Por Julián Alvez
“La experiencia en la Argentina está siendo muy positiva. Se está haciendo mucho, y el rol del multilateralismo en contextos de crisis es fundamental”, dice el coordinador residente de las Naciones Unidas en la Argentina, Roberto Valent. Italiano y con maestrías en ciencias políticas y relaciones internacionales, trabaja en la ONU hace 25 años y fue designado en países como Sudán, El Salvador y Palestina. A un año de haber sido nombrado en el cargo, la coyuntura lo trae de vuelta a un escenario bélico, esta vez, contra un “enemigo invisible”: la Covid-19.
Han pasado casi cinco meses desde que se decretaron las medidas de confinamiento en el territorio nacional. Los esfuerzos para contener la situación económica y social requirieron una coordinación y relación estrechísima entre todos los actores. Para Valent, durante la pandemia se forjó una relación profunda y amplia entre las Naciones Unidas y el Estado, por la que el organismo ha acompañado todas las respuestas ante el coronavirus.
A su función como coordinador se suma el fomento de la Agenda 2030 de Desarrollo Sostenible en Argentina. Este documento, firmado en 2015 por todos los países miembro, establece 17 objetivos y 169 metas vinculados con cuestiones socioeconómicas y ambientales como la reducción de la pobreza, la desigualdad, la producción sostenible y la acción contra el cambio climático. Todavía quedan diez años para su cumplimiento, sin embargo, el panorama actual no es alentador: para Valent, el deterioro de los avances en la Agenda producidos por la pandemia generan desasosiego. Pero también lo ve como el momento indicado para producir los cambios necesarios que conduzcan a un futuro en la que el ambiente, lo social y lo económico sean las caras de una misma moneda.
-Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), la Covid-19 causará la mayor crisis económica y social de la región en décadas, con efectos muy negativos en el empleo, la pobreza y la reducción de la desigualdad. ¿Cómo ve el futuro de la Agenda 2030 en este contexto? ¿Cuáles son los indicadores que más le preocupan?
-La situación es bien alarmante. Muchas de las metas van a estar rezagadas, y la Agenda sufre en ese sentido, porque la progresión que se tenía que dar en los índices para 2030 ahora se hace cuesta arriba. Hay países que tienen retrocesos de más de diez años, y Argentina es uno de ellos. La regresión de los índices de pobreza, desempleo y PBI genera mucha preocupación. También es muy preocupante el incremento de la violencia intrafamiliar, de femicidios y de contaminación ambiental producto de desechos sanitarios y de barbijos. La Agenda 2030 es más relevante que nunca, es por eso que debemos acelerar nuestros esfuerzos para compensar estos rezagos y tratar de progresar.
-¿Qué reflexiones deja esta crisis sobre los modelos actuales y los ideales a futuro?
-Si hay algo que reflejó la Covid-19 es la fragilidad y la falta de resiliencia del sistema y del modelo socioeconómico mundial de las últimas décadas. Esto nos obliga a repensar, más allá de los enfoques ideológicos, un modelo más inclusivo que tenga en cuenta la sostenibilidad medioambiental como una clave que reduzca los impactos negativos que tenemos hoy. Esta coyuntura hace notar lo relevante de la Agenda. El compromiso con estas consignas hubiera ayudado a muchos países a no tener que correr para construir hospitales a último minuto ni a invertir recién ahora en investigación científica.
–Usted señaló en reiteradas ocasiones que se debe combatir las desigualdades económicas y sociales. ¿El impuesto a la riqueza, como medida transitoria, es apropiado para compensar esas desigualdades?
–No me gusta hablar de impuesto a la riqueza. Considero que los impuestos se tienen que pagar en todos los niveles y en la medida en que la gente se lo pueda permitir, y está claro que hay algunos que se lo pueden permitir más que otros. La clave para mí está en aumentar la progresividad de los impuestos. Esa carga, para la clase media argentina, es mucho mayor que para los grandes capitales, entonces la progresividad no entra en juego. Un impuesto justo y progresivo es algo que va a pesar a todos de la misma manera. Igualmente, hay que tener en cuenta que son políticas que requieren diálogo con la sociedad.
-En las últimas semanas ha surgido un debate sobre la posible inversión china para que la Argentina produzca los cerdos que ha perdido como consecuencia de la peste porcina africana. ¿Hasta qué punto un país con líneas de inversión y créditos muy escasas y una situación económica apremiante puede poner en riesgo la sostenibilidad ambiental y sanitaria?
-Voy a estar muy atento para no juzgar medidas y acuerdos comerciales entre la Argentina y China o cualquier país. El número de cabezas porcinas parece enorme, pero pienso que para este tipo de medidas hay que hacer análisis de impacto socioeconómico y ambiental. Hay que ver en detalle este proyecto, pero sé que la Argentina va a tomar las precauciones adecuadas porque le permitiría ampararse de eventuales riesgos, establecer medidas de legislación y repensar ciertos rasgos del acuerdo para hacerlo más beneficioso desde el punto de vista económico, comercial y socioambiental. Aun así, este tema no llegó a mi oficina ni tenemos expedientes al respecto, lo he visto como un ciudadano más.
-¿Cómo cree que reaccionó el Gobierno nacional ante la pandemia? ¿Podría haber actuado de manera distinta?
-No lo digo yo, lo dicen muchos medios e instituciones a nivel mundial. En un momento de emergencia se optó por la vida y la salud antes que por la economía. Desde una perspectiva social y económica, la Argentina ha logrado mitigar muy bien los impactos de la pandemia con un margen fiscal y recursos muy restringidos. La prohibición de los despidos sin justa causa, la activación de líneas de créditos con tasas preferenciales, el ATP, el IFE; son todas medidas que han protegido a la población. Lo que han hecho en el sistema de salud es muy bueno porque no se ha saturado.
-¿Ve con preocupación la cifra de contagiados y de fallecidos?
-Se sabía que este ritmo de casos iba a llegar en algún momento. La suba de las cifras es preocupante. No me imagino lo que estarán pasando los líderes frente al hecho de tener que empezar a flexibilizar las cuarentenas. Tiene que ser una pesadilla tomar esas decisiones porque hay miles de variables y de opiniones contrapuestas. Desde las Naciones Unidas no tenemos la solución ideal, porque son soluciones contextualizables según el país.
-¿Cual ha sido el rol preponderante del Sistema de Desarrollo de las Naciones Unidas en esta crisis? ¿Cómo ha sido su diálogo con los funcionarios del Gobierno nacional?
-Uno de los pocos impactos positivos de la Covid-19 ha sido el fortalecimiento de las relaciones entre referentes del mundo de la cooperación internacional y el Estado. Acompañamos al Estado desde un esquema multilateral que habla de manera muy franca, abierta y transparente; no tenemos necesariamente opiniones, pero sí análisis de los que se desprenden opciones para soluciones que compartimos con el Estado y la sociedad civil. El contexto requirió que Naciones Unidas ponga el acelerador y esté para acompañar de manera concreta al Estado nacional. Por lo que sé, nunca se ha trabajado de una manera tan intensa como durante este período pandémico.
-¿En qué sentido lo dice?
-En que hemos apoyado al Estado en todas las dimensiones de la respuesta ante la Covid-19. Colaboramos con fortalecimiento de las capacidades del equipo de salud acompañando al Ministerio de Obras Públicas en la construcción de los módulos hospitalarios, la asistencia para el acceso de información actualizada y la incorporación de insumos de protección, 50 mil tests de pruebas y 450 respiradores. Además, sumamos 192 enfermeros médicos y entrenamos al personal de laboratorio. Es mucho lo que se ha hecho, y todo en un contexto de aislamiento.
-¿La Covid-19 de alguna manera plantea una oportunidad para el resurgimiento del multilateralimo?
-Pienso que sí. Hay mucho que se hace de manera efectiva e invisible. Las críticas sobre la eficacia y eficiencia del multilateralismo nos tienen que servir como un estímulo para mejorar, porque la protección de esta actividad se salvaguarda y se protege mejorando día a día lo que hacemos como agentes. Los Estados miembro son agentes multilaterales por antonomasia, y su fuerte vinculación con otros mecanismos en contextos de crisis hace pensar que el multilateralismo sigue ahí, no digo que coleando, pero sí vivo.