Por Candela Cebrero

Hay algo maravilloso en los días lluviosos de este encierro obligatorio al que llamamos “cuarentena”, o alguna de sus variantes pavotas inventadas por personajes pseudocómicos. No es que no fueran maravillosos antes, siempre lo fueron para les amantes del clima brontësco como yo. Pero descubrí un nuevo placer en los días grises y acuosos de estos tiempos pandémicos.

Mi alegría nace de una molestia: las personas que manifiestan continuamente, en especial en las redes sociales, que amarían estar afuera socializando. Este grupo hiperactivo de adictes a hablar, a estar rodeades de gente y, en casi todos los casos, a ser el centro de atención de toda tertulia, logra ponerme los pelos de punta. Reacios al silencio, la introspección, la reflexión y, por sobre todas las cosas, a la soledad. ¿Cómo puede alguien confiar en una persona que no gusta de estar consigo misma? O, peor aún, ¿cómo puede alguien vivir sin inmiscuirse en la profundidad de su mente? Ciertamente, este grupo no es producto de la cuarentena. Existe desde mucho antes, el problema es que su desesperación actual los evidencia.

La lluvia, nuestra heroína en cuestión, actúa de sedante contra les inquietes. Ante la imposibilidad física de salir un día de lluvia, su ansiedad e impaciencia por librarse de sí mismes se ve atenuada, y esto alegra corazones intolerantes como el de quien escribe. Tengo la esperanza de que el agua anime a estas personas a nadar en su interior, caminar ante esa vidriera de pensamientos que es la mente y asomarse para verse más de cerca, para reconocerse. Yo misma aún no he podido descifrar del todo los misterios de mi psique, pero logré convivir en paz con mis pensamientos.

No siento más que pena por quienes, en este momento de por sí difícil, se sienten más encerrados de lo normal, incapaces de seguir cerrando puertas a su interior como se les cierran en su exterior. Vivir entre cuatro paredes por dos meses, lidiando con encerrar a esa vocecita que cada vez que se escucha más alto, no debe ser fácil. “Se les permite salir a esos de la vocecita”, dice Alberto Fernández en sus sueños. Ante ese anuncio improbable, el sonido hipnótico del torrente de gotas que repiquetean contra los metales podría ser la única esperanza que tenemos de liberarnos, de una vez y para siempre, de quienes buscan enmudecer aquello que ya todes oímos: quienes son realmente.