Sergio Rubín: “Francisco es un papa de procesos”
12 de marzo de 2013. Tras la renuncia de Benedicto XVI a mediados de febrero, 117 cardenales de la Iglesia católica se reunieron en la Capilla Sixtina para decidir el futuro de la milenaria institución. Veinticuatro horas y cinco votaciones después, los fieles congregados en la Plaza de San Pedro se regocijaron al ver la fumata blanca: Habemus Papam. Esta vez, era un argentino proveniente de “los confines del mundo”. Ante el asombro de muchos, Jorge Bergoglio fue elegido Sumo Pontífice. En tiempos de crisis para la Iglesia católica producto de denuncias de abusos sexuales, malversación de fondos y filtraciones de documentos, fue un jesuita argentino el elegido para pilotear la tormenta. Y, más allá de las sorpresas iniciales, la historia de Bergoglio muestra que el camino hacia la silla de San Pedro no fue tan inesperado.
PROBLEMAS EN EL PARAÍSO
Para entender el ascenso de Bergoglio, es necesario entender el descenso de Joseph Ratzinger (Benedicto XVI), su predecesor. La renuncia de Ratzinger a la silla de San Pedro dejó la imagen de una Iglesia debilitada. En sus últimos meses, el Papa emérito parecía encarnar en su propia salud los males que enfrentaba la Iglesia. El alemán acusó en febrero de 2013 serios problemas de salud que le impedían afrontar con vigor los cambios que precisaba la institución, razón por la cual tomó la decisión de dar un paso al costado. En una carta enviada a su biógrafo en 2015, Ratzinger explicaba que su principal afección era el insomnio que sufría desde meses posteriores de haber sucedido a Juan Pablo II. Problema que en una ocasión lo había llevado desmayarse, golpearse su cabeza y, en sus propias palabras, levantarse “totalmente empapado de sangre”.
Si bien su afección era real, la mayoría de los papas a lo largo de la historia llevaron su labor hasta su muerte. Es que la renuncia a la silla de San Pedro no es algo menor. Hay que retroceder seis siglos para rastrear la última vez que un papa desistió de su cargo, con el caso de Gregorio XII en 1415. La decisión, entonces, se explica mejor por el contexto de crisis que atravesaba la Iglesia durante el mandato de Benedicto XVI.
Para comenzar, la institución religiosa enfrentaba graves acusaciones de abusos y pedofilia perpetrados por los propios eclesiásticos. En la Argentina, el escándalo ya se había desatado en la década de 1990. Denuncias de abuso anónimas y una posterior investigación del programa Telenoche Investiga recayeron sobre una de las caras más mediáticas de la Iglesia en la Argentina, el padre Jorge Grassi, que terminó condenado a quince años de prisión. Luego, la investigación llevada a cabo por el diario The Boston Globe en 2002 haría que el escándalo tomara dimensiones globales por la magnitud del caso. Inicialmente, fueron acusados más de 249 curas, con 1.476 víctimas únicamente en Boston y casi 20 mil en todo Estados Unidos. La acusación también puso el foco sobre el rol que ocupó la Iglesia ante las numerosas denuncias. Las distintas sedes eclesiásticas habían desarrollado un engranaje de encubrimiento, trasladando a los incriminados a nuevas ciudades y manteniéndolos dentro del seno de la institución religiosa.
Estas denuncias, que aumentaron en número con el correr de los años, generaron una desconfianza en la Iglesia a la que también se sumó el escándalo conocido como “Vatileaks”. En enero de 2012, Paolo Gabriele, mayordomo de Ratzinger, robó una serie de documentos privados del Sumo Pontífice que daban cuenta de conversaciones acerca de la salud del alemán y de las luchas de poder internas de la Santa Sede. Esto se reflejó en los diversos casos de corrupción en los que se vieron envueltas las distintas instituciones controladas por la Curia Romana. La fiscalía de Roma, por ejemplo, incautó 23 millones de euros (en 2010) del Banco Vaticano por transferencias sospechadas de blanqueo de dinero, a la vez que comenzó a investigar a su presidente, Ettore Gotti Tedeschi, y su director, Paolo Cipriani. Es solo una de las tantas irregularidades financieras que se dieron durante el papado de Ratzinger.
