta que empezó a trabajar para la embajada de Francia. Allí, un día retrató al ministro de Economía de turno, Miguel Ángel Roig, presente por el aniversario de la Toma de la Bastilla, momentos antes de que muriera de un paro cardíaco. Cabezas tenía su última foto en vida y se la llevó a la revista Noticias: esa decisión fue una bisagra en su vida profesional, y en los siguientes ocho años, se convirtió en uno de los fotógrafos más destacados de la editorial; para algunos, el mejor. El reconocimiento se materializó con la obtención del Premio Pléyade a la mejor foto periodística en 1995, tomada al capellán José Fernández. No obstante, nunca se desconectó de sus orígenes, y quienes trabajaron con él lo escuchaban autodefinirse como un “laburante de Avellaneda”. “Tenía esa cosa del hambre de querer laburar bien”, grafica Wiñazki.
José Luis Cabezas, Guillermo Cantón y Hugo Ropero en 1995. (Gentileza: Agustina Cabezas)
En el trabajo, siempre hacía bromas con los colegas, pero si tomaba a alguien de punto, esa persona se las veía negras. “Dicen que tenía un carácter fuerte, pero yo pienso que hablaba desde la broma. Siempre hacía chistes y todo lo decía a los gritos”, cuenta su compañero Gabriel Michi, y coincide con su sobrino, quien también ensaya la expresión “a los gritos” para describir el ambiente andaluz que envolvía la casa de su tío. Además, Michi pone en relieve la virtud familiera de su amigo: “Disfrutaba mucho de sus hijos, y exprimía cualquier tiempo libre para estar con ellos”. También recuerda que cuando le preguntaban cómo estaba, solía responder: “Y acá estoy, cansado de triunfar”.
Michi cuenta que su latiguillo “es-pec-ta-cu-lar” no podía faltar cuando sabía que había tomado una buena foto: “Tenía arte y periodismo en cada una de sus tomas. Dominaba excelentemente la iluminación para realizar sus trabajos. Si no tenía nada para armar un escenario propicio para la foto, lo inventaba, como hizo con (Ernesto) Sábato”. Su jefe, Carlos Lunghi, explica que la idea en ese momento fue mostrar un contraste: por un lado, el gesto adusto que caracterizaba al autor de “El túnel” y, por el otro, un paisaje de playa. Como el escritor no quería que le tomaran fotos en un estudio, se armó una estructura de tela con un mar y un sol pintados en medio de una plaza. Aunque, al principio, Sábato se mostró reticente, Cabezas finalmente lo convenció de posar ante su cámara, una Nikon F4 llena de stickers de su familia. “Representaba una combinación única entre la creatividad del fotógrafo de editorial y la conexión con la realidad del reportero gráfico”, define Wiñazki.
El hijo de José Luis, Juan Cabezas, en la actualidad. (Gentileza: Agustina Cabezas)
Poco entusiasta del fútbol y su equipo, Independiente de Avellaneda, prefería escuchar a los Rolling Stones, Pink Floyd, Led Zeppelin y The Beatles. En castellano, Joan Manuel Serrat y Soda Stereo. A la hora de ostentar sus dotes de imitador entre amigos, sus víctimas eran Sandro y Leonardo Favio. En la política, “era radical hasta la médula”, sentencia Gladys, que fue forzada por su hermano a calzarle la boina blanca del expresidente Raúl Alfonsín a su hijo Diego. “No tenía dogmas, pero en la época de (Carlos Saúl) Menem, era crítico de esa opulencia y la corrupción”, complementa Wiñazki.
Diario Publicable habló con Agustina Cabezas. (Foto: Silvia Guzmán)
A Cabezas le gustaba la tecnología y no escatimaba en relojes de primera marca. “Si hoy viviera, tendría el último iPhone”, conjetura Cantón. Aunque fue el primer empleado de Noticias que ostentó una agenda electrónica, su jefe, Hugo Ropero, descubrió que no usaba el flash simplemente porque no sabía cómo. En una época sin fotos digitales, Cantón cuenta que su amigo iba con una imagen en la cabeza y no paraba hasta obtenerla, como un director de teatro. En la revista lo valoraban mucho por eso, y a él le encantaba trabajar con grandes figuras. “José siempre se iba con una consigna, como todos los demás, y siempre la cumplía. En el trabajo, algunos eran celosos, vanidosos, pero él era cero conflicto, aportaba ideas a los compañeros. Era el fotógrafo estrella y el más mimado en la editorial”, elogia Lunghi, y sintetiza la mayor virtud del fotógrafo: “Inclinó los horizontes”.
La hermana de José Luis Cabezas, Gladys Cabezas (Gentileza Perfil)
Pero su legado no se limitó al arte de la imagen. Cabezas fue un tipo común, víctima de una circunstancia extraordinaria que lo convirtió en un símbolo. No era la investigación periodística lo que motivaba su trabajo, sino su vocación por la búsqueda de lo imposible. Fotografiar a Alfredo Yabrán era imposible, y este laburante de Avellaneda lo logró.
Fragmento de un documental sobre José Luis Cabezas.
Detrás de cada canción hay una historia.
El reportero gráfico Guillermo Cantón, compuso estos versos para homenajear a su amigo y colega José Luis Cabezas. Cuenta que una noche lluviosa, las palabras le brotaron desde la más profundo de su corazón y, acompañado de su guitarra, comenzó a tocar una sencilla melodía.
Una bala de luz
Letra y música: Guillermo Cantón
Una bala de luz
que disparaste
todavía ilumina
este paisaje
de hombres temerosos
abominables.
Una bala de fuego
quizo callarte
Y te hizo más grande
e inolvidable
¿Cómo se mata un hombre?
¿Cómo se puede?
¿Cuándo se olvida un nombre?
¿Cuándo se aprende?
Una foto de ayer
y de mañana
siempre hay un ladrón
agazapado
y un ojo que dice:
“tené cuidado”.
“Una palabra más
Y no me callo
Quiero cantar bien fuerte
Y recordarlo”.
¿Cómo se mata un hombre?
¿Cómo se puede?
¿Cuándo se olvida un nombre?
¿Cuándo se aprende?