Por Justina Maglione y Sofía Piazza

El 30 de octubre de 1983, siete años después del golpe de Estado más violento que sufrió la Argentina, Raúl Alfonsín fue elegido presidente y dio comienzo a una nueva era para la República Argentina, una en la que el derecho a la vida, la identidad, la libertad de expresión, la igualdad y la seguridad predominan. Dos años después, en 1985, se dictó el decreto que ordenaba someter a juicio a los máximos responsables de la dictadura cívico-militar. Entre ellos, los comandantes Jorge Rafael Videla, Orlando Ramón Agosti, Eduardo Emilio Massera, Roberto Viola, Omar Graffigna, Armando Lambruschini, Leopoldo Fortunato Galtieri, Basilio Lami Dozo y Jorge Isaac Anaya. 

El Juicio a las Juntas se llevó a cabo durante abril, agosto y diciembre. Fueron 500 horas en las que declararon más de 800 testigos, entre ellos sobrevivientes y familiares de las víctimas. El fiscal a cargo fue Julio César Strassera, y su adjunto, de 32 años, Luis Gabriel Moreno Ocampo. Para desarrollar su tarea usaron como base probatoria el informe “Nunca más”, realizado por la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep).

―El Juicio a las Juntas cobró mucha relevancia al haber sido difundido a todo el pueblo argentino. ¿Fue algo que tuvieron en cuenta al momento de prepararlo?
―Ya antes de empezar el juicio, yo había entendido que tenía una dimensión nacional y de comunicación que superaba lo que normalmente se hacía en los juicios. El objetivo central era hacer la tarea profesional de probar los hechos frente a los jueces, pero también me di cuenta de que iba a estar en la comunicación. Al principio esto era importante para investigar, porque necesitábamos que la gente confiara. Una obsesión nuestra fue siempre cómo comunicar todo esto. Que Julio hablara por radio y televisión era algo raro en aquella época, pero eso fue una idea central para que la gente le confiara. La gente no sabía quién era, entonces teníamos que hacer que confiaran en él.

―¿Lograron atravesar a quienes no confiaban?
―Sí, definitivamente. El juicio transformó la perspectiva argentina sobre el pasado violento. Todavía podemos ver gente que quiere volver a la historia anterior, pero eso es algo que ya terminó y la verdad desbordó. La información que se presentó en el juicio cambió la percepción argentina sobre lo que había pasado y ahora la película Argentina 1985 empuja esa frontera y la lleva a las generaciones más jóvenes para que puedan entender las experiencias que, sin la película, no hubieran entendido. Gracias a esto se consolidó la idea del costo de una dictadura, lo que significa no tener democracia, lo que significa no tener ley.

―Una de sus condiciones para recoger testimonios durante el armado del juicio era qué tan bien investigado estaba el caso. ¿Hubo algún otro criterio para elegir quiénes declaraban ante los jueces? 
―Elegimos los testimonios para probar hechos individuales y, en su conjunto, demostrar que era un plan general aprobado por los comandantes. Era como una pintura de Van Gogh. Cada puntito había que ponerlo para mostrar el cuadro. Cada testimonio era un fragmento de un sistema que estábamos reconstruyendo. Era una pieza de rompecabezas. Cada uno se eligió para mostrar lo que pasó en diferentes épocas, lugares del país, o en las diferentes fuerzas para mostrar los crímenes cometidos. Tenían una lógica. Pero el objetivo general era un rompecabezas que estábamos mostrando. 

―Junto a Julio Strassera decidieron apostar por un equipo de jóvenes de entre 20 y 27 años en lugar de un grupo con mayor experiencia. ¿La influencia juvenil fue positiva para el armado del juicio?
―El juicio tuvo dos cosas muy innovadoras: que la fiscalía investigó los hechos y que el juicio fue público. La gente educada de Tribunales no sabía investigar así, y no hacía juicios públicos, orales. Entonces, en un sentido, la posibilidad de que por razones de miedo o de afinidad ideológica no participaran nos permitió tener un equipo de gente que abrazara la innovación. Aún hoy, uno de ellos me dice: “No sabíamos lo que hacíamos”. “Sí sabíamos lo que hacíamos, vos no eras consciente de lo que estaban logrando, pero vos sabías”, le dije yo. Los chicos jóvenes tenían compromiso total y cien por ciento de flexibilidad, hacían lo que les pedíamos sin discutir. Si hubiera tenido un equipo de gente de 40 años, haciendo cosas que no hacían normalmente, hubiera sido más difícil. Me parece que una de las claves del éxito fue ese equipo juvenil que fue capaz de producir la prueba en cuatro meses.

―¿Estuvo de acuerdo con la sentencia?
―La absolución de los últimos cuatro comandantes era muy posible, porque el sistema de represión ilegal se terminó en los 80. Los que asumieron el poder después de ese año solamente fueron acusados de encubrimiento. El principal argumento de la defensa fue que cada fuerza actuó para tomar decisiones. Nosotros no estábamos de acuerdo con esa decisión. Pensábamos que todos los ejércitos eran representantes de todas las juntas y los jueces dijeron que no. Para la sociedad entera, vino muy bien. Un fallo muy distinto de lo esperado. Pero, en realidad, los jueces son héroes. Los jueces fueron héroes. Los jueces son increíblemente importantes en esta historia, porque ellos fueron los que decidieron hacer el juicio en forma oral y pública, y ellos definieron los tiempos. Los que consiguieron que el juicio se haya pasado no fuimos los fiscales, fueron los jueces. Por eso para mí son como héroes. 

―¿En qué lo marcó haber sido parte de este proceso judicial histórico para la Argentina? 
―Me enseñó una cosa que me cuesta mucho admitir. La gente cree que la maldad produce individuos que son malos. Y en realidad, en la Justicia conjunta descubrí que el rol define la conducta. Había oficiales de alto rango que pedían disculpas a los que habían torturado, explicando que ese había sido su rol. La tortura no era una actividad sádica de un grupo de dementes, era una estrategia decidida por los comandantes e implementada por los subordinados. Si vos eras capitán de Inteligencia del Ejército, en aquella época te tocaba hacer eso. Y si eras bueno o malo, no importaba. Aprendí la importancia del sistema para diferenciar la conducta de la sociedad. Son malos o buenos. Pero no es ser una cosa o la otra. Hace unos años estuve en un programa de televisión en el que hablé de Francis Mason, un general norteamericano, y la importancia de la justicia y el respeto de derechos. Cuando salí del estudio, un camarógrafo me frenó y me dijo: “¿No era más fácil pegarle seis tiros a la cabeza y listo?”. Me había escuchado, pero no había transformado su conducta. Entonces mi desafío actual es cómo demostrarle a la gente la importancia de la implantación de la justicia y no dividirla entre buenos y malos.

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