EL JESUITA DEL FIN DEL MUNDO
“Vinieron a buscar a un papa al fin del mundo”, expresó Bergoglio ante la multitud reunida en Plaza San Pedro, minutos después de haber sido elegido Sumo Pontífice. Francisco no solo es, en más de dos mil años de historia, el primer papa proveniente de Latinoamérica. También es el primero en pertenecer a la compañía de Jesús, hecho histórico si se tiene en cuenta que los jesuitas fueron expulsados de la Iglesia en 1767. “Las dos cosas son muy llamativas. Elegir un jesuita llamó un poco la atención porque se los veía como muy rebeldes. Pero, internamente, fue un golpe, una sorpresa grande”, explica Sergio Rubín, coautor de los libros El jesuita y El pastor, que retratan a Francisco. La edad de Bergoglio también sumó a lo inesperado de su elección. Es que Bergoglio había dejado su puesto como arzobispo de Buenos Aires por haber llegado al límite de 75 años de edad y ya tenía planeado su retiro en el Hogar Sacerdotal Monseñor Mariano Espinosa, ubicado en el barrio de Flores de la ciudad de Buenos Aires.
Pero su llegada a la silla de San Pedro fue más sorpresiva puertas afuera de lo que fue en el seno de la Iglesia católica. Tal como grafican Rubín y Francesca Ambrogetti en sus libros, Bergoglio había dejado una muy buena imagen en el Sínodo de la Iglesia católica de 2001 y, sobre todo, en la Conferencia de Aparecida que se llevó a cabo en 2007, de la cual fue presidente de la comisión redactora y uno de los mayores exponentes a la hora de dar forma al documento final. En dichos encuentros, los eclesiásticos expresaron que mejorar la transparencia financiera, erradicar los abusos sexuales, lograr una mayor cercanía con los fieles y encaminarse a ser una Iglesia más sinodal eran sus mayores desafíos.
Esa buena impresión, que terminaría siendo muy relevante durante el cónclave de 2013, ya lo había llevado a Bergoglio a sumar cuarenta votos en el Cónclave de 2005, donde finalmente fue elegido Benedicto XVI. ¿Por qué entonces Bergoglio llega a la silla de San Pedro ocho años después? Rubín analiza que “en esa ocasión, Bergoglio sabía que no iba a llegar con los votos y que estaba bloqueando la elección de Ratzinger, pidió que no lo sigan votando para no ser un obstáculo”. Sin embargo, esos episodios lograron investirlo de un prestigio interno.
Durante la previa del Cónclave de 2013, la imagen externa que tenían la prensa y los fieles indicaba que los cardenales Odilo Scherer (de Brasil) y Angelo Scola (de Italia) contaban con grandes chances de ser elegidos, representando a un sector más conservador de la Iglesia. Pero el sector conservador, encabezado por la Curia Romana, había perdido gran parte de su influencia. Los escándalos de corrupción y poder en los que estaban envueltos sus miembros habían generado la necesidad de limpiar la imagen de la Iglesia. Ante la renuncia de Ratzinger, no fue tan sorprendente entonces que Bergoglio asomara como una alternativa latente para liderar el proceso de transformación que venía discutiéndose desde el Concilio Vaticano II. Sí una sorpresa para el afuera, pero una elección lógica puertas adentro. “Se quiso dar un cambio grande, barajar y dar de nuevo. Ratzinger fue un papa de transición, la continuación de muchos aspectos de Juan Pablo II sin el carisma de Juan Pablo II. Los cardenales recién se animaron a dar el gran cambio después de su etapa. Por eso buscaron a una persona que no era de la Curia romana que se viera con mucha espiritualidad, inteligente y con capacidad de gestión”, explica Rubín.
UN LIDERAZGO ENTRE APERTURAS, SANCIONES Y TRANSPARENCIA
La elección de Francisco como papa, entonces, reflejaba una necesidad que ya venía expresándose dentro de la Iglesia. Tal como había sido debatido en diversos sínodos y conferencias, el desafío era erradicar los casos de abusos y corrupción y poder ser una institución más abierta y cercana a los fieles. Bergoglio era la personificación de estos aires de cambio que venían exigiéndose y, durante sus primeros diez años de papado, fueron muchas las reformas impulsadas.
En materia de denuncias de abusos sexuales, tan pronto asumió, Francisco se enfrentó con el caso del arzobispo polaco Józef Wesolowski, denunciado de pagar para mantener relaciones sexuales con menores. Ante esto, el argentino lo destituyó de su cargo y dispuso su arresto en su alojamiento en el Vaticano. Más allá de nombres particulares, Francisco se mostró, desde un inicio, firme en su postura frente a estas denuncias. En esa línea, en 2014 creó la Comisión Pontificia para la Protección de los Menores y emitió un decreto que establece la remoción de obispos si actúan con negligencia ante casos de abusos sexuales de menores cometidos por miembros de la Iglesia. Quizá la decisión más paradigmática fue la suspensión del secreto pontificio en los casos de abusos sexuales. Esto brindó acceso a la Justicia de cada país a los juicios canónicos contra miembros del clero.
El camino a la transparencia económica fue, tal vez, el que más resistencias generó. Es que parte de esta lucha requería destituir a diferentes miembros de la Curia Romana envueltos en casos de corrupción. Entre sus intervenciones más fuertes, Francisco destituyó a Paolo Cipriani y Massimo Tulli, principales responsables del IOR (Instituto para las Obras de Religión), por presunto lavado de dinero y malversación de fondos. También pidió, en 2020, la renuncia al cardenal Angelo Becciu por acusaciones de malversación de fondos y, adicionalmente, le quitó todos los derechos cardenalicios, lo que le impediría participar de las elecciones papales.
Pero las finanzas no solo requerían condenar a quienes habían cometido un crimen, sino también reforzar el ordenamiento interno y los procesos de auditoría de las cuentas de la Iglesia. Bergoglio sancionó la ley de anticorrupción (2021), que exige que cardenales y administrativos firmen una declaración manifestando que no tienen condenas ni investigaciones por corrupción, terrorismo, blanqueo de capitales, explotación de menores, trata de seres humanos o evasión fiscal. La norma también les prohíbe aceptar regalos de un valor de más de 40 euros, una decisión de gran peso simbólico. A su vez, dispuso que cardenales y obispos que fueran acusados de delitos penales por los magistrados del Vaticano sean juzgados por el Tribunal del Estado de la Ciudad del Vaticano como cualquier ciudadano y no por un tribunal de casación, que era presidido por un cardenal, lo que despojó a la Iglesia de sus prestigios ante la ley. Además, se realizó una exhaustiva evaluación de la eficacia del Vaticano en el control de sus finanzas, llevada a cabo por la reconocida empresa Moneyval. En 2014 se dio un hecho histórico: se ordenó, por primera vez en la historia, la divulgación del balance del Banco Vaticano.
Pero a pesar de las reformas, los casos de corrupción no fueron erradicados en su totalidad. Durante su mandato, la compra en 2013 de un edificio en Londres por 300 millones de dólares provenientes del Óbolo de San Pedro generó controversias ya que, posteriormente, se denunció un sobreprecio en la compra del inmueble, generando que millones de dólares terminaran en bolsillos de intermediarios. Este fue uno de los casos que llevaron a la posterior destitución de Angelo Becciu.
Por último, Francisco fue aplaudido, y también criticado, por su apertura hacia diferentes colectivos históricamente oprimidos de la vida eclesiástica, como las mujeres y las disidencias sexuales. Lejos de una postura excluidora, las palabras del máximo representante de la Iglesia fueron en dirección de buscar un mayor encuentro. Esto no solo fue demostrado en actos mediáticos, como la serie Francisco responde, donde el argentino dialogó cara a cara con jóvenes de diferentes creencias, religiones y orientaciones sexuales, sino también en hechos, como su apoyo a la legislación de la unión civil entre parejas del mismo sexo. En cuanto al futuro, en el Sínodo a llevarse a cabo entre 2023 y 2024, el Papa puso en agenda el debate sobre la recepción en la Iglesia de las personas divorciadas que vuelven a casarse, la apertura a personas del colectivo LGTBIQ+, el derecho de la mujer al acceso al diaconado y el celibato opcional, algunos debates que años atrás eran impensados.
EL FUTURO DE LA SANTA SEDE
Una década después, es visible que la llegada de Francisco a la Santa Sede respondió a una necesidad intrínseca de la Iglesia para mejorar su imagen de cara a los fieles. Su prestigio interno, construido a fuerza de intervenciones y una carrera austera y muy espiritual, hizo que fuera elegido como líder de un cambio profundo en la Iglesia. Ante las resistencias que surgieron en el seno de la institución, fue el propio Francisco quien le dijo a Rubín y Ambrogetti en El pastor: “Lamento si alguno no se dio cuenta de cómo iba a terminar esto”.
El argentino logró atravesar eficazmente la crisis de representación y colocar a la Iglesia en un camino de austeridad y cercanía con sus fieles, pero también es cierto que durante su mandato surgieron casos de corrupción, denuncias por abusos y críticas por la falta de apertura a ciertas discusiones. Las resistencias no se erradicaron del todo. Para Rubín, “Francisco es un papa de procesos” que trabajó con mucha “prudencia y equilibrio”. Las idas y vueltas, explica, se deben a que “en la Iglesia siempre está la amenaza de un sisma que por más que sea pequeño, es algo muy traumático. Ha tratado de seguir adelante dentro de lo posible, con mucho cuidado, prudencia y equilibrio”. El futuro próximo le depara al Papa una ansiada visita a la Argentina, su patria, planificada para 2024, y también un Sínodo sobre la Sinodalidad que promete tratar temas coyunturales en el camino de las transformaciones para el cual Francisco fue elegido diez años atrás.
Por Joan Lesta Rodríguez y Manuela Mafud
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Por 1° A TN