Por Julieta Aichino
Durante la etapa colonial, y por mucho tiempo más, las mujeres no fueron reconocidas como sujetos de derecho. El modelo femenino inculcado durante el orden colonial fue el de la castidad, la abnegación, el sacrificio y el sometimiento a las figuras patriarcales, como el padre, el marido y las autoridades, que siempre eran figuras masculinas: el rey, el gobernador, los obispos y sacerdotes, los miembros del cabildo, entre otras.
La historiadora y titular de cátedra del Seminario de Historia de las Mujeres y Género del profesorado Joaquín V. González, Mariela Sarlinga, explica el rol y el trato hacia las mujeres durante la colonización española en América Latina. ¿Reina una historia hegemónica? La militancia, el feminismo y la perspectiva de género son la punta del iceberg hacia el camino del reconocimiento de la mujer antes y durante la colonización.
—La barbarie con la que se ejecutó la conquista y colonización de América es conocida por todos. Las matanzas, los ajusticiamientos públicos y las amputaciones son algunos ejemplos de las atrocidades que cometían los europeos a los nativos. Pero de lo que no se habla mucho es de violencia constante durante el proceso de colonización hacia las millones de mujeres y niñas nativas. ¿Qué significaba violentar a las mujeres en ese entonces?
—El cuerpo de las mujeres siempre ha sido territorio de guerra. Son formas de desmoralizar al “enemigo”. También es una manera muy brutal de apoderarse de la descendencia, mezclarse es como inocular su propia cultura en los cuerpos de esas mujeres; así podemos pensar el cuerpo de la mujer como conquista y explicar también los problemas de la actualidad. Es como manipular de una manera violenta al grupo humano con el que se están enfrentando. El foco no está únicamente en el código sino en la acción consecuente del mismo, marcar a esas mujeres, atentar contra su descendencia, esclavizarlas y denigrarlas. Luego de la conquista, las mujeres originarias son obligadas a trabajos forzados igual que los varones. Pero el condimento extra va a caer en una doble tributación que tiene que ver con reproducir la nueva sociedad mestiza. Estos europeos van a llevar adelante cualquier cosa en los cuerpos de las mujeres. En el caso de las afrodescendientes, trabajo esclavo directamente. Las indígenas pasan a ser súbditas de la corona y pasan a pagar tributo con trabajo forzado.
—Los ecos de las voces de las mujeres de la época son silenciosos. En las fuentes históricas no hay registros de mujeres indígenas organizadas. ¿Cómo se relacionaban entre ellas?
—Todavía no sabemos bien sobre la organización de esas mujeres. Para entender a las mujeres organizadas hay que ver la Revolución Francesa. Con el primer feminismo adquieren noción de la explotación para sí, y se organizan en un proyecto político. Antes, más que nada, el proyecto político estaba asociado al de su propia clase: un reclamo de liberación en general, asociado a la esclavitud, al trabajo forzado y a la colonización pero no anti patriarcal como es en la actualidad.
—En el conocimiento popular hay pocas figuras femeninas conocidas por marcar hitos históricos. Juana Azurduy, por ejemplo, es una de las distinguidas militares revolucionarias. Otra es Julieta Lanteri, a quién recordamos como la primera mujer argentina en votar, en 1911. ¿Por qué la lista de nombres es tan corta cuándo se trata de mujeres que marcaron hitos en la historia?
—La historia hegemónica no tiene heroínas mujeres porque está contada desde los ojos masculinos. Los varones son los grandes protagonistas militares. Las mujeres no se han desarrollado en esferas políticas según este cuento. Los programas escolares dictaminan que los salvadores de la patria son varones. ¿Por qué? Por esto mismo, gobierna una historia hegemónica con un único relato. Las mujeres han quedado fuera del plano, recién con la construcción actual desde la perspectiva de género se saca a la luz a las mujeres y disidencias como entes fundamentales en espacios políticos y sociales. Este modus operandi es cíclico. La “voz autorizada” hace hincapié en que el único actor relevante es el hombre, ocultando sistemáticamente que las mujeres han producido a la par de los varones los cambios sociales.
—¿Cuál era la diferencia entre una mujer europea y una mujer originaria?
—Cuando pensamos en las diferencias entre las mujeres de la época hay que focalizar en sus ubicaciones sociales. Siempre que se analicen las condiciones de las mujeres de la época es necesario preguntarse a qué clase pertenecían. Existían mujeres, por ejemplo, que dominaban la esfera doméstica. Hay autoras como Rita Segato que hablan de roles que no son subordinados en la cultura europea de la época, donde la jefa doméstica tenía preponderancia y respeto. Por otro lado, había mujeres originarias que estaban socialmente oprimidas y esclavizadas y que únicamente eran objeto de conquista. Estamos hablando de una historia sangrienta y desigual que perjudicó a millones de mujeres donde continuamente permanece en el aire la idea de mujer como acompañante del hombre, y no par.