Por Pilar Giudici Milano

Lo primero es saber a qué nos referimos cuando hablamos del síndrome post aborto. El término se utiliza para definir un conjunto de síntomas psicológicos y emocionales que experimenta una mujer luego de sufrir la pérdida del embarazo.

Es decir que el síndrome existe, sí. Pero para la psicóloga Ana Clara Torres (M.N 41357), no puede definirse de manera única sino que cada mujer presenta diversos síntomas, dependiendo de su subjetividad y de las circunstancias que rodeen su decisión de abortar.

A su vez, la especialista considera que, cualquiera sea la circunstancia -aborto legal o clandestino, interrupción deseada o involuntaria-, todas las mujeres tendrán que atravesar una situación de pérdida. Esto no implica, sin embargo, que siempre  se derive en un duelo patológico: cada mujer afrontará la pérdida de distinta manera según sus herramientas y fortaleza psíquica.

Algunos estudios, como el del Colegio de Psicólogos de Chile, dan cuenta de que los hijos e hijas de mujeres a las cuales se les negó un aborto tienen mayor posibilidad de desarrollar trastornos psicológicos. Sin embargo, Torres explica que si bien el modo en que un/a niño/a llega al mundo es determinante para su estructura psíquica, los y las nacidos/as desde la “obligación” no necesariamente tendrán un trastorno: todo dependerá de las condiciones en que se dé su crecimiento.

Por último, y para descartar la segura cronicidad que describen los escritos del Colegio chileno, Torres dice respecto de la depresión post aborto que puede volverse crónica “en una estructura psíquica que así lo permita“. Es decir que, “si una vez atravesado el duelo se instala un trastorno depresivo crónico, este tendrá que ver con la subjetividad de la persona y no con un hecho puntual de su historia vital”.

En conclusión, el síndrome post aborto no necesariamente se convierte en una enfermedad crónica, tampoco compete a todas las personas gestantes que atraviesan esta situación. Sí es cierto que, en su posible existencia, tienen una gran carga la presión del entorno más la fortaleza o debilidad psíquica con que se cuente.