L. ALCAZAR @ALCAZARMALE Y M. PACHECO @MARILINAPACHECO

Vera Vigevani de Jarach nació en marzo de 1928 en Milán, Italia, y es de ascendencia judía. Vino a la Argentina con su familia en 1939, luego de que el régimen fascista de Benito Mussolini implementara las leyes raciales. “Lo primero que sufrí yo, como nena, es que me echaran del colegio por ser judía”, dijo Vera, que contó que luego de esa situación, el director de una escuela pública italiana los albergó en un colegio porque “no podía pensar que los niños no tuvieran el derecho a estudiar”.

La madre de Jarach logró convencer a su esposo de emigrar hacia la Argentina, pero no pudo hacer lo mismo con su padre, que a principios de 1944 intentó irse a Suiza, que mantenía una posición neutral durante la Segunda Guerra Mundial. Jarach contó que hace dos años pudo enterarse de lo que había pasado con su abuelo. “Sabía que había terminado en Auschwitz, pero no los detalles. Los trenes salían a escondidas desde la estación central ferroviaria de Milán, de noche hacían las deportaciones y ahí se lo llevaron a mi abuelo. Él se quedó y tuvo ese destino, no hay tumba. A mi hija le pasó algo parecido: otro país, otra historia. Esto demuestra que la historia se puede repetir y, de hecho, se repite.

Franca Jarach nació el 19 de diciembre de 1957 y fue la única hija del matrimonio entre Vera Vigevani y Jorge Jarach, un ingeniero italiano. Estudió en el colegio Nacional Buenos Aires, donde actualmente hay una placa en su memoria. Dentro del establecimiento no sólo se destacó por sus buenas notas: “En primer año fue representante de su división y organizaba las asambleas, así que fue vista por la dictadura como una líder potencial, dentro de un colegio donde hay 108 desaparecidos. No tenía ninguna inhibición, ella discutía mucho con sus profesores, era una militante por sí misma, dijo Jarach. La joven militó en la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) y, cuando comenzó a trabajar en un taller gráfico, en la Juventud Trabajadora Peronista (JTP). Según su madre, creía que el mundo podía ser un lugar más justo y que eso empezaba a partir de la educación. Franca fue secuestrada el 25 de junio de 1976, tenía 18 años. “Ella fue la cosa más maravillosa de nuestras vidas, en todo sentido, éramos tres y compartíamos todo”.

Luego de 15 días de búsqueda, la familia recibió una llamada telefónica de Franca en la que decía, con tono natural y calmo, que la tenían secuestrada en Seguridad Federal, que estaba bien y que la cuidaban. En ese entonces, Vera Jarach trabajaba como periodista de cultura en la agencia italiana de noticias ANSA y con la “intuición propia” de su oficio y por creer que podría ser importante, grabó la conversación desde el principio. “La idea del llamado era para que los familiares no se movieran, pero la gente se movió aún más”. Más de 20 años después, la mujer pudo enterarse de la verdad: su hija había estado detenida en los sótanos de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) y, según el relato de los testigos, no había sobrevivido más de un mes. La grabación sirvió como prueba en los juicios que se hicieron en Italia y en la Argentina.

Durante una de las reuniones en el Ministerio del Interior para conocer el paradero de familiares desaparecidos, Jarach conoció a Haydeé García, una de las 14 fundadoras de Madres de Plaza de Mayo, cuyo hijo era alumno del colegio Nacional Buenos Aires. “Necesitábamos saber y ahí surgió la idea de la plaza, de darnos un abrazo y caminar juntas, no nos devolvieron a nuestros hijos, pero fuimos un movimiento de resistencia, dijo Jarach, que además contó que a pesar de que todas las historias eran diferentes, las unía el dolor, la lucha por la aparición de sus hijos e hijas y la necesidad de encontrar justicia. “Nuestras consignas son la verdad, porque queremos saber, y la memoria. Queremos la justicia, que está, pero es muy lenta. Pero yo tengo una más: nunca más el silencio”.