Por Martín Blanco
El que dice que en la cuarentena no se aburrió está mintiendo. No le creo en lo absoluto. Particularmente hubo semanas en las que no supe qué hacer. Tuve mi época runner, mi etapa de cocinero y hasta remodelé partes de mi casa que ni siquiera sabía que existían. Usted probablemente también haya pasado por este tipo de situaciones y me entiende. Y como no estamos en tiempos de andar juzgándonos, uno sigue tratando de sobrevivir a esta nueva normalidad. Al fin y al cabo, todos estamos en la misma.
Sin embargo, cuando comencé a aburrirme de mis propios planes e ideas, encontré uno de los pocos pasatiempos que me permiten divertirme y cumplir con mis necesidades sin generar ningún tipo de molestia a nadie. Esta nueva travesía es la de ir a hacer un tour a los supermercados. Dos o tres veces por semana emprendo mi aventura al Coto del barrio porteño de Núñez. Mientras hago mis compras, analizo algunas características y semejanzas del lugar. En las proximidades ya se ven distintas personas marchando hacia la puerta con sus bolsas de tela en mano.
Es increíble lo aburridas que son las olvidadas bolsas de plástico en comparación a estas nuevas, ecológicas. Si todavía no tiene una, le recomiendo que busque la más original posible, va a ser la envidia del lugar. Dependiendo del horario, puede encontrar ciudadanos de distintas franjas etarias: en la mañana, los jubilados copan las góndolas, como barrabravas en el paravalancha, aprovechando las ofertas. Mientras que por la tarde es el turno de los de entre 25 y 60 años. Cuando cae la noche, van sólo aquellos que no tuvieron tiempo de ir o se les pasó el día mirando alguna serie.
Con qué poco nos divertimos a esta altura, me repito una y otra vez. Por favor, qué aburrido es esto de los protocolos. Entiendo que en la añorada antigua normalidad hicimos todo mal, pero qué depresión es la nueva vida. Después de un largo recorrido toca la hora de la vuelta. La caminata se vuelve más extensa en la solitaria ciudad, mientras recuerdo aquellos momentos pre pandemia. Miro las calles desiertas y parece una película de ciencia ficción donde se pelea contra un enemigo invisible. Llego a casa pensando que al otro día vuelve a ser el último día de la semana, otro día donde la incertidumbre sobre un futuro mejor es inmensa